Opinión | Gentes y asuntos

Pedro Lezcano

Cuando todos los constipados y la gripe común están bajo sospecha lo mejor, si se puede, es guardar el tuyo. Descartados los riesgos actuales, con unas décimas de fiebre, bata de casa y bebidas calientes afronto el malestar que, antes de las especializaciones y las pandemias, llamábamos catarro. Con recogimiento a plazo fijo, selecciono un par de libros para darme al sano vicio de la relectura. El primero es sugestivo hasta en el título – «Cuentos sin geografía» – y su autor, con todas las consecuencias, es un héroe cotidiano, un ejemplo admirable de talento y compromiso.

Será difícil encontrar en la Canarias de su tiempo – a la que llegó con nueve años y huérfano de madre, que falleció en su nacimiento – a una persona tan polifacética como brillante y, sobre todo, con tan insaciable sed de conocimiento. Ese mirlo blanco era Pedro Lezcano Montalvo (1920-2002), nacido en Madrid y radicado en Gran Canaria. Estudiante en las universidades de La Laguna y Barcelona, se licenció en la especialidad de Filosofía Pura en la Complutense, pero renunció al doctorado por «profundas discrepancias» con las ideas y formas que regían en la facultad madrileña.

«Pensador por cuenta propia y filósofo sin doctorar», ganó el Premio Nacional de Teatro del Ateneo de Madrid con la obra «Desconfianza», pero la censura prohibió su representación. Dejó atrás con cierta nostalgia las tertulias de los garcilasistas en el Café Gijón, con José García Nieto a la cabeza; sus animados encuentros con Vicente Aleixandre, Camilo José Cela, Eugenio de Nora y Sergio Alonso, entre otros nombres notables de la posguerra, y las entregas en las revistas literarias. Trajo en el equipaje de vuelta, «la admiración por la Generación del 27, dispersada entre el exilio y el silencio» y el fervor por la poesía militante de Miguel Hernández. Trabajó por cuenta propia como impresor y editor y, en paralelo, «con la oportunidad que me dio una tierra única», practicó sus grandes aficiones: el senderismo y, como incentivo añadido, la micología; el submarinismo –»conocer el mar y la tierra es una obligación» – y el ajedrez, «un juego ciencia donde hasta las derrotas son enseñanzas».

De su taller en la calle Malteses salieron libros de poesía de autores locales y octavillas sin pie de imprenta de denuncia política que burlaron la censura del régimen; y allí tertuliaron regularmente representantes cualificados de la cultura insular: los hermanos Millares Sall, Agustín, José María y Manuel; Víctor Doreste, Manuel Padorno, Ventura Doreste y, ocasionalmente, Sebastián de la Nuez, profesor de literatura y propietario del inmueble. Ocho años después de acabar la Guerra Civil, el 30 de mayo de 1947, apareció «Antología cercada», editada por «El Arca». Fue la primera manifestación de la poesía social española; con sólo 42 páginas, para que el trámite insalvable de la censura se hiciera en Las Palmas, porque con una página más hubiera sido competencia de de Madrid. Incluía poemas de los hermanos Agustín y José María Millares, Ventura Doreste y Pedro Lezcano, con un propósito común la denuncia de una sociedad «simbólicamente rodeada de muros que ahogan la libertad». Con las previsibles secuelas de las «detenciones sin garantías, los interrogatorios sin contemplaciones, las amenazas de consejos de guerra y algún que otro palo», se cumplieron los objetivos de los autores en unas coordenadas complejas, a dos años de la derrota del fascismo y del nazismo en la II Guerra Mundial y de la promulgación del Fuero de los Españoles y en un periodo sórdido de violencia y represión. Tendrían que pasar ocho años para que vieran la luz los famosos títulos de Gabriel Celaya y Blas de Otero, que algunos críticos calificaron como pioneros de la poesía social en España. 52

En 1956, Pedro y Ricardo Lezcano al frente de un grupo de amigos, fundaron el Teatro Insular de Cámara que inició sus actuaciones en el Museo Canario y, ante el éxito, pasaron al Pérez Galdós y a programar funciones en otras localidades de Gran Canaria. «La ruleta del sur», un poema escenificado, y la segunda pieza teatral de Pedro, se estrenó en el Pueblo Canario de Néstor. La compañía se disolvió doce años después tras la marcha de Ricardo, su director, a Madrid.

A todas éstas, con el espacio agotado, reparo en que el amigo Lezcano, narrador, poeta y político habría superado el siglo. Pero todo eso será historia para otro día.