Opinión

Juan Jesús González Afonso

Retos de la emergencia hídrica (I)

Arona pide que llueva ante la emergencia hídrica con la tradicional Rogativa.

Arona pide que llueva ante la emergencia hídrica con la tradicional Rogativa. / Andrés Gutiérrez

Fue en el año 1965, según la obra recientemente presentada de Juan Jesé Braojos Ruiz sobre los 175 años de historia de las galerías de Tenerife, cuando se alcanzó un mayor nivel de producción de agua con la friolera de 252 Hm³ (hoy día estamos sobre los 190 Hm³ en total). Sí, algo más de 8.000 litros por segundo (60.645 pipas/hora) procedentes fundamentalmente de galerías (7.000 L/s) y unos 1.000 L/s provinientes de pozos y manantiales. Obviamente en esos momentos eran desconocidos los sistemas de desalación o depuración de aguas, al menos en nuestro entorno, y más de un 80% del agua generada tenía un destino agrícola, porcentaje que hoy debe haber disminuido casi a la mitad tanto por menor superficie cultivada como, fundamentalmente, por mejora casi radical en técnicas de regadío.

La producción total con la que nos desenvolvemos hoy, tanto para usos urbanos (71 Hm³), turísticos (21 Hm³), agrícolas (87 Hm³) y otros como industria y servicios (5 Hm³) no supera el umbral de los 6.500 L/s sumando las fuentes generadoras de las que disponíamos en 1965. En el caso de las galerías hemos pasado de 7.000 a unos 3.000 L/s, a lo que debemos añadir la desalación que debe encontrarse ya en el entorno de los 1.500 L/s, además de la aportación de las aguas regeneradas para usos agrícolas o de jardinería fundamentalmente con algo menos de 500 litros por segundo (entre 12 y 13 Hm³/año).

El consumo urbano, calculado sobre una población de 920.000 habitantes, ronda los 211 litros habitante/día mientras el turístico supone 480 litros por visitante, actualmente representando más de 120.000 no residentes de media cada día sobre nuestro territorio. Fundamental en este sentido tener en cuenta que estamos hablando de pérdidas que rondan el 33% para el sector turístico y un 38% en el consumo urbano, sólo en estos consumos y sin tener en cuenta las pérdidas en el sector agrícola que también siguen siendo importantes (se habla de hasta el 30%), se superan ampliamente los 1.000 L/s perdidos en red. Nótese que desalamos del orden de 1.500 L/s y lo que podríamos ahorrarnos en consumo energético sólo limitando al máximo estas pérdidas.

Pues bien, a partir de esta situación general nos hemos visto envueltos en una serie de acontecimientos desgraciados, como fue la rotura del canal de Aguamansa como consecuencia del grave incendio que nos afectó el pasado verano, y un año francamente malo hasta el momento en lo que a precipitaciones se refiere y que muchos relacionan con el cambio climático, con lo que por parte del Cabildo de Tenerife se ha declarado una emergencia hídrica que permita acometer actuaciones de manera más ágil de cara, sobre todo, a evitar cortes y requisas al sector agrario que en muchas ocasiones ha sido la principal víctima de estas situaciones.

Y, efectivamente, es necesario hacer frente a la crisis, con balsas bajo mínimos, de forma decidida e introducir una reflexión seria sobre la presencia de canales de agua de hace más de setenta años sin casi mantenimiento, la situación de abandono de la mayoría de galerías sin gestión de ningún tipo de todo aquello que genere menos de 30 pipas, o cuestiones que van más allá como la presión demográfica creciente y los límites en los que debemos movernos en este sentido. Eso además de trabajar en la línea del ahorro porque de hecho no parece sensato el desarrollo, todavía hoy día, de urbanizaciones donde siguen predominando las piscinas privadas incluso sobre modelos más comunitarios en lo que a esta forma de ocio se refiere.

Sí, porque si bien la desalación hemos de considerarla hoy por hoy una alternativa imprescindible, no debemos olvidar que pese a las mejoras técnicas poner un metro cúbico de agua desalada en El Ortigal puede representar un consumo por encima de los 5 kWh y quizás cualquier apuesta por seguir favoreciendo el binomio agua-energía, cuando desde la época del Electrón en Santa Cruz de La Palma hablábamos de “agua para generar energía”, no resulte de lo más conveniente de cara al futuro y en términos de sostenibilidad ambiental y/o económica.

En lo que al sector primario se refiere estamos hablando de que Canarias en su conjunto ha reducido drásticamente su superficie cultivada, que en gran medida no se siembra más porque no hay agua disponible a precios razonables (siquiera para dar riegos de refuerzo a determinados cultivos de medianías) y que hoy por hoy en el caso de la isla de Tenerife, y en el resto del Archipiélago igual, el campo tiene capacidad suficiente para absorber un volumen muy importante de aguas negras que necesariamente hemos de regenerar y ofrecer a la agricultura a precios razonables. Israel lo hace con el 90% de sus aguas negras y nosotros no debemos estar mucho más allá del 10 o 15% y eso no debe ser ya tanto motivo de reflexión sino que debería, además, comenzar a avergonzarnos de alguna manera.

En su momento, cuando el principal destino del agua era el sector primario, Aguas era un departamento dentro de Agricultura y aunque obviamente los tiempos han cambiado debemos hacer un esfuerzo por ir hacia un modelo donde las competencias en esta materia no se encuentren tan dispersas como en la actualidad. Se trata de un recurso estratégico y tanto desde el punto de vista de la administración (Consejo Insular, Balten, Agricultura…) como desde el punto de vista de los consumidores, donde se debería trabajar más en el establecimiento de comunidades de regantes que asuman compromisos y responsabilidades, parece claro que es en la unidad y no en la atomización y en la dispersión donde está la fuerza para hacer frente a ésta y a otras situaciones incluso peores a las que nos podamos enfrentar en el futuro.

Y es que ya hemos hablado en otras ocasiones de que no basta con políticas de apagafuegos, y debemos considerar la necesidad de la desalación para todo lo que son zonas urbanas por debajo de la cota 250-300 metros, reducción drástica de pérdidas en red, recuperar la gestión de buena parte de nuestras galerías y pozos así como reutilización de aguas negras para uso agrícola. Es de urgencia y, sobre todo, respeto al cada vez más depauperado sector primario que ha cumplido con su parte invirtiendo en riegos localizados y redes eficientes allí donde los usuarios han tomado la iniciativa en forma de comunidades de regantes fundamentalmente.