Opinión | Sangre de drago

Las cuentas no salen

Tiendas de campaña en alquiler en una azotea

Tiendas de campaña en alquiler en una azotea / El Día

Sí salen, aunque no dan el resultado esperado. Porque las sumas y las restas son las que son y las matemáticas funcionan. Las cuentas siempre salen: bien o mal. Cuando usamos esta expresión lo que queremos decir es que salen mal. No salen las cuentas aunque tengamos ingresos, pues los gastos se han elevado por encima de estos. Y la empresa, la economía familiar, etc., quiebra. Hasta no hace tanto tiempo dábamos por supuesto que si una persona tenía trabajo, las cuentas le salían. Que una familia con ingresos laborales, de cualquier nivel, no debía ser considerado en situación de vulnerabilidad o de exclusión social. Un trabajo era lo que necesitaba una persona para garantizar un nivel de vida suficiente. Pues ya no salen las cuentas. Hace una semanas que Cáritas Diocesana de Tenerife nos ha ofrecido el número de personas atendidas, con ayuda de necesidades básicas que están en el sistema laboral. Pero es que las cuentas no salen porque han subido de precio los productos del supermercado y ha subido muchísimo el alquiler de la vivienda. Y cuando hacemos sumas y restas, las cuentas no salen.

En la actividad política está visto que no es suficiente con garantizar que todos los ciudadanos estén en el mercado laboral y que el trabajo sea digno. Es necesaria una mirada más amplia que incluya aspectos macroeconómicos que garanticen que la inflación no haga saltar por los aires las estructuras del bien común. Tal vez la mirada debería redirigirse a los verdaderos problemas sociales que están afectando a la gran mayoría de la población, evitando el canto de sirenas que hacen que en muchas manos responsables solo estén las hojas de los rábanos. Y no todo se soluciona con la apelación –como receta– de una subvención alternativa recibida como dádiva generosa y deudora que tienen más de motor manipulador que de eficacia de solidez social.

Pero es que las cuentas no salen a otros niveles más altos. Si salieran y fueran las adecuadas no tendríamos que endeudar a la sociedad con créditos a fondos internacionales. Un país al que no le importa cubrir su presupuesto con deuda año tras año, a la corta le salen los números, pero a la larga no saldrán bien paradas las futuras generaciones a quienes las cuentas no le saldrán. En estas páginas de la historia no vale el estar caliente aunque se ría la gente. La gente es de tu carne y sangre. Son tus hijos. Y este método virtual, tarde o temprano, se convertirá en sufrimiento real.

En las entrañas de la nación, la injusticia social se revela como un oscuro pacto entre el presente y el porvenir. Hoy, mientras los presupuestos son apuntalados con préstamos que rechinan bajo el peso de decisiones políticas desequilibradas, el futuro se disuelve en las sombras de una deuda que recaerá sobre los hombros de generaciones aún no nacidas. El país, ansioso por mantener la apariencia de estabilidad económica, sacrifica la equidad y la justicia social en un altar de cortoplacismo. Mientras los ciudadanos actuales disfrutan de los beneficios de un bienestar efímero, las cadenas de la deuda se forjan silenciosamente, creando un legado amargo que los jóvenes heredarán como un yugo injusto, limitando sus oportunidades y restringiendo sus sueños. La narrativa de esta deuda impuesta sobre las generaciones venideras se convierte en una tragedia moderna, donde el presente ansía satisfacción a expensas del futuro, tejido con hilos de desigualdad y desventaja social.