Agricultura | Óbito

Muere don Rufino Hernández, maestro del deshijado de la platanera tinerfeña

De sus 98 años, 90 los dedicó al cultivo del plátano

Don Rufino Hernández, maestro del deshijado de plataneras en Tenerife, en su última visita a La Palma.

Don Rufino Hernández, maestro del deshijado de plataneras en Tenerife, en su última visita a La Palma. / E. D.

Una pérdida irreparable pero que deja un legado a todo aquel que lo conoció en la tierra. Formado en la universidad de la vida, una vida dedicada al cultivo, al cultivo de la sapiencia agrícola, agricultura de la que fue un revolucionario… buscar calidad antes que cantidad. La inminente subida en la producción avalaba su teoría empírica. Natural del municipio de Los Silos, don Rufino Hernández Lorenzo (16/11/1922), dedicó 90 años a la observación, interpretación y ejecución en el campo. El método de evaluación, los kilos de cada una de las piñas.

Nació como las que definía como “las mejores lluvias”, tras el verano. Sin haber llegado a los ocho años de edad, el pequeño Rufino Hernández ya era capaz de regar algún cantero que otro por lo que cobraba “tres perras gordas” y algún racimo de uvas (en especies). Antes de cumplir la mayoría de edad y con el escenario de la Guerra Civil en España, empezó a trabajar definitivamente en la platanera.

De la mano de don Agustín Pérez, Hernández aprendió sobre la orientación de las producciones, otrora una gran olvidada por la inmensa mayoría de plataneros de Canarias, los cuales rara avis pasaban del 50%. don Rufino tras haber terminado su jornada, seguía en la tierra, y es que ahí es donde observaba con suma atención la evolución de la hijería. A partir de ahí, consiguió duplicar los porcentajes de la fruta con sus técnicas de capado, distancias (la cifraba entre mata y mata en 3 x 2,30 metros), alineación y el tempo. No en cualquier momento se puede deshijar, ya que su base empírica le demostró que eso repercutía en el bolsillo del terrateniente y, por extensión, en el del jornalero/peón. El deshijado es un arte y Don Rufino fue para dicha tarea lo que Beethoven a la música o Picasso a la pintura.

No obstante y pese al claro idilio del señor Hernández Lorenzo con la barra -o barreta-, no sólo observó hasta sus últimos días de vida la orientación del cultivo, sino también aspectos como el deshojado, corte de la bellota y hasta el polvo que, según él, abrigaba a la mata. Amó al plátano y compartió su doctorado sin certificación hasta con los titulados en Ingeniería Agrícola. Los que lo conocieron y supieron aprender de él –también en sus desplazamientos a La Palma, donde era muy querido-, tan afortunados como esos hijos que se protegen bajo las hojas de la platanera que acaba de parir. don Rufino se despide de la tierra, la que tantos kilos de ‘sabor de lo nuestro’ le debe. Gracias, maestro.