Opinión | A babor

Todos a darnos miedo

Carteles de los diferentes partidos que se presentan a las elecciones europeas.

Carteles de los diferentes partidos que se presentan a las elecciones europeas. / LP/DLP

Ante la inminencia de unas elecciones europeas que a nadie parecen importarle demasiado, el sanchismo parece decidido a utilizar la misma exacta estrategia que movió en las elecciones andaluzas de 2018, mezclando churras con merinas y aventando el miedo a la ultraderecha y a la contaminación ultraderechista de la derecha. Es curioso que en aquellas elecciones el PSOE pareciera más interesado en señalar a Ciudadanos como una fuerza de la ultraderecha, que a enfrentarse al creciente impulso electoral de la ultraderecha verdadera –Vox–, que pasó de cero a doce diputados en un plis plas. Al final, las elecciones, ganadas por Susana Díaz, dieron paso a un Gobierno presidido por Juan Manuel Moreno, del PP, apoyado por Ciudadanos y Vox. Puede decirse que el PSOE murió en Andalucía –la plaza socialista– de profecía autocumplida.

En la campaña de las Europeas, el PSOE está actuando de la misma forma: no han pasado aún seis años de la primera derrota de Sánchez (tampoco pareció importarle mucho, quien quedó tiesa fue su contrincante en las primarias, Susana Díaz), pero lo que pasó en Andalucía entonces, y lo que trajo después, parece haberse olvidado. El nuevo PSOE inició entonces la estrategia de polarización, frentismo y radicalización extremista –mucho más acusada en los discursos y los gestos que en las políticas– que es –en el fondo– una apuesta constante por el todo o nada.

Ahora no está Ciudadanos para endosarle la supuesta desviación ultraderechista que parece definir a cualquier fuerza situada en la frontera del PSOE hacia el centro, pero aún les queda el PP, y además lo que se juega en las europeas –así parecen haberlo decidido ambos partidos– es un plebiscito sobre la continuidad de Sánchez al frente del Gobierno. Hay pocas dudas de que la derecha ganará estas elecciones de circunscripción única, donde ocurre lo que en ninguna otra: que los votos de todo el mundo valen exactamente lo mismo. Pero aquí de lo que se trata es de si el PP ganará en solitario al PSOE y por cuánto, si Sánchez saldrá vivo con capacidad de agarrarse a algún nuevo discurso y enemigo. El ensayo general que define el tono y la forma que Sánchez quiere dar a esta pelea saltó antes del inicio de las elecciones, con Milei y Palestina, dos asuntos de tripa y no de cabeza, donde sentimientos y percepciones son claves, muy por encima de la razón o los argumentos.

Sánchez se sitúa en una liga en la que no entra en incómodos conflictos con sus colegas europeas –las señoras von der Leyen o Meloni, por ejemplo– pero eso no quiere decir que no haya otros que le hagan la cruzada: Ángel Víctor Torres entró ayer en campaña en el foro de Prensa Ibérica, con una alambicada presentación del viejo recurso al miedo. Dijo que el avance de la alianza entra la derecha y la ultraderecha podría hacer que en Canarias se creen «centros de gestión de la inmigración africana» como los que Meloni defiende se instalen en Albania. Es una declaración con el mismo soporte de veracidad que asegurar que si gana la izquierda se abrirán las puertas a quinientos millones de enfurecidos islamistas. Detrás de ambas, lo que está es el uso del miedo. La derecha resulta menos sofisticada, más brutal, porque nunca tendrá que dar cuentas a sus electores de dónde quedó el Aquarius. La izquierda lo tiene más difícil: con el Pacto de Asilo, han asumido uno tras otro los argumentos conservadores sobre la emigración. Los buenistas se suman ahora en masa a las políticas migratorias de la realpolitik continental, pero lo hacen con la boca chica: debe resultarles un poco esquizofrénico moverse entre dos aguas, dos discursos, don lenguajes.

El ministro Torres asume que él no está invitado a la liga mundial, donde Sánchez se mide a pecho descubierto con tipos francamente indeseables como Milei o Netanyahu. A él le toca la brega de tercera división regional, ocuparse de lo cercano: es el encargado de decirnos que el PP y Vox convertirán Canarias en una cárcel y la llenarán de africanos, para hacerle el gusto a Meloni. Lo malo es que ya somos eso, desde hace años, porque al Gobierno de su señorito, y a los anteriores, les ha resultado más cómodo y rentable concentrar a la gente en El Hierro o Lanzarote –de donde no se sale caminando– que hacerlo en Cuenca, por ejemplo.

El miedo a los otros, y a los otros en exceso, ya juega hace años con el inconsciente de los nuestros, sin necesidad de meter a la alianza de la derecha y la ultraderecha en el guiso. Lo que me apura es no tener claro si Torres quiere meternos un miedo difuso a las intenciones concentracionarias de Meloni, o persigue hacernos sentir el miedo real de que esto se nos llene de negros. Quizá estaría bien que nos lo aclarara.

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