70 años del Parque Nacional de Tenerife: el largo camino para alcanzar el mejor Teide de la historia

El singular espacio de las Cañadas dejó de ser un erial, desgastado por el pastoreo y otras actividades humanas, cuando en el año 1954 fue declarado Parque Nacional

El Parque Nacional del Teide en primavera.

El Parque Nacional del Teide en primavera. / El Día

Daniel Millet

Daniel Millet

Tiene el punto más alto de cualquier tierra emergida en el Atlántico (3.715 metros sobre el nivel del mar según la última medición de 2011 y 7.500 desde el lecho oceánico), el tercer volcán más alto del mundo (después del Mauna Kea y Mauna Loa, ambos en Hawai) y hace que Tenerife sea la décima isla con mayor altitud del planeta. Además, conforma el paraje protegido más visitado de Europa (más de 4 millones de personas al año), está entre los diez más populares de la Tierra y es uno de los que posee más especies peculiares (de las 212 especies inventariadas de flora, 58 son endemismos canarios).

En estos 70 años transcurridos desde que fue declarado Parque Nacional, el Teide y sus cañadas han alcanzado la mejor imagen de su historia, al menos de la parte moderna. La aplicación de las medidas de protección más exigentes del país para un paraje natural, que conllevó la prohibición de actividades humanas como el pastoreo o la extracción de azufre, hielo y piedra pómez, sumado a los programas de investigación y repoblación han dado como resultado el Teide menos castigado y más rico en biodiversidad.

El 22 de enero de 1954, cuando el Boletín Oficial del Estado publica la ordenfirmada por el dictador Francisco Franco y el ministro de Agricultura, Rafael Cavestany y de Anduaga– por la que el Teide es declarado Parque Nacional, las Cañadas no se parecían en nada a lo que son hoy. Era un erial. Apenas quedaban retamas, codesos o hierbas pajoneras y las poblaciones de cedros centenarios, tajinastes y violetas habían menguado hasta casi la desaparición al acumular cientos de años como pasto del ganado.

El Parque Nacional del Teide en primavera.

El Parque Nacional del Teide en primavera. / El Día

Pero todo empezó a cambiar a partir de aquella decisión del Consejo de Ministros franquista que reza en su artículo 1: «Se crea el Parque Nacional del Teide, que comprenderá una extensión aproximada de 11.000 hectáreas en terrenos pertenecientes al Ayuntamiento de la Villa de La Orotava». Hoy tiene una superficie de 19.000 hectáreas, gracias a la ampliación de 1981, que se reparten entre 12 municipios: La Orotava, Los Realejos, San Juan de la Rambla, La Guancha, Icod, Garachico, Santiago del Teide, Guía de Isora, Adeje, Vilaflor, Granadilla y Fasnia.

La mejor estampa natural

La flora y fauna se han recuperado tanto que sería difícil encontrar en el pasado estampas como las que protagoniza hoy la cima de España, en especial en primavera, cuando lucen las flores blancas de las retamas, las amarillas de las hierbas pajoneras o las rojas de los tajinastes. Lo subrayan expertos que conocen cada palmo del Teide, y que fueron testigos de aquel espacio desértico y desolado de antaño, como el catedrático de Botánica de la Universidad de La Laguna Wolfredo Wildpret o el vulcanólogo Juan Carlos Carracedo.

En estos 70 años transcurridos desde que fue declarado Parque Nacional, el Teide y sus cañadas han alcanzado la mejor imagen de su historia

No fue el único reconocimiento que ha ayudado a mejorar y preservar esta majestuoso circo esculpido por la lava durante miles y miles de años. En un trabajo publicado por el Anuario de Estudios Atlánticos, el propio Carracedo, Nicolás González Lemus (doctor en Historia por la Universidad de La Laguna) y Manuel Durbán (hoy director del Parque Nacional del Teide), aseguran que «por sus significativos y relevantes valores geológicos y paisajísticos, a los que habría que añadir su importancia botánica y faunística, así como arqueológica, cultural e histórica», el Parque Nacional del Teide entró en la lista de Patrimonio de la Humanidad en la convención de la Unesco celebrada en Nueva Zelanda en el año 2007.

