Opinión | SANGRE DE DRAGO
Como perros y gatos
No me gusta del todo la frase que del muro exterior de la Aneja, en La Laguna: «La calle es nuestra», porque la calle es de todos
Depende, sin duda, de los perros y de los gatos de los que hablemos. Hay situaciones concretas en la que se ha creado un vínculo entre estas dos especies animales de tal manera que conviven perfectamente. Son distintos, y si no ha habido contacto entre ellos, siempre hay una sospecha mutua entre ellos que el instinto les ofrece como posible amenaza, pero hay perros y gatos que se llevan muy bien. ¡Cuánto debemos aprender a tolerar las diferencias razonables nosotros los humanos!
No es de recibo el nivel de crispación y enfrentamiento existente actualmente entre grupos y posturas distintas. Vivir sin fraternidad, sin vínculos de convivencia, no es vida suficientemente humana. Tal vez se han disparado las mascotas porque resulta más fácil convivir con un perro o con un gato que con otro ser humano de nuestra misma especie; y esto es del todo una anomalía social.
Ladridos y bufidos muy sonoros se dan en la vida pública. Territorios marcados con líneas rojas que son señaladas como lo son las zonas que tanto los perros como los gatos consideran su territorio meando por las esquinas. La ancestral villa arriba y villa abajo, tan tribal, que nos domina con tanta facilidad.
El Papa Francisco lo ha llamado «amistad social». Una forma de amistad, un vínculo entre distintos sobre la base de una realidad común que depende del esfuerzo colaborativo de todos. Un modo de empatía multipersonal que nos ayude a tolerar con cariño lo tolerable. Porque no a todos nos gusta la misma música o nos parecen bien los mismos espectáculos deportivos, culturales o religiosos en la calle. Pero cuando hay vínculo entre los distintos, la convivencia enriquecedora es posible.
En estos próximos, días los medios de comunicación retransmitirán el esfuerzo por alcanzar un acuerdo de gobierno entre distintos partidos políticos del amplio espectro ideológico de España. Posturas, en ocasiones, diametralmente opuestas. No esperamos –nadie lo espera– que ronroneen como los gatos cariñosos, ni que salten y muevan el rabo como perros contentos. Pero esperamos –la inmensa mayoría lo espera– que sean capaces de no morderse y que ladren solo lo suficiente. En toda postura hay una semilla de verdad y posibilidad de bien social. Nadie es tan radicalmente malo que no tenga una sombra de bondad. A ese espacio común, a ese lugar de bondad, es hacia el que dirige la mirada quienes poseen la competencia social de la amistad.
Gobernar tiene la finalidad de hacer posible la realización del bien común. Gobernar bien en un marco democrático de derecho no es sustituir la iniciativa de los otros, sino dar ocasión a que esta se realice. Se trata, en un sentido figurado, de barrer la calle para que las personas paseen libres e iguales en derechos y oportunidades. Nadie debe sentirse excluido de la calle pública. Y todos debemos seguir las indicaciones de los servidores públicos que deben evitar que tropecemos, colapsemos o que la calle deje de ser un espacio de todos.
No me gusta del todo la frase que han colocado en el muro exterior de la Aneja, en La Laguna: «La calle es nuestra». Porque la calle es de todos.
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