Opinión | EL RECORTE

Patriotismo utilitario

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez,

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, / Ricardo Rubio - Europa Press

En Senderos de gloria, de Kubrick, el personaje del coronel Dax (Kirk Douglas) dejó una frase para la inmortalidad: «El patriotismo es el último refugio de los canallas». Son palabras que, en un sentido amplio, sirven para cualquier causa capaz de producir ese tipo de personajes demenciados que creen estar en posesión de la verdad.

La Unión Europea ha creado un sistema de libertad para sus ciudadanos, que pueden circular libremente y residir y trabajar en cualquier parte del espacio común, como bien sabemos en Canarias. El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, considera que esa libertad no afecta a los dirigentes de grandes empresa, como el CEO de Ferrovial, Rafael del Pino, a quien ha acusado veladamente de estar más preocupado por el patrimonio que por la patria.

Eso de que Sánchez se lance a nadar en el patriotismo es acojonante. No es el bañador que llevaba cuando buceaba en las negociaciones bilaterales con Cataluña. Y demuestra, una vez más, el sentido enormemente instrumental de las convicciones que tiene el mayor grouchomarxista en la historia de nuestro país: estos son mis principios, pero si hace falta tengo otros distintos.

Ferrovial cambia su sede a los Países Bajos porque en España se está creando una cultura contra las empresas. Una que considera insultante que Amancio Ortega done dinero para comprar carísimos equipos para el tratamiento del cáncer. Una que cree que las grandes empresas esclavizan a sus sufridos trabajadores (son las que mejores salarios pagan). Una que opina que Juan Roig ha edificado su fortuna robando a los consumidores y no creando una red de supermercados ejemplar en toda Europa.

Una gran parte de este país padece una enfermedad crónica incurable: odiamos la riqueza, no la pobreza. Esa dolencia está conectada con el viejo espíritu de los españoles, capaces de sacarse un ojo a cambio de dejar ciego al vecino. Nuestra envidia no es querer lo que tiene el otro, sino desear que el otro no lo tenga. No es constructiva, sino destructiva. Es una ceguera idiopática –por no decir idiota– que produce personajes capaces de alabar en público, como un modelo a seguir, los logros de una revolución bolivariana que ha creado el mayor estallido de miseria, desigualdad y crimen en la historia de Venezuela.

Ferrovial solo ahorraría ocho millones de euros, de los doscientos ochenta y dos que pagó el año pasado, con su salto a Países Bajos. Y el argumento de que Del Pino quiere poner a salvo su patrimonio personal es muy endeble: con cambiar su residencia lo tenía resuelto. La huida de Ferrovial es otra cosa. Es un mensaje. Un aviso. Las ratas más listas son las primeras que saltan del barco antes de que se hunda. Porque el patriotismo de los múridos, como el de los humanos, es la supervivencia.

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