Opinión | Retiro lo escrito

Peligro de guerra

Jamás, desde finales de los años setenta, había servidor escuchado a un ministro que un misil nuclear ruso podría alcanzar territorio español

El presidente de Rusia, Vladimir Putin.

El presidente de Rusia, Vladimir Putin. / Vyacheslav Prokofiev/Kremlin/dpa - Archivo

Y luego dicen que no ocurre nada nuevo. Modestamente, por mi parte, solo veo novedades entre desagradables y desastrosas. El actual Gobierno español es sumamente creativo. Ha avanzado como nadie en tres direcciones: desparlamentarización de la vida política, partidización delirante e incesante del discurso del Gobierno y desconstitucionalización del régimen democrático, tal y como la describe Luigi Ferrajoli en Los poderes salvajes. Estos tres puntos pueden describirse someramente. Se desparlamentariza la democracia representativa cuando se gobierna usando y abusando una y otra vez de la vía del decreto ley, intentando en muchas ocasiones que todos los controles –incluido el Consejo de Estado -- queden anulados. Se somete a una partidización grotesca el discurso del Ejecutivo y se utilizan hasta las ruedas de prensa posteriores al Consejo de Ministros para arremeter contra líderes y partidos de la oposición, contra medios de comunicación y contra jueces y magistrados, aunque nada tengan que ver con las decisiones tomadas por el Gobierno. Y se desconstitucionaliza cuando se suman a las dos anteriores operaciones el urdir una ley de amnistía en negociación explícita con sus beneficiarios, cuando la Carta Magna no la admite, hurtándose el debate en las Cortes al presentarse no como un proyecto legislativo, sino como una proposición de ley: así se han evitado, igualmente, los informes preceptivos. Todo esto –y muchas cosas más – ha ocurrido durante el último lustro: el que lleva el frente del Gobierno Pedro Sánchez.

Otra novedad. Jamás, desde finales de los años setenta, había servidor escuchado a un ministro que un misil nuclear ruso podría alcanzar territorio español. Ni siquiera durante los primeros años del reaganismo pudo oírse tal cosa. Y no es que no sea cierto – un misil nuclear ruso alcanzaría suelo español poco más o menos en cuarenta minutos –sino porque es una irresponsabilidad. Y sin embargo eso es lo que ha afirmado con una pasmosa tranquilidad la ministra de Defensa, Margarita Robles, en el contexto del aumento de la tensión entre la Federación Rusa y la Unión Europea a propósito de Ucrania. Las pinturas de guerra con las que se han embadurnado Úrsula von der Leyend y Josep Borrell –entre otras héroes bruselenses – solo pueden producir estupefacción. Europa no está en condiciones de emprender –no digamos soportar – una guerra abierta con Rusia. Incluso si se decidiera mancomunadamente a una militarización feroz y a gran escala tardaría años en estarlo. La producción de una reorganizada industria armanentística debería multiplicarse por cinco. La nueva doctrina de la Comisión habla de un gasto de 1.500 millones de euros hasta 2026, cuando serían necesarios, como mínimo, 6.000 millones para empezar, La única manera en la que la UE pueda convencer a los rusos de una fortaleza militar capaz de responder a un ataque en un plazo razonable de tiempo es entrar en un modelo de economía de guerra, priorizando la producción de armamento al de otras industrias. No parece que en medio de una economía desfalleciente el objetivo seduzca a alemanes, franceses o británicos.

Europa está en una situación apurada porque Estados Unidos no suelta los 60.000 millones de euros que Joe Biden le prometió a Ucrania, pero que los republicados estadounidenses han bloqueado en el Congreso. Si esa pasta, en su mayoría ayuda militar, los ucranianos ven comprometida su capacidad de ataque y de defensa, a través de la artillería, en todos los frentes. Solo un compromiso más amplio y firme de Estados Unidos – financiación para mantener viva la economía ucraniana, tecnología militar y asesoramiento – pueden interrumpirse la escalada que apenas empieza. Las declaraciones de Robles forma parte de una danza guerrera peligrosa porque no tiene ningún sentido práctico. Las apetencias imperiales de Putin y las torpezas dubitativas de líderes de naciones que viven en paz hace casi 80 años se entrecruzan para nublar el horizonte europeo.

Suscríbete para seguir leyendo