Opinión

Ser visibles es solo el comienzo

Imagen de archivo de la bandera LGTBI.

Imagen de archivo de la bandera LGTBI. / HBO

Hasta el entretenimiento más mainstream, poco a poco, va incluyendo personajes e historias más diversas. En mi infancia me parecía impensable encontrar una oferta consolidada de series con personajes homosexuales, bisexuales o trans que no cayese en narrativas tóxicas y estereotipos remasticados. Ser protagonistas u optar a finales felices era prácticamente imposible. Con razón nos resultó tan difícil, a mi entorno y a mí, encontrar nuestra identidad y orientación en una etapa como la adolescencia, ya complicada por sí misma.

Volver a las películas de aquellos años es doloroso, porque me permite darme cuenta del patriarcado absorbido por mi cerebro esponja, pero también es revelador: ahora entiendo por qué odiaba a tantos personajes femeninos. Ser como ellas, portarme como ellas, pensar como ellas o ver el mundo como ellas me parecía una vergüenza. Asimilé el machismo, aunque pretendía no hacerlo, rechazando todo lo que estaba relacionado con ser mujer.

En los últimos años, se ven cada vez más productos audiovisuales con referentes positivos. No es que antes no existiera ninguno, pero había que rascar. Tampoco digo que el mundo se haya vuelto un arcoíris feminista y antirracista, porque aún está muy lejos de tener una representatividad ideal, proporcional y alejada de estereotipos. Mucho menos estamos viviendo un cambio revolucionario en las narrativas del entretenimiento, y es que si se incluyen historias cada vez más diversas es porque son lo que el público pide (la raíz, el capitalismo, no ha cambiado). Pero las personas que hoy son adultas pueden encontrar alivio para sus infancias viendo lo que necesitaban ver y no pudieron encontrar mientras crecían. Quienes crecen hoy con referentes en los libros, las series y el cine, viendo a personajes complejos y realistas en los que se pueden reflejar, a lo mejor podrán entenderse y abrazarse antes.

Ser visibles no es solo necesario para los colectivos retratados, sino también para quienes miran desde fuera y se relacionan con personas parecidas en la vida real. Si la representación es acertada, puede ser un escalón que aleja del odio y acerca al entendimiento, a la convivencia. Pero, repito, se trata de un escalón. La visibilidad es fundamental, y permite abrir otros caminos para encauzar cambios positivos, pero no lo es todo.

No es raro sentir la tentación de ensalzar las palabras, como si fueran la solución de todos los problemas del mundo, hasta que las desgastamos tanto que pierden su significado. Se suele decir que leer mucho y estudiar historia es la clave, que con ello se acabaría el machismo, la homofobia, el odio, la guerra. Glorificamos el proceso de abrir un libro y meter las narices entre sus páginas durante horas, olvidando que aquellos considerados como eruditos de la sociedad (en su mayoría hombres) han salido supremacistas en demasiadas ocasiones. Leer está muy bien, pero hace falta mucho más. Por empezar a nombrar: educación integral, uso del lenguaje, alfabetización mediática, acción ciudadana directa, legislación…

Lo mismo sucede con la visibilidad. Esta es una palabra que se ha quedado gastada. Y por gastada, ha perdido su significado. Nos obsesionamos con visibilizar a la comunidad LGBTIQ+, a las jóvenes creadoras, a las personas racializadas. Genial. Pero luego, ¿qué? ¿Qué hacemos con esa visibilidad? ¿Actuamos o cronificamos la opresión?

Es común caer en el error de pensar que la visibilidad es la única clave, pero el cambio tiene más escalones. Quedan todavía muchas realidades invisibles, y es necesario arrojarles luz, pero siempre con la conciencia de que esa no es la meta. Detrás de lo que ya es visible, existen luchas constantes, insistentes y a menudo dolorosas que han pujado para que los colectivos sociales recuperen el lugar que les corresponde. Los focos nunca fueron su objetivo, sino el medio para empezar el cambio.

No se trata de abandonar la visibilidad. Se trata de repensar las palabras. Como la ropa, los bailes o los restaurantes, las palabras se ponen de moda. Nos obsesionamos con ellas y les encomendamos la tarea de transformar el mundo, pero una sola palabra no puede cargar con una responsabilidad tan grande.

Visibilidad, sí, siempre. Pero, a partir de ahí, mucho más.

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