Opinión | El recorte

Los meses que vivimos peligrosamente

CCy PP piden una comisión de investigación del 'caso Mascarillas' en el Parlamento de Canarias

CCy PP piden una comisión de investigación del 'caso Mascarillas' en el Parlamento de Canarias / María Pisaca

Después de tantos ríos de tinta, de tantas palabras e imágenes, de tantos píxeles envenenados, el Tribunal de Cuentas ha determinado que en el “caso mascarillas” no hay caso. O sea, que es verdad que se gastaron cuatro millones de euros en un producto inservible o sanitariamente ineficaz, pero que eso no fue culpa de los que pagaron, sino de los que vendieron.

Durante los días que vivimos peligrosamente, en medio de la oleada de pánico causada por la pandemia más mediática de la historia del ser humano, los piratas florecieron como hongos en un humedal. Todas las tutelas públicas saltaron por los aires barridas por la ventolera del pánico. Los gobiernos hicieron cosas insólitas, como encerrar a los ciudadanos en sus casas. Se apropiaron de las pocas mascarillas existentes en las farmacias, . Encargaron el suministro de productos sanitarios a empresas que vendían fertilizantes agrarios. O compraron respiradores chinos hechos con palillos de dientes. Yo qué sé. No hubo disparate que no se cometiera en medio de una urgencia mediática en la que cabía hasta el secuestro en los aeropuertos de envíos destinados a otros países.

El asunto de las mascarillas, en Canarias, adquirió una enorme relevancia mediática, aunque solo era el botón de un abrigo con muchos ojales. En los sótanos de los hospitales canarios y algunas naves ignotas se amontonaron –y se amontonan aún hoy, tal vez– productos caducados que se compraron a uña de caballo para dotar al personal sanitario de equipos de protección algo más sofisticados que un par de bolsas de basura unidas con cinta aislante.

Todo ese disparate, hijo de unos tiempos de histeria, es una fruslería comparada con el gigantesco dispendio cometido por los gobierno de Europa que aflojaron miles de millones en la compra de vacunas fabricadas en un tiempo récord que contravenía los prudentes principios de la ciencia. Hacia finales del año 2021 la Unión Europea había gastado más de 72.000 millones de euros en la compra de vacunas contra el covid a diferentes laboratorios farmacéuticos. De todo ese dinero, hasta ahora mismo, que sepamos, se han tirado a la basura 4.000 millones de euros de vacunas que han caducado en las neveras de los diferentes sistemas de salud.

Según se sostiene por los expertos –como los de esa comisión española que nunca existió realmente– la gran campaña de vacunación sirvió para que la gente no muriera por el covid. Pero el hecho innegable es que también hay millones de personas que no se vacunaron y que no han muerto. El virus asesino se transformó, de un día para otro, en una simple gripe. Dejó de ser el escandaloso protagonista de los telediarios y su mortalidad se extinguió al mismo ritmo que su notoriedad mediática. A día de hoy aún no hemos abierto una reflexión sobre ese enorme acontecimiento traumático que vivió el mundo.

Pero en medio de tanta confusión y tantas dudas, hay algo que sí sabemos con toda certeza: los grandes laboratorios farmacéuticos ganaron miles de millones. A río revuelto, ganancia de vacunadores.

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