Opinión | Gentes y asuntos

Petroglifos

En este mes de abril, La Palma acogió la celebración del 94 Consejo de Patrimonio Histórico de España que reunió en el Museo de San Francisco a la representación de las comunidades y ciudades autónomas y al equipo del ministerio de Cultura. Interpretamos la elección de la sede como un gesto sensible y afortunado de las dos administraciones y una excelente oportunidad para visibilizar los activos culturales de la isla, y para recordar que, con el mismo temple y eficacia con los que se luchó durante la erupción, se trabaja en la ardua empresa de la reconstrucción.

Al signo positivo de la efeméride que, sin duda, revela la voluntad descentralizadora de la dos administraciones, debemos añadir una magnífica noticia y es la futura petición a la Unesco de la Declaración de Patrimonio de la Humanidad para el conjunto de los petroglifos prehispánicos de Canarias. Ahí valoramos en su justa medida los buenos oficios de Miguel Ángel Clavijo, director general de Cultura y Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias. En primer lugar, porque comprende la totalidad del territorio que, en mayor o menor cantidad, contiene muestras expresivas de la cultura aborigen y que, en el ciclo temporal exigido, compartirán un honor, un atractivo turístico común y el estímulo científico para buscar coincidencias y diferencias en el universo aborigen; para avanzar en el conocimiento de los pueblos que habitaron el archipiélago y desentrañar, en cuanto sea posible, los misteriosos mensajes que labraron en la piedra.

Hasta ahora y para su bien, el patrimonio histórico, como otros hechos diferenciales, tuvo reconocimiento, celo y estudio singularizado, insularizado para ser más precisos. Después de una consideración de ese rango, esperamos, y debemos, compartir el honor y el sentimiento y asumirlo con la misma razón y fuerza con las que defendemos nuestras singularidades.

Durante la convención, y con sabio criterio, se incluyeron varias visitas culturales y, dos de ellas, de especial significado: la primera fue un recorrido por el Parque Arqueológico de Belmaco, en la Villa de Mazo, una expresión suprema del pasado aurita; la segunda, una excursión y visita guiada al complejo del Roque de los Muchachos, en el municipio de Garafía; un paisaje que «quien lo vio no lo olvida», como señaló el Nobel Vargas Llosa, y un centro científico de privilegio e inexcusable referencia de la astrofísica mundial.

Decir Belmaco es mentar un espacio capital de la prehistoria isleña y regional, de la primera muestra de inscripciones rupestres descubierta en el archipiélago, en un paraje amable con la vista del mar, con diez cuevas de habitación, abrigos y laderas verdes para el pastoreo caprino. Fue descubierto en 1752 por el capitán Domingo Van de Val de Cervellón (1720-1776), cuando hacía diligencias por la muerte de un vecino en compañía del escribano Santiago Albertos. Era este gobernador militar un personaje curioso, conservador del hospital de San Lázaro y alguacil mayor del Santo Oficio pero, a la vez, hombre curioso para la cultura y abierto a las ideas renovadoras que llegaban de Europa.

Era, en la distancia, un ilustrado que supo el valorar el descubrimiento y despertar las miradas canarias hacia los riscos y paredes, hacia los puntos más significados de sus poblados y caminos. Protegido con el título de Bien de Interés Cultural, Belmaco es, desde las expectativas comentadas, el kilómetro cero de una sugestiva y variada oferta de arte rupestre que nos define y nos vincula a las atractivas y misteriosas culturas atlánticas.