Opinión | En el camino de la Historia

Naciones a la vista

Una reunión de la Asamblea de Naciones Unidas.

Una reunión de la Asamblea de Naciones Unidas. / EFE

La historia de los pueblos ha dado muchas vueltas y ahora el momento político es propiciatorio para que algunos pueblos se determinen como nación e inicien un camino diferente con más nexos de unión pero a la vez con alta decisión de constituirse en un actor moderno y en sujeto político fehaciente.

Cataluña, Euskadi, Galicia, lo han solicitado desde hace años y los avatares políticos recientes por componendas de unos y otros, el panorama político se intentará desbrozar y poner las cosas en su sitio.

Sin embargo, hay que desmontar ciertos mitos que se enarbolan por determinados territorios como es fundamental la lengua para considerarse nación. Se sabe que las naciones que han comenzado a desarrollarse no están apoyadas ni fundamentadas en la lengua. Pongamos como ejemplo a Francia. Desde 1593 el gobierno estipuló el uso exclusivo del francés en las actas y protocolos de todo tipo legales. Pero a pesar de ese intento de homogeneización, y una vez pasada la época de la Revolución Francesa en 1789 y llegado el periodo napoleónico, metidos en 1870 se sabe que más del 80 por ciento de las poblaciones no hablan el francés sino unas lenguas regionales diferentes.

Pero lo importante, con la connotación diferenciada que pudiera tener la lengua, es que una vez asumido que la nación existe y así es considerada, no solo se subscribirá a los territorios denominados naciones ya consolidadas y así nominadas en sus respectivos Estatutos de Autonomía sino esta consideración territorial podrá prolongarse al resto, sin olvidarnos de Canarias, para todos caminar hacia un Estado Plurinacional donde el confederalismo pudiera ser un modelo político que sea más satisfactorio para los implicados rompiendo así nudos y ataduras cuya consolidación pudiera iniciarse tras un proceso que pudiera tener su inicio a la vuelta de la esquina.

Porque si no fuera así habría que preguntarse ¿cuándo se extinguen las naciones? ¿Cuándo se llega al final de un proceso histórico que ha sido más o menos elaborado? ¿Cuándo la voluntad de aquellos que sumaron mayoría ha quedado inoperativa? Porque es sabido que naciones que un día fueron hoy queda de ellas el recuerdo en las páginas amarillas de la vieja historia.

Estas preguntas construyeron el argumento de la duda pero de ella me sacó el eterno insomne francés E.M. Cioran cuando escribe «una nación se extingue cuando deja de reaccionar ante las charangas».

Y si esto es así, si un grupo, una colectividad que se consolida y hace emerger una nación, si se va al traste es porque aparecen la degradación de los gobiernos, los nepotismos, los trapicheos, los camaleonismos, que hacen que los pilares de una nación se destruyan por el propio peso de las incompetencias de sus principales mentores fieles incumplidores de las promesas fabricadas y pronunciadas en épocas electorales.

Visto lo visto, y dados los compromisos que se han puesto en determinados acuerdos van a solucionar problemas históricos que se vienen soportando y reaparecerán con sus razones históricas las que hay que asumir y ordenar.

Y si no se tiene la fuerza de los votos, la democracia respeta también la voz de las minorías, pero esa voz hay que prolongarla en el tiempo y no dejar de ser nacionalistas por una temporada para no molestar. No llegar a la diatriba aquella de Olarte «Madrid se va a enterar de lo que vale un peine»; pero sí estar un poco más arriba en la veredita para que llegue la influencia de las políticas y, sobre todo, las necesidades de una tierra como la nuestra que de razones históricas está más cargada que todos aquellos que pretenden ensanchar y ampliar su autogobierno.

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