Opinión | El recorte

El ilusionista

Pedro Sánchez conversa con Fernando Grande-Marlaska.

Pedro Sánchez conversa con Fernando Grande-Marlaska. / DAVID CASTRO

El caudillo Sánchez se ha asomado al balcón mediático de Moncloa para recibir un baño de adhesiones inquebrantables. Desgastado por los malos resultados electorales, por el éxito de sus socios independentistas que le dirigen hacia un callejón sin salida y por los escándalos de las alocadas compras de la pandemia, el mayor experto en supervivencia de la política española ha decidido echar el resto en una maniobra digna de una telenovela turca.

No existe un político equiparable a Sánchez. Un ilusionista capaz de hacer siempre lo inesperado. La admisión a trámite judicial de una denuncia contra Begoña Gómez, su esposa, le ha servido para un amago de retirada. Sin comunicarlo ni a dios ni al diablo, o sea, ni al rey ni a su propio partido, el presidente del Gobierno de España ha anunciado que va a pensar durante cuatro o cinco días si se queda o si renuncia a su cargo.

La extensión de guerra política al ámbito familiar no es, como falazmente sostiene Sánchez, un invento de la ultraderecha feroz. Fue el populismo podemita, que llegó para acabar con el «sistema corrupto» del turnismo y el bipartidismo, quien rompió las reglas. Hasta entonces nadie había llamado a rodear el Congreso de los Diputados. Nadie había organizado escraches para perseguir e insultar en sus propios domicilios familiares a los cargos públicos. Nadie había zarandeado y golpeado a diputados autonómicos, como ocurrió con los catalanes.

El virus se propagó. Y se rompieron todas las barreras. Sánchez no se puede sorprender ahora de que a su hermano le saquen de procesión por no hacer su declaración de la renta en España aunque está trabajando en la Diputación de Badajoz. Ni que un sindicato denominado Manos Limpias, que acusó también a la Infanta Cristina, haya presentado una denuncia, admitida a trámite, contra Begoña Gómez, su esposa. Es parecido a lo que le ha pasado a Isabel Díaz Ayuso, con su hermano y su pareja. Y a Núñez Feijóo, con su esposa. Nadie es inocente en un país donde se hace creer que todo el mundo es presunto culpable.

El mismo político que llamó «indecente» en un plató de televisión a todo un presidente del Gobierno llamado Rajoy tiene escasa autoridad moral para quejarse del deterioro del respeto institucional en este país. Hemos desembocado en un enfrentamiento insultante, irresponsable y guerracivilista porque unos y otros lo han sembrado y cultivado con mimo electoral.

Pero hablemos de cosas prácticas. Si Pedro Sánchez anuncia la próxima semana, tras su «íntima» reflexión, que las inmensas muestras de cariño recibidas y el clamor de sus seguidores le han convencido para seguir en el machito, habremos asistido a una maniobra política para desviar el foco mediático de la investigación judicial abierta a su esposa. Flor de un día. Pero si, por el contrario, Sánchez anuncia su dimisión, estaremos ante el principio de su campaña electoral para unas elecciones anticipadas que él no convocaría. Una operación para morir y revivir, en la que ya tiene un máster. Un renacimiento que le evitaría desgaste electoral y le permitiría coger fuerzas. O sea, un nuevo conejo que saldrá de la chistera del ilusionista mayor del reino.

Suscríbete para seguir leyendo