Los tres autores resumen en un párrafo por qué la comunidad científica mundial coincide en considerar al Teide un lugar único en el planeta: «Aunque es cierto que algunos de los elementos morfológicos que dan vida al paisaje se encuentran igualmente en otros puntos del mundo, lo que es excepcional aquí es que todos ellos forman un conjunto original de singular concentración en tan reducido espacio. En él se localiza uno de los conjuntos de volcanes activos más grandes, accesibles y mejor estudiados del mundo. El parque realmente impresiona e impacta la imaginación del visitante, siendo escasas las personas que quedan indiferentes ante la dimensión y la majestuosidad del paisaje».

Las Cañadas se empezaron a formar hace dos millones de años y cuatro edificios volcánicos anteriores al actual colapsaron

Las Cañadas del Teide ha tenido en realidad muchas más caras de las que ha mostrado desde que es Parque Nacional. Estos 70 años son apenas una milésima de segundo en toda su historia. Todo comienza hace dos millones de años. Antes, al menos hace 12 millones, las erupciones forman los tres escudos volcánicos que dieron origen a Tenerife: Teno, Anaga y Adeje. Pero tras una pausa prolongada, la lava vuelve y esta vez brota de la zona central. Es ahí cuando se empieza a levantar el primer volcán. Se cree que llega a alcanzar 40 kilómetros de diámetro y superar los 5.000 metros de altura. «No era como el Teide actual, sino más ancho y aplanado, parecido al Vesubio», puntualiza Carracedo.

Este enorme edificio se desploma al hacerse inestable por los procesos naturales y el vaciamiento de la cámara magmática, la bolsa de la que mana la lava. Los colapsos o deslizamientos gravitacionales tumban otros tres edificios más que se suceden en esta parte central de la Isla. El último, ocurrido hace unos 180.000 años y que provocó un enorme tsunami, es el que empieza a dar forma al Teide tal y como es hoy. En ese momento ya hacía más de 100.000 años que aparecieron los primeros seres humanos (homo sapiens).

El Teide tras una nevada.

El Teide tras una nevada. / Daniel López (Aemet Izaña-Teleférico del Teide)

El colapso lateral del flanco norte del cuarto volcán Las Cañadas generó una espectacular depresión (la Caldera de Las Cañadas y su extensión, el Valle de Icod-La Guancha) de 18 kilómetros de largo y 15 de ancho. Es en el centro de ese enorme espacio donde se levanta el último complejo volcánico del Teide. Hubo que esperar un poco más para que adquiriese la fisonomía actual. La sucesión de erupciones provoca que hace 30.000 años el nuevo Teide supere los 3.500 metros. Era un edificio mucho más puntiagudo que los antecesores y tenía un gran cráter en el centro. Este espacio se va cubriendo a partir de otra sucesión de erupciones hasta que se calcula que en el siglo VIII se termina de conformar el llamado Pilón o Pan de Azúcar, el pequeño volcán que corona el gran volcán. El Teide supera entonces los 3.700 metros.

La cosmogonía aborigen

Los primeros pobladores bereberes de Tenerife, que llegarían en torno al siglo VI antes de Cristo, se toparon con las últimas fases eruptivas que dieron forma al Teide de hoy. Esas explosiones –algunas muy violentas– y fumarolas explican por qué le tenían tanto respeto. Para ellos, eran «señales de la furia generada por el maligno Guayota, el dios malo que habitaba en su interior». Así lo cuentan Carracedo, Lemus y Durbán, que detallan que «el Teide se había recubierto de un carácter demoníaco en la cosmogonía aborigen, no sólo de Tenerife, sino de las otras islas».

Los primeros pobladores bereberes de Tenerife, que llegarían en torno al siglo VI antes de Cristo, se toparon con las últimas fases eruptivas que dieron forma al Teide de hoy

A pesar de las numerosas leyendas y supersticiones, los guanches convivieron con él, sin pretender ascender a la cima. Optaron por utilizar las Cañadas en la ruta de la trashumancia. Fue la primera ocupación humana de esa región hasta entonces silenciosa, inhóspita y hostil. En este aspecto, no es solo un lugar espectacular desde el punto de visto geológico, biológico y paisajístico; no solo generó fascinación entre los isleños, los investigadores, los aventureros y los escritores. El Teide también fue una muestra de la historia social y económica de Tenerife.

