Opinión | A BABOR

El gran casino

La política se ha instalado en estado de campaña electoral permanente, un ambiente de enfrentamiento salvaje y canalla

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el líder del PSC, Salvador Illa, este domingo.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el líder del PSC, Salvador Illa, este domingo. / Manu Mitru

Cuando pase el 9 de junio, se habrán celebrado hasta seis elecciones en España en un año. Seis. No es, desde luego, un momento propicio para evitar radicalizaciones y conflictos, sino todo lo contrario. Los procesos electorales simplifican el relato político al punto de hacer creer a los electores que las únicas opciones son lo que yo defiendo o lo que yo ataco, lo mío o lo de los otros, lo correcto o lo incorrecto, lo bueno y lo malo. Los procesos electorales envenenan el discurso público con dosis insoportables de radicalidad, hacen imposible un diálogo sobre las diferencias, destruyen las posibilidades de consenso. En las elecciones, es siempre a todo o nada, hasta el último momento. Y en los últimos años, la democracia ha elegido el camino perverso de deslegitimar cualquier argumento del contrario, incluso su propio derecho a ganar, a existir y a plantear políticas diferentes. Uno tiene la impresión que los procesos electorales actuales no son un mecanismo para garantizar la alternancia no traumática en el poder, sino para asentar el cambio revolucionario de régimen, o la continuidad del que ya existe, basada en la voluntad de exterminio del otro.

Vivimos instalados en un desorden que afecta a toda la clase política, pero más al Gobierno: por un lado, está la debilidad de su acuerdo con los socios indepes, con Junts negociando cada apoyo al borde mismo de la nada, las consecuencias brutales del caso Koldo, la huida de Ábalos al Mixto, el aviso del exnúmero tres de que hay manta de donde tirar, el desastre de Galicia, las exclusivas periodísticas, las comisiones de investigación, y ahora la renuncia a sacar los Presupuestos. Y luego, la inanidad de Sumar, un partido de diseño montado por Sánchez para librarse de Podemos, que ha sido incapaz de evitar la ruptura de la izquierda y de su propio grupo parlamentario, se ha estallado en Galicia, y ha demostrado no sumar siquiera a los comunes, que le han reventado a Sánchez la legislatura por carambola.

Por si fuera poco, la política se ha instalado en estado de campaña electoral permanente, un ambiente de enfrentamiento salvaje y canalla, agriado aún más porque se nos vienen encima tres procesos electorales encadenados, uno por mes, desde ahora a junio: 21 de abril en el País Vasco, 12 de mayo en Cataluña y 9 de junio en toda Europa, con la convocatoria de unas elecciones que el PP pretende convertir en plesbicitarias. ¿Y qué va a ocurrir?

Es imposible saberlo: todo ha cambiado en unas horas, por la decisión de los comunes de bloquear los presupuestos de la Generalitat, al no ser capaces de impedir que Esquerra retirara un proyecto de macrocasino, que es difícil discernir si se construirá o no. Mientras, el verdadero casino se ha instalado en la política española, provocando el adelanto de las regionales catalanas, la conmoción más absoluta en el campo del Gobierno, cada vez más dividido, y la suspensión de los presupuestos de 2024, un empeño casi personal de Pedro Sánchez, que no verá la luz porque los socios catalanes de la ministra Díaz consideran que frenar el macroproyecto del Hard Rock Café es prioritario a cualquier otra cosa, incluyendo la estabilidad de su propio Gobierno.

Al final, ante la imposibilidad de saber hoy si los Presupuestos contarán con apoyo suficientes, Sánchez ha optado por hacerle caso a su ministerial clon de Milei –el iracundo Óscar Puente– y suspender el debate de los de 2024, para concentrarse en las elecciones que se van a producir, en un ambiente ya de por sí desquiciado: el PSOE intentando justificar las aventuras de Koldo y Cía; el PP acusando a los socialistas de robar concesiones para gastarse las comisiones en coca y putas, al estilo Tito Berni; Sánchez pidiéndole a Ayuso que dimita por el fraude fiscal de su novio (al parecer cometido antes de ser su novio, un asunto filtrado por el fiscal del Gobierno a los medios) y sacando las fotos de Feijóo navegando hace años con un contrabandista que acabó en prisión; y Feijóo señalando a la mujer de Sánchez, Begoña Gómez, como intermediaria en el rescate por 700 millones a Air Europa, la empresa aeronáutica que financia las actividades de Begoña.

Así está de acasinado el patio hoy, y se va a poner mucho peor cuando empiecen a escupirse las tremebundas filtraciones que se esperan de las comisiones parlamentarias de investigación: hasta cuatro en el Congreso, una en el Senado, una en el Parlamento de Canarias y otra en el Balear. Ya se prevé que el Congreso cite a declarar a Feijóo, y el Senado a Sánchez y su mujer. Y por supuesto a Armengol y Torres, que tendrá nuestro ministro también alguna comparecencia en la comisión parlamentaria de Teobaldo Power.

Con tales mimbres, no es de extrañar que hasta el CIS diga que de los problemas del país, el mayor es el Gobierno y los partidos y el tercero el mal comportamiento de los partidos. Será, pero a ver quién para esto.

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