Opinión | El recorte

La marmota ha dicho que sigue el invierno

Pedro Sánchez, el pasado miércoles en el Congreso.

Pedro Sánchez, el pasado miércoles en el Congreso. / DAVID CASTRO

Es difícil saber cuándo empezó el fango. Si cuando Aznar rompió la lealtad institucional acusando a Felipe González de hacer terrorismo de Estado contra ETA, cosa que acabó con un breve paso de ministros por el talego. O cuando los socialistas le reventaron las elecciones al PP, tras los atentados de Atocha, arrojando sobre la torpeza de Aznar la metralla de la foto de las Azores. O tal vez cuando Pedro Sánchez llamó indecente a Mariano Rajoy. Vete tu a saber. No existe una datación exacta del primer fósil del suicidio colectivo de la partitocracia española.

Escuchar a Pedro Sánchez hablar de la guerra sucia es como asistir a una reflexión de Bilardo sobre el juego limpio. Como si él no hubiera explotado políticamente los escándalos del hermano y la pareja de Isabel Díaz Ayuso. Como si la comisión del Congreso no hubiera decidido pasar por la quilla a la hermana y al cuñado de Alberto Núñez Feijóo. Como si no le hubiesen sacado al líder de la oposición la vieja foto del narco gallego y un hermoso bulo sobre su esposa. No me tiznes, dijo la sartén al cazo.

Los tiempos son los que son. Lo que mola es el populismo. Y lo que ha hecho Pedro Sánchez ha sido poner el foco sobre sí mismo durante esos cinco días retribuidos que, como cualquier trabajador de este país, se tomó para reflexionar. Pero ¿y ahora qué? Ahora lo que falta es saber si el nuevo Sánchez es el viejo Sánchez. O si se ha traído del desierto de sí mismo una ley mordaza para liquidar la libertad de expresión de los medios críticos y un paquete de actuaciones para meter a las togas díscolas en vereda, que es lo que una y otra vez han propuesto desde el bloque comunista que le apoya. España a la húngara.

En otro mes de abril, de 1814, sesenta y nueve diputados de tendencia absolutista firmaron un documento llamado «el manifiesto de los persas». El texto tomó su nombre de una costumbre de los antiguos persas de tener cinco días de anarquía tras la muerte del rey. Los firmantes comparaban ese caos con el periodo de las Cortes de Cádiz, el breve sueño liberal de España, abogando por el regreso del rey Fernando VII, para unos «el deseado» y para otros «el felón». Un regreso que al final se produjo para acabar con los liberales entre ejecuciones, purgas y destierros.

Es tentador comparar esos cinco días de caos persa con la tensión mediática despertada por Sánchez con su conato de retirada. El país entró en shock. Lo nunca visto. Entre el júbilo y el desconcierto, entre lo inexplicable y lo asombroso, la gente se preguntaba, atónita, qué estaba pasando. Las especulaciones iban desde inconfesables secretos revelados por Pegasus hasta unas elecciones anticipadas. Pero después de esos cinco días persas, sin que nada sustancial hubiera pasado, la marmota Punxsutawney Phil salió para decir el invierno sigue. Y la pregunta es: ¿qué cambió entre que Pedro Sánchez se fue a reflexionar y vino de ello? ¿Qué ocurrió en esos cinco días para que la balanza se haya inclinado por seguir en La Moncloa? Lo único relevante es la incondicional manifestación de apoyo de todos los suyos. Pues ya tiene narices que haya tenido que acojonarlos.

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