Opinión | Sangre de drago

¿Por qué lloras?

Procesión del paso de la Dolorosa, San Juan y la Magdalena del convento de Las Claras al Santuario del Cristo

Procesión del paso de la Dolorosa, San Juan y la Magdalena del convento de Las Claras al Santuario del Cristo / María Pisaca

Se suspendió la procesión de Madrugada en La Laguna. Esa procesión en la que el Cristo de La Laguna madruga la mañana del Viernes Santo desde su Santuario hasta la Catedral recorriendo las «siete palabras» que, narradas por los evangelios, pronunció Jesús estando clavado en la Cruz y antes de morir. La situación de inestabilidad climática, sobre todo por el viento, hizo imposible que este año se repitiera la escena. 1) Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen; 2) Hoy estarás conmigo en el Paraíso; 3) Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre; 4) Señor, ¿por qué me has abandonado? 5) Tengo sed; 6) Todo está cumplido; y 7) Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Eso dijo antes de morir. Pero nosotros, por experiencia y por fe, creemos que la muerte fue vencida al tercer día; y que Jesús fue exaltado y vive para siempre. Él lo anunció y ocurrió. Frente a aquellas siete palabras, los evangelios nos recogen también muchas otras, entre las que Ángel Moreno, de Buenafuente, nos ubica las siete palabras especiales pronunciadas por Jesús después de resucitar: 1) Mujer, ¿por qué lloras? 2) La Paz con vosotros; 3) ¿Qué conversación es esa que llevar de camino? 4) Mirad mis manos y mis pies; 5) Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán; 6) Dichosos los que crean sin haber visto; y 7) ¿Me amas?

Me quiero fijar en la primera –1) Mujer, ¿por qué lloras?– y preguntarme cuál es el motivo por el que lloramos. Se llora tanto de tristeza como de alegría. Esa expresión externa y física de nuestro mundo emocional es misteriosa. El dolor, la pena, la angustia, la soledad, la frustración, etc., son motivos por los que podemos responder a esta pregunta. Pero también lo son la sorpresa, el gozo, el reencuentro, un diagnóstico de que ya todo ha pasado y no hay enfermedad, un regalo, un abrazo, etc.

María Magdalena lloraba porque no encontró en el sepulcro el cuerpo de Jesús y lo quería embalsamar. El sepulcro vacío era motivo de tristeza, ansiedad y lágrimas. Al escuchar su nombre en labios de Jesús, y reconocerlo vivo, siguió llorando, ahora por la alegría del reencuentro. Se llora por infinidad de motivos. Y es como si estuviéramos hirviendo por dentro y, como una olla a presión, necesitáramos un respiradero que evite que reventemos. Llora la madre que no consigue quedar embarazada y, también, llora dándole el pecho a su hijo ya nacido. Lloramos por defecto y por exceso.

A la pregunta de Jesús podríamos responder que lloramos por todo; lloramos por la vida. Nos hace llorar vivir si vivimos intensamente. Y, como la naturaleza es sabia, uno se pregunta por la funcionalidad del derramar lágrimas. Y aquí actúa la imaginación creativa: Tal vez sea una forma de lavar la mirada y aprender a descubrir que detrás de cualquier circunstancia se esconden posibilidades extraordinarias. Detrás de una pérdida siempre hay un descubrimiento. Y el ser capaz de descubrirlo necesita una renovación de la mirada.

Se llora tanto por un sepulcro vacío –porque no está–, como por un sepulcro también vacío –porque vive–. Seguro que Adán fue formado con el barro de la tierra y las lágrimas de Dios…