Imagen antigua del Teide, antes de que fuera declarado Parque Nacional.

Imagen antigua del Teide, antes de que fuera declarado Parque Nacional. / Fotos Antiguas de Tenerife

Fueron los guanches los que comenzaron a llevar sus rebaños a aquellos pastos frescos pero los siguieron muchas generaciones posteriores a la conquista castellana de finales del siglo XV. Campesinos pobres de los altos de La Orotava y otros municipios vecinos sanearon sus maltrechas economías no solo llevando a los animales a la cumbre, sino recogiendo la nieve en forma de hielo de los neveros. Se dirigían a la Cueva del Hielo, la Estancia de los Ingleses y otras cuevas para depositar en su interior la nieve. Los isleños también descubrieron el azufre y pronto comenzaron a explotarlo. Desde el siglo XVII es perfectamente conocido por las monarquías europeas la riqueza del Teide en azufre.

Este elemento químico que emanaba de las faldas se empleó en el siglo XIX para combatir las enfermedades que azotaron las viñas en toda Europa y para ahumar la cochinilla blanca. Pero no solo se extrajo azufre, sino también la piedra pómez. La explotación del azufre y la piedra pómez se convirtió en una fuente de pingües ingresos económicos para algunas compañías explotadoras.

No fueron los únicos usos. Algunos encierran episodios de infausto recuerdo para los tinerfeños, como los ocurridos tras el estallido del golpe de estado de Franco en 1936. Los franquistas utilizaron múltiples rincones recónditos de las Cañadas para hacer desaparecer a militantes de izquierdas que habían asesinado. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Tenerife cree que allí se encuentran los restos de más de 60 desaparecidos, enterrados o arrojados a cuevas volcánicas, entre ellos el último alcalde democrático de Santa Cruz hasta el alzamiento militar, José Carlos Schwartz. Ninguno ha sido encontrado hasta ahora.

Mención aparte merece la seducción que ha despertado el Teide desde la antigüedad entre aventureros, conquistadores, marineros y escritores, sobre todo a partir de la baja Edad Media, cuando los europeos comienzan a adentrarse en el Atlántico. Era la primera señal que les ayudaba a navegar por el océano, un enorme faro que se divisaba desde largas distancias. El sacerdote e historiador José de Viera y Clavijo (1731-1813) estaba seguro de que las descripciones de algunos autores clásicos constituían referencias explícitas al Teide. Pone como ejemplo al historiador griego Heródoto (484 a.C.-420 a.C.), que escribió: «El Atlante es descollado y como de figura cilíndrica. Se afirma que es tan alto que no se puede ver su cumbre por estar cubierto siempre de nubes en el invierno y en el verano, y sus habitantes le llaman la Columna del Cielo».

Mención aparte merece la seducción que ha despertado el Teide desde la antigüedad entre aventureros, conquistadores, marineros y escritores

El Teide fue apareciendo en todos los mapas inspirados en las crónicas de los viajeros en los primeros años de la expansión europea (XV-XVII), relatan Carracedo, Lemus y Durbán. «Los geógrafos y cartógrafos pintaban los accidentes geográficos basándose en los vagos relatos que depositaban los viajeros y comerciantes a su regreso de las travesías. Por eso, muy probablemente por la consideración del Teide como la montaña más alta del mundo, se originó en la iconografía renacentista y barroca una forma de representación muy singular, como una montaña picuda en forma de diamante que está siempre ardiendo, según Ca’ da Mosto».

