Opinión

Una franquicia del Museo Rodin de París viaja a Tenerife

El sueño, de Auguste Rodin.

El sueño, de Auguste Rodin. / Museo Thyssen- Bornemisza

Cuando el Estado francés crea un museo a nombre de Auguste Rodin lo hace respetando la voluntad del escultor, que dona su obra a Francia con la condición de que se ponga en marcha un museo a su nombre, dejando Rodin escrito que: «dono al Estado toda mi obra en yeso, mármol, bronce, piedra y mis dibujos, así como la colección de la Antigüedad que me complace haber reunido para el aprendizaje y la educación, tanto de artistas como de trabajadores. Y solicito al Estado que conserve el Hotel Biron para sede del museo con dichas colecciones, reservándome el derecho a residir en él durante toda mi vida».

El museo se ubica en París en un coqueto palacete de estilo neoclásico, una casa unifamiliar donde se combinan fachadas de tradición clásica y renacentista, abriendo sus puertas en 1919 con dos sedes, el Hotel Biron en el centro de París, y la Villa de Brillantes, en Meudon, en sus afueras, la casa donde fallece el artista.

Entre las esculturas más famosas de Rodin sobresalen El pensador, todo un icono universal, y El beso. Creo recordar que la sede tinerfeña de Caja Canarias albergó una exposición con al menos alguna copia de esas obras, lo que mereció el aplauso de los visitantes, un servidor entre ellos.

Llevamos cierto tiempo asistiendo a una polémica porque el Ayuntamiento capitalino pretende adquirir copias de esculturas del artista parisino para montar un Museo Rodin en el Parque Cultural Viera y Clavijo en base a que el Grupo de Gobierno municipal (CC y PP) vislumbra el suculento beneficio social, turístico y económico que el parque escultórico va a proporcionar a nuestra ciudad. Esencialmente se trata de la compra por 16 millones de euros de unas 83 copias de esculturas de Auguste Rodin, además del alquiler de otras, valoradas en 20 millones de euros, durante 15 años.

Los grupos municipales de la Oposición (PSOE, Unidas Podemos y Ciudadanos), no ven claro ese beneficio, y proponen paralizar el proyecto, entre otros motivos porque su tasación ha sido encargada a una persona vinculada al Museo y no a un profesional independiente, además del riesgo que suponen las elevadas cantidades que se van a comprometer a escasos meses de las elecciones en varios ejercicios presupuestarios.

Bueno es saber que el Museo Rodin de París se autofinancia en gran parte con la venta de copias de sus esculturas, lo que no excluye que haya alguna motivación de índole cultural para que Rodin tenga su museo en Santa Cruz de Tenerife, si bien parece prevalecer una oportunidad de negocio en la estrategia comercial del museo parisino, estimándose como argumento a favor del proyecto que «entre 438 y 651 cruceristas visitarán diariamente el museo el primer año», argumentando su análisis de viabilidad que en ese tiempo el número de visitantes oscilará entre 492.422 y 783.673 personas, es decir, de cinco a ocho veces las visitas anuales al TEA, y al mismo nivel, o incluso por encima, que el propio Museo Rodin de París, con lo que los ingresos directos del museo tinerfeño serían tan elevados que generarían, solo en los cinco primeros años, unos beneficios estimados entre los 3,5 y 27 millones de euros, que ni siquiera el Grupo de Gobierno se cree.

Así que, mientras todos los gastos del museo tinerfeño se financiarían con sus propios rendimientos, el parisino necesita vender copias de sus esculturas para sobrevivir. Un negocio así debe considerar el Grupo de Gobierno que no se puede desperdiciar, dando por hecho que el público va a abarrotar el Viera y Clavijo seducido por un «museo internacional», argumentos de los que desconfía la Oposición y la ciudadanía al tratarse de conjeturas estadísticas no demostradas.

Recuerdo el Pleno del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife de 21 de febrero de 1997, que, por unanimidad, aprobó la moción que presenté como portavoz del Grupo Socialista para que el teatro del Viera y Clavijo se denominara Pérez Minik, aunque acabó siendo derribado. Y mientras, las esculturas en la calle sin mantenimiento. Al parecer, después de pensárselo mucho, el pensador ha decidido no enviar una de sus copias al Viera y Clavijo, no sea que con el tiempo también la tiren.

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