Opinión | EN EL CAMINO DE LA HISTORIA

3.000 libros (su lectura y comentarios)

Los libros reproducen la cosecha no el proceso creador. En cambio las palabras que arman un discurso sembrado en la conversación germinan y producen nuevos discursos.

Los libros que no vas a leer.

Los libros que no vas a leer. / Pexels

Se dijo en un momento que para que una persona tuviera suficiente conocimiento desde una vertiente de cultura general, al menos debería leer durante su vida 3.000 libros, y que estos no se arrinconaran en los anaqueles de la biblioteca, sino que se sacaran de vez en cuando, se subrayaran las cuestiones determinantes que bien pudieran ser diferentes en los tiempos sucesivos que se tenga el libro en las manos.

Sin embargo, los demasiados libros, quizá sobrepasando esta cantidad de 3.000 sean innecesarios con el afán de leer todo lo que se publique, cuestión imposible porque no daríamos abasto a satisfacer nuestra curiosidad cultural a través de lo que se publica diariamente que son unas cantidades ciertamente infinitas, imposible de asumir. Tanto los que abundan en el conocimiento perfectamente definido como aquellos que intentan construir su deterioro porque es más la fábula, el dogmatismo, el adoctrinamiento, cuando no la irrealidad de la mentira lo que circula entre los millones de paginas que se publican al día en los libros en diferentes idiomas.

Sócrates, por ejemplo, desconfiaba de los libros, los comparaba con la conversación y le parecía deficientes, tan es así que le decía a Fedro: «la escritura es un simulacro del habla que parece muy útil para la memoria, el saber, la imaginación pero que resulta contraproducente. La gente se confía y no desarrolla su propia capacidad. Peor aun llega a creer que sabe porque tiene libros».

Si bien es cierto, haciendo un parangón con el filósofo griego que la conversación depende de los interlocutores, quienes son, que saben, que les interesa, que es lo que acaban de decir. En cambio los libros se pueden considerar como monólogos que ignoran las circunstancias en que son leídos. Repiten lo mismo sin tener en cuenta al lector, no escuchan sus preguntas ni sus replicas.

Los libros reproducen la cosecha no el proceso creador. En cambio las palabras que arman un discurso sembrado en la conversación germinan y producen nuevos discursos.

La inteligencia, la experiencia, la vida creadora quizá se desarrollan y reproducen por el habla viva más que por la letra muerta.

La cultura es conversación, si no abundamos en ella, si lo que aparece es una conversación digitalizada, monorrítmica, impersonal, copia una de otra, a través de los millones de conversaciones que mantenemos muchas veces sin saber quien es el interlocutor, desconociendo sus circunstancias vitales, personales y hasta creencias e ideas políticas, si que estaremos en el vacío del conocimiento, en el ocaso de una cultura construida a lo largo de la historia dando paso, no ya alejados de los 3.000 libros alineados en los anaqueles bibliotecarios, que algo es algo, sino a la deconstrucción que solo conduce al anonimato, sin firma, con ausencia de un discurso propio que pudiera degenerar en la más atroz de la indigencias intelectual que solapadamente está ardiendo a nuestro alrededor y que nos daremos cuenta, tal vez cuando veamos como vuelan las cenizas de una hoguera que devorará totalmente a la inteligencia natural suplantada por una que llaman «artificial».