De ahí que sirviera de inspiración a numerosos escritores y viajeros durante siglos. Plinio (23 o 24-79), John Milton (1608-1674), Daniel Defoe (1660-1731), Edgar Allan Poe (18809-1849), Alexandre Dumas (1824-1895), Emily Dickinson (1830-1886), Víctor Hugo (1802-1885), Arthur Conan Doyle (1859-1930), André Breton (1896-1966), Alejo Carpentier (1904-1980)…

Algunas de las citas más célebres están en una novela de Julio Verne (1828-1905), La Agencia Thompson & Cía, publicada en 1907, dos años después de su fallecimiento. Trata sobre un agente de viajes que realiza un crucero por Azores, Madeira y Canarias. Verne debió valerse de las descripciones de otros investigadores y escritores porque no se tiene constancia de que visitara Tenerife. «Sería difícil imaginar un espectáculo más armonioso. A la derecha, la llanura inmensa del mar, a la izquierda, un conjunto de picos salvajes y negros, últimos contrafuertes del volcán, sus hijos en el pintoresco lenguaje popular, en tanto que el padre, el Teide mismo, se alza majestuosamente en último término».

Fascinación de los intelectuales

Fue tal la fascinación que en el siglo XVII comenzaron a llegar a la Isla expediciones que querían hacer cumbre. La primera de la que se tiene constancia se produjo en agosto de 1646 o 1650, según la fuente que se utilice. La realizaron los emprendedores y aventureros británicos Philips Ward, John Webber, John Cowling, Thomas Bridges y George Cove. «La resonancia de este suceso fue enorme pues, por un lado, los comerciantes ingleses inauguraron una línea narrativa que trasciende la fantasía de manos de la realidad y abren un ciclo donde se funde leyenda y realismo mágico, y por otro, porque Thomas Robert Sprat, más tarde obispo de Rocherter y deán de Westminster, la incorporó en la primera historia de la Royal Society de Londres en 1667».

Imagen antigua del Teide, anterior a la declaración de Parque Nacional.

Imagen antigua del Teide, anterior a la declaración de Parque Nacional. / El Día

Los numerosos relatos de aquellas primeras expediciones pusieron de moda al Teide durante los siglos XVIII y XIX. Pasearon por sus cumbres astrónomos, botánicos, geólogos y un gran número de naturalistas. Eran otras excursiones muy diferentes a las de ahora: duras, prolongadas, agotadoras. Muchos lo hicieron a lomos de burros o caballos, o sencillamente a pie. No había entonces carreteras, ni teleférico, ni guaguas. Destaca el alemán Alexander von Humboldt, el primer naturalista que estudió su flora.

Luego vinieron los turistas, primero poco a poco, luego en aluvión, algunos tan famosos como Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr, que acudieron en 1963, muy poco antes de que los Beatles alcanzaran fama universal. La ley de oeste reinaba en la cumbre. Se construyeron casas, refugios y hasta un sanatorio, que empezó a levantarse en 1930, nunca se culminó y lo poco que quedaba acabó demoliéndose en 2022.

La lista de admiradores del Teide se fue haciendo interminable. Pero en la cúspide hay uno muy especial: Wolfredo Wildpret. Presidente del Patronato del Parque Nacional del Teide desde 1983, el catedrático de 90 años tiene hasta una relación de consanguinidad con el espacio. Uno de sus endemismos más carismáticos, el tajinaste rojo, lleva el apellido del investigador en su nombre científico: echium wildpretii. No es por él sino por un bisabuelo. La denominación fue idea del botánico suizo Hermann Christ como dedicatoria a Hermann Wildpret, que pasó 36 años al frente del Jardín de Aclimatación de La Orotava.

Wildpret conserva recuerdos incluso anteriores a la declaración de Parque Nacional, cuando los rebaños se movían por todos lados. El científico asegura que el hito de 1954 fue decisivo. Y señala a un político de la época como principal artífice: Blas Pérez González (1898-1978). El jurista, catedrático de derecho y político palmero, que desempeñó cargos en la dictadura franquista como ministro de la Gobernación entre 1942 y 1957, fue según Wildpret el que impulsó más decididamente blindar al Teide con la máxima protección.

El político y jurista palmero Blas Pérez, ministro durante el franquismo, fue clave para que el Teide fuera blindado con la máxima protección en 1954

Con todo, se cometieron errores cuyas secuelas todavía se pagan hoy. El más grave fue la introducción, en los estertores del franquismo, de una especie invasora: el muflón. La primera tanda la compusieron 11 ejemplares que llegaron en un avión alemán en febrero de 1971. Los trajeron para que las élites tuvieran ejemplares con los que practicar la caza mayor. Los muflones se convirtieron en parte del paisaje de las Cañadas pero, desde el primer momento, en una seria amenaza para la rica y única biodiversidad. Pese a los esfuerzos para su eliminación, aún quedan unos 50 de estos muflones.

