Opinión

La incomprensible polémica sobre el apellido materno

Cristina Pedroche.

Cristina Pedroche.

Si bien comúnmente en España los hijos llevan como primer apellido el del padre y como segundo el de la madre, no constituye una norma obligatoria. De hecho, en 2017 entró en vigor una reforma del Registro Civil por la que el apellido paterno ya no prima a la hora de inscribir a un hijo o hija recién nacidos, y los progenitores deben ponerse de acuerdo en cuanto al orden elegido. El asunto no es baladí dado que, en caso de que el plazo del desacuerdo parental supere las setenta y dos horas, la decisión final recaerá sobre un funcionario, atendiendo al interés superior del menor. La norma ofrece igualmente la opción de establecer el uso de los apellidos de ambos, padre y madre, como primer apellido compuesto, con el fin de evitar su desaparición o, sencillamente, para que no resulte tan común. Y, como ya sucedía hasta la fecha, se sigue previendo también la modificación del nombre de pila cuando se considere atentatorio, contrario al decoro u ocasione graves inconvenientes a quienes lo ostenten.

Ni qué decir tiene que, si en su momento ya se abrió la veda en lo que respecta a la expresión de las opiniones más dispares, la cuestión sigue generando polémica. Así, veinticuatro horas han sido más que suficientes para reproducir y hasta elevar el tono de la controversia, coincidiendo con la decisión del popular matrimonio formado por la presentadora Cristina Pedroche y el cocinero David Muñoz de inscribir a su pequeña Laia con el apellido materno en primer lugar. Así, un nutrido grupo de defensores de la alternativa valora principalmente la total libertad a la hora de sumarse o no a ella y defienden que ningún apellido corre el riesgo de perderse por el mero hecho de eliminar la preferencia del masculino frente al femenino.

Incluso hacen referencia a la oportunidad de reconsiderar algunos usos tradicionales de épocas pretéritas que, en su opinión, ya no tienen sentido a día de hoy. Pero, por encima de todo, argumentan que se trata de otra vía más para la aproximación a la igualdad entre hombres y mujeres, al tiempo que recuerdan que, a diferencia de España, en países como Estados Unidos o Gran Bretaña se suele conservar sólo el apellido paterno, perdiéndose el materno por el camino. En todo caso, conviene tener presente que, cuando los menores alcancen la mayoría de edad, podrán alterar de nuevo el orden de sus apellidos, si así lo desean.

Para los detractores, por el contrario, se trata de un error gravísimo. Ellos aluden, entre otros, a motivos históricos para esgrimir que primar el apellido paterno significa que el progenitor acepta al vástago como suyo, además de constituir un sistema adecuado que permite al descendiente saber de dónde proceden sus ancestros desde un punto de vista genealógico. Detrás de esta modificación legislativa tan sólo perciben la generación de un conflicto creado de la nada y el riesgo cierto de sembrar el caos donde antes había orden. En definitiva, la enésima victoria en la senda de la destrucción de los cimientos familiares. En consecuencia, tildan esta iniciativa de ocurrencia institucional que suscita problemas donde no los hay, a la par que no soluciona los ya existentes.

Para poner la imprescindible nota de color, tampoco falta ese sector de opinadores, a medio camino entre la ironía y el tremendismo, que augura la desaparición en un par de generaciones de todos los Pérez, García o Martínez de la faz de la tierra, y que propugna que, puesto que es posible decidir el nombre de la criatura, lo suyo sería incluso inventarse sus apellidos. Prefiero no pensar en ese ulterior abanico «a gusto del consumidor» destinado a los inocentes neonatos porque, desde luego, da la impresión de que algunas sugerencias las carga el diablo. Con lo sencillo que sería abogar por el respeto y la libertad…

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