Opinión | A babor

De Begoña y su estado embarazoso

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia en el Congreso de los Diputados este miércoles.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia en el Congreso de los Diputados este miércoles. / José Luis Roca

El hombre enamorado había preparado bien el día: hace tiempo que descubrió que las campañas electorales desde el poder no se ganan defendiendo tu gestión o vendiendo tus ideas, sino repartiendo espectáculo e ideología desde la tribuna. Ayer eligió el reconocimiento adelantado y sin duda histórico del Estado palestino, un estado sin fronteras ni territorio, sin instituciones, con su población gobernada al oeste por una banda de asesinos y al este por otra de corruptos. Un reconocimiento cínico e inútil que no implica nada, ni nada cambia, pero calienta aún más el horno donde se achicharra cada día el sentido común de la nación.

Llegó la hora de Palestina, pues, reconocida por Sánchez para meter pólvora en su discurso, en el preciso momento en que su Gobierno es cada vez más incapaz de gobernar lo de dentro: rechazada ayer por sus propios socios de la zurda la ley sobre prostitución que criminaliza a Tito Berni, a los cuñados y a algún que otro suegro, y anunciada la negativa de Sumar y la tropa indepe a apoyar la Ley del Suelo, a Sánchez se le gastan los recursos: ni aprobar presupuestos, ni sacar leyes adelante, ni poner en marcha un solo proyecto. Aún puede, eso sí, colocar ministros y amigotes en puestos claves, retirar embajadores y publicitar como pura historia para esculpir en mármol las naderías que él hace.

Ayer, mientras Sánchez concluía por fin el último capítulo de su sermón sobre Historia Sagrada desde el Jordán hasta el mar, Telecinco anunciaba que la exministra socialista Cristina Garmendia se convertía en presidenta de Mediaset, segundo grupo de comunicación de España. Anteayer, el Gobierno consolidaba el control de Indra, colocando en el Consejo al dueño de la fabricante de armas Escribano, y acabando así con el pacto para mantener mayoría de consejeros independientes. Miedito da la forma en que el sanchismo se queda con todo lo que del Gobierno depende.

En los ratos que el hombre enamorado no forja la Historia con su ego de titán, ni pergeña el control absoluto del país y todo lo que aquí se mueve, le da aún tiempo para hacer campaña: recordó en el Congreso que la máquina de fango sigue produciendo basura en los medios más rápidamente de lo que avanza ese cohete supersónico que es la economía patria. Pero él lo frenará. (Aunque, de momento, nada nuevo bajo el sol sobre las nuevas leyes antilibelo o similar. Tendrá que cogerse otros cinco días, a ver si se le ocurre algo.)

Y luego está la nueva cruzada para frenar la ultraderecha en Europa (literal: anunció superSánchez su intención de parar él solo a la ultraderecha continental) y entró por fin en el aliño del día: Begoña –la «honesta y responsable»– y explicó por qué su señora es ahora una institución del Estado, la primera dama herida, un patrimonio nacional que hay que proteger y defender de las hirientes banalidades del tanguista porteño…

Este país las ha visto de todos los colores, no conviene creer que la última desmesura no ha tenido precedentes. Seguro que haberlos haylos. Lo que es nuevo es la megalomanía que implica referirse a uno mismo como hombre para la Historia –ya sea por desenterrar los huesos del dictador, por reconocer un estado inexistente, por pararle las patas al cantamañanas de Milei con fuego del Estado, o por erigirse en el cruzado que derrotará la ola populista que corrompe el alma de la derecha europea–.

Con esas armas y la compañía del cumplido Alvares –un ministro con vocación de servicio a lo Botones Sacarino, y visión de Rompetechos en cuestión de diplomacia–, Sánchez espera repetir en las elecciones europeas la proeza que le salvó en Cataluña. Aquí aspira a mucho menos: quedar uno o dos diputados por detrás del PP ya le vale.

Y para eso hay que inventar un enemigo realmente despreciable –la derecha unida. O bien el sionismo rampante y genocida del Lawrence de Judea–, ofrecerlo todo al circo del mundo con la colaboración del tonto útil de Abascal, su invitado el libertario asirocado y el ministro botones, y arrastrar a su amada minera de fondos públicos, por las portadas y noticieros de todo el planeta, en su estado menos presentable e hipotéticamente embarazoso, tan lejos ya de los tiempos felices en los que ofrecía su talle al brazo tembloroso del presidente Biden.

Todo ruido. Y ruido y ruido y más ruido: para lograr que esta etapa ignara, nesciente y olvidable de la vida del país no cuente el día 9 de junio en el voto de una ciudadanía entretenida con su propio aturdimiento.

¿Le saldrá de nuevo?

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