Se han seguido desarrollando múltiples actividades, aunque ahora se exige un permiso. Por ejemplo, se sigue extrayendo arena para hacer las populares alfombras del Corpus Christi de La Orotava o hay zonas reservadas para colmenas de las que se obtienen las famosas mieles de las flores del Teide. El Parque Nacional alberga además el Teleférico –comenzó a funcionar en 1971–, el Parador Nacional –construido en 1962 y renovado en 1996– y dos centros de investigación punteros a nivel internacional: el Observatorio de Astrofísica y el Centro de Investigación Atmosférica, ambos en Izaña.

El Parque Nacional del Teide lleva 226 años sin registrar una erupción en sus límites pero tiene un vulcanismo activo

El Teide lleva 226 años en paz volcánica. Es el tiempo que ha pasado desde la última erupción dentro de sus límites. Fue la de Chahorra, también conocida como las Narices del Teide. Ocurrió en 1798 en la falda occidental del Pico Viejo. Durante sus tres meses (desde el 9 de junio hasta el 8 de septiembre de 1798) se arrojaron 12 millones de metros cúbicos de lava (en la última erupción de las Islas, el Tajogaite de La Palma arrojó 200 millones) que quedó concentrada en el interior del atrio de Las Cañadas. Es un largo tiempo para la percepción humana pero apenas un instante para la historia. Y la apariencia de calma total es solo eso, pura fachada. Todo puede cambiar en cualquier momento. Las entrañas del Teide han permanecido activas, expulsando fumarolas en el cráter y con movimientos de magma que han provocado seísmos de baja magnitud.

Tuvo que llegar una crisis sismo-volcánica para que los tinerfeños supieron con certeza que las tripas del Teide se seguían removiendo como advertían los expertos. Fue en 2004, año en que se sucedieron enjambres de cientos de pequeños terremotos con epicentro en el Parque Nacional o en áreas que lo circundan. La cosa no pasó a mayores pero años después, en 2012, científicos del Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan) confirmaban que esta crisis estuvo precedida por una inyección de fluidos magmáticos. Juan Carlos Carracedo, pionero de la vulcanología en las Islas, ve improbable que a corto o medio plazo se produzca una erupción en el mismo cráter del Teide. «La acumulación de materiales en el edificio principal del complejo volcánico del Teide es tan grande que en el hipotético caso de que se produjera una nueva erupción en el Parque Nacional, esta sería en otro punto».

Imagen aérea del cráter del Teide.

Imagen aérea del cráter del Teide. / El Día

La lava sigue siendo una amenaza. Es la que ha esculpido este territorio de múltiples formas en los últimos dos millones de años a fuerza de fuego. El riesgo más palpable, sin embargo, lo aporta Wolfredo Wildpret: «La masificación y la falta de medios para controlarla». Y es que para el botánico, el Teide puede morir de éxito. El problema no es solo que el Parque Nacional es visitado cada año por cerca de 4,2 millones de personas. Lo peor es que carece de medios para ordenar y vigilar semejante aluvión, en especial a aquellos que se saltan los caminos y cometen todo tipo de imprudencias.

Juan Carlos Carracedo, pionero de la vulcanología en las Islas, ve improbable que a corto o medio plazo se produzca una erupción en el mismo cráter del Teide

El personal es ridículo –ha llegado a tener muy recientemente solo cuatro agentes forestales–, no hay expectativas inminentes de refuerzo y los intentos se topan con otro problema: las deficiencias del traspaso de competencias iniciado hace 24 años por el que la gestión pasó primero del Gobierno estatal al canario en 2010 y después del Ejecutivo regional al Cabildo de Tenerife en 2015. Quedan pendientes la incorporación de personal, la aprobación de un nuevo plan rector de uso del Parque Nacional adaptado a los nuevos tiempos o la rehabilitación del refugio de Altavista. Son pasos fundamentales para seguir garantizando la preservación de uno de los parajes más impresionantes del planeta.