Opinión | A babor

La silla

Carlos Tarife, concejal de Servicios Públicos en Santa Cruz.

Carlos Tarife, concejal de Servicios Públicos en Santa Cruz.

No sé si referirme a Tarife como concejal o vicealcalde. A veces ejerce de y a veces como. Lo cierto es que en esta ocasión ha tenido la prudencia de no subirse a la parra ni a la silla esa, convirtiendo en apenas unos días el asunto en el de mayor enjundia en las conversaciones del vecindario. El concejal pepero ha logrado con apenas esfuerzo convertir su silla en cuestión de debate (o al menos jolgorio y cotilleo) en el Monipodio chicharrero y en el centro de una improvisada campaña sobre lo cochinos que somos.

Confieso que los primeros acordes del asunto me parecieron lisa y llanamente una boutade populista de escaso interés y nula eficacia para lograr el objetivo propuesto, que yo pensé inocentemente era lograr que los vecinos no diseminaran su basura por las esquinas de la capital. Me equivoqué. Después de dos días, el asunto de la silla de Tarife ha dado la vuelta al municipio y se ha ganado un lugar en el podio de las ocurrencias de esta legislatura plagada de hipervitaminadas ocurrencias. Cierto que no es lo mismo que una reflexión enamorada de cinco días o un «me gusta la fruta», pero la silla de Tarife ha venido para instalarse en el imaginario popular, al menos el tiempo que duren las incursiones reprimendarias de nuestro edil por los barrios.

Tarife ha localizado hasta 28 lugares donde antes se amontonaban contenedores, hoy trasladados a otros cercanos emplazamientos, que los vecinos mantienen con fidelidad en el reino de la basura. El concejal denuncia que no ha lugar, que los contenedores están ahora a menos de cien metros, y que hay que hacer el esfuerzo de no emporcar más superficie municipal, que cuesta mucho limpiarla y la empresa concesionaria no está para más multas. Sin duda tiene razón, Tarife, como la tiene la ordenanza municipal que establece la posibilidad de empapelar con dos mil pavos (y eso para empezar) al vecino que se niegue a cumplir la normativa de recogida y reciclado.

Pero una cosa es el dicho y otra el hecho: endosarle dos mil pavos a un propio por dejar sus sobras a la intemperie donde no procede no genera especial simpatía a nadie, y Tarife es un político al que le gusta caer simpático. Por eso, para evitar convertirse en quien reciba el óscar al concejal más cabrito y detestado, algo que no cunde luego –cuando hay que ir puerta por puerta pidiendo el voto–, Tarife se ha inventado el asunto de la silla itinerante: «mejor explicar que sancionar», podría ser la consigna, y qué mejor explicación que la que se da con el ejemplo personal. En eso es en lo que decidió meterse nuestro prócer, y lo decidió además sin asumir riesgos: a la silla principal, la suya, la ha de acompañar alguna silla vicaria, lista para trasero funcionarial, y hasta es posible que un par de buenas viejas sillas de montar guindillas, por si la cosa se pone fea en algún momento.

El asunto, de cierto teatro, coloca al concejal en medio de lo que se discute, que es cuánta ausencia de urbanismo y/o educación sobre reciclaje es capaz de demostrar esta vieja ciudad. Me atrevería a decir que mucha más de la que nadie quiere admitir: porquería, enseres inservibles y escombros de obras en casa se amontonan por Santa Cruz de forma harto vistosa en muchas esquinas. Lo hacen en los lugares donde antes hubo contenedores, pero también en cualquier solar abandonado, o al lado de los contenedores en sus nuevos emplazamientos. Una de las ventajas de la incursión de Tarife y su silla por los cerros de cascotes y bolsas llenas es que podrá constatar directamente cómo se impuso a otras la oferta de la concesionaria actual: porque hay lugares donde la recogida de basura no llega cuando debiera, sino dos días después, y otros en los que los sistemas de reciclado municipales recuerdan asombrosamente los del estercolero municipal de Malabo.

Tarife puede aprovechar su viaje con silla a las profundidades de la ciudad liminar para contar cuántas moscas, cucarachas y ratas caben en un basurero a cielo abierto, y apuntar las cosas que hay que cambiar, para que Valoriza cumpla con la introducción del sistema de recogida selectiva de residuos orgánicos, con el quinto contenedor que aún brilla por su ausencia, y que ayudó a ganar la licitación a Urbaser, o con otros asuntos de aquel pliego cuestionado primero y bendecido después por el grupo socialista, que incluía la sustitución de 6.000 contenedores en toda la ciudad, la incorporación en todas las rutas de nuevos vehículos silenciosos, o el plan especial de limpieza en la Zona de Gran Afluencia Turística. Yo diría que si esto va de verdad en serio, y no sólo de salir un par de veces en la tele, como salía Joffrey Baratheon mirando de reojo desde el Trono de Hierro a sus súbditos y administrados, el concejal que quiere ser califa en lugar del califa Bermúdez tiene silla para rato.

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