Opinión | A babor

La dimisión

El exministro de Transportes y diputado del PSOE, José Luis Ábalos.

El exministro de Transportes y diputado del PSOE, José Luis Ábalos. / Eduardo Parra - Europa Press

El que fuera todopoderoso exministro de Fomento y exsecretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, anunció ayer su intención de mantener su escaño y pasar al Grupo Mixto para defender desde allí su honestidad «hasta las últimas consecuencias». Una frase que suena bastante amenazante, por cierto. Ábalos ha dicho que no está dispuesto a acabar su carrera como un golfo, porque él es inocente de todos los delitos de los que NO se le acusa. En claro desafío al que hasta hace unas horas era su partido, ha adelantado su anuncio al vencimiento del plazo dado por el PSOE, que el lunes le concedió apenas las 24 horas que dura un tuit para dimitir como diputado y asumir de esa manera «su responsabilidad política» por las fechorías de Koldo.

Ábalos aprovechó su comparecencia ante los medios para dirigir durísimos reproches a la dirección del PSOE y al Gobierno, decir que se siente solo y abandonado por todos –«me enfrento a todo el poder político, de una parte y de otra»– y defender con vehemencia su inocencia y su absoluto desconocimiento de las andanzas y correrías de su coleguilla y asesor, que amasó miles de euros en comisiones durante la pandemia, colocando mascarillas por ministerios, autonomías y empresas públicas, presumiblemente en nombre del ministro.

Una de dos: o Ábalos es un actor extraordinario, o está convencido de su inocencia. Y tiene además razón en algunas de las cosas que señala: «Yo no estoy acusado de nada, ni formo parte de la investigación en curso... No tengo necesidad de invocar el principio de presunción de inocencia, que no me afecta, porque no estoy encausado en nada». La pura verdad, de momento.

Reconozco que este asunto de la dimisión de Ábalos me tiene hablando en arameo. No consigo entender por qué todo el país se ha puesto de acuerdo en pedir que renuncie a su escaño cuando no hay –de momento– acusación alguna contra él. Si el motivo para dimitir es que permitió que Koldo medrara a su lado… ¿por qué no habría de dimitir también Pedro Sánchez, que calificó al aizcolari de las mordidas como «ejemplo para la militancia socialista» y titán? ¿Se equivocó en su juicio Sánchez, mintió al hacerlo, o es que –como en tantas otras cosas– ha cambiado de opinión? Y si Ábalos tiene que dimitir por haberse equivocado al elegir a Koldo como coleguilla de saraos… ¿Por qué no tendría que dimitir también Sánchez por haberle elegido a él? En el fondo, la dimisión sólo se sostiene desde la percepción de que Ábalos forma parte esencial de esta trama. Es posible que sea así, pero también podría ser que no, y no tiene ningún sentido especular hasta que le afecte directamente, con nombre y apellidos, una investigación penal. Si Ábalos fuera inocente de engolfarse, si sólo fuera un pardillo que no se enteraba de lo que hacía su principal tiralevitas en su propia antecámara, la dimisión sería sin duda interpretada como un reconocimiento de culpa. Si Ábalos es inocente –y dice sin parar que lo es–, le conviene más no dimitir que dimitir, dado que sus colegas han optado por echarlo a los buitres, como si fuera carroña. Y si es un golfo apandador, y estuvo como piensa la mayoría involucrado en el latrocinio de su segundo, no dimitir es también mejor que dimitir: seguirá cobrando su sueldo de diputado, podrá pagar abogados y resistir hasta ver qué ocurre. Porque si él no es inocente, a lo peor tampoco lo son otros que ahora le señalan. Si además de ser un golfo obraba por cuenta de esos otros, ganar tiempo instalado en el escaño a la espera de suplicatorio le permitiría dosificar la filtración de lo que sabe y no sabe y administrar las filtraciones a la prensa. Mucho tiempo, quizá. Porque hasta que no sea acusado judicialmente de algo, su posición está blindada, y si es acusado, tendrá mejores opciones para defenderse.

Y un punto de partida: la decisión del PSOE de suspenderle de militancia es una vergüenza: en el PSOE deciden ponerlo de patas en la calle por no dimitir, e incurren en un supuesto claro de abuso de poder, que podría dar lugar a una denuncia que obligue al PSOE a tener que enmendarla más adelante.

Si un político bregado cono Ábalos hubiera cedido al final a la presión y hubiera dimitido, sería la demostración de que le falta un agua o ha llegado a un acuerdo con los suyos. Nadie en su sano juicio renunciaría a defenderse desde la mejor posición posible.

A mi personal juicio, la dimisión de Ábalos es otra de esas cortinas de humo con las que nos castiga este Gobierno de vez en cuando, y en la que se embarra con extraordinaria facilidad una oposición más preocupada por no disentir de lo que piense la mayoría que por defender lo que piensa ella. Pedir la dimisión de sus cargos políticos a alguien que no está ni acusado, ni imputado, ni es responsable aún de delito alguno, es absurdo. Otra consecuencia de este populismo religioso e inquisitorial que exige que alguien asuma que es culpable o puede serlo desde que se le acusa, se le señala o se insinúa que es un delincuente.

Puede que Ábalos sea un sinvergüenza o que no lo sea. De momento eso solo lo sabe él mismo.

La duda me hace sentir más simpatía por él de la que siento por la cobarde tropa que hasta ayer eran sus compañeros e incluso sus amigos. Y hoy exigen a gritos lincharle.

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