Los orígenes del pucherazo

Los orígenes del pucherazo

Los orígenes del pucherazo

Lara de Armas Moreno

Lara de Armas Moreno

La Primera República Española finalizó su corto año de vida en 1874 para dejar paso a los Borbones, que regresaban de nuevo al trono con Alfonso XII. No obstante, la nueva democracia no sería más que una fachada y pronto los dos principales partidos políticos del país, el Conservador y el Liberal, se pasarían la Presidencia como si de un balón se tratase. Esta alternancia amañada o turnismo sería habitual el pucherazo. El término procede de finales del siglo XIX, cuando en las elecciones locales rurales se utilizaban los pucheros a modo de urna. De él se añadían o retiraban papeletas según el interés, como si fueran las verduras de un potaje.

El acuerdo entre los dos partidos, uno dirigido por Cánovas del Castillo y el otro por Práxedes Mateo Sagasta, pretendía asegurar la estabilidad de la Restauración. Se estipuló que cuando un gobierno se viera desgastado, el rey pediría a la oposición que reclamara nuevas elecciones. En ellas se aseguraría de que el partido al que le tocase la vez obtuviera los votos necesarios para gobernar. Caciques locales, alcaldes, gobernadores civiles y el ministro de Gobernación participaban para que el amaño tuviera éxito.

Aún con estos apoyos, si se creía que el resultado no iba a ser el deseado, se recurría al pucherazo, unas tácticas algo más lamentables pero efectivas. Estas artimañas incluían la clásica manipulación de actas y la compra de votos, pero quizá la más curiosa es la conocida como ‘lázaros’ que se daba cuando trabajadores públicos se vestían de civiles para votar en nombre de personas fallecidas. También participaban del engaño los cuneros, ciudadanos que se inscribían irregularmente en circunscripciones que no les correspondían.

Es especialmente curioso el caso del pucherazo que tuvo lugar durante las elecciones del 16 de febrero de 1936 en las que Manuel Azaña se situó como jefe del Gobierno de la II República. En Jaén hubo más votos que votantes, en Valencia se llevó a cabo el escrutinio a puerta cerrada y otros tantos casos similares tendrían lugar en Tenerife, Cáceres o Galicia.

Sólo el 10% del total de los escaños repartidos no fueron amañados. En este caso, el fraude fue promovido por el Frente Popular que permitió y facilitó el recuento de papeletas que aparecían en el último momento y en sobres abiertos o que presentaban borrones y tachaduras. Fue tal el descaro que en Málaga y en Tenerife se tuvieron que repetir las votaciones, aunque volvieron a ser falseadas.

En Galicia tuvo lugar el Santo Puchero el 31 de mayo de 1936, cuando los gallegos votaron su primer Estatuto de referéndum. El éxito parecía imposible de lograr debido al absentismo natural al que tienden los gallegos, pero ocurrió un milagro. De un total de 1.343.000 electores censados acudieron a votar algo más de un millón. 993.351 lo hicieron a favor y 6.161 en contra, el resto lo hicieron en blanco. Se le dio el nombre de Santo Puchero debido a la gran cantidad de difuntos que participaron en estas votaciones.

El pucherazo, con todo, no debe entenderse como un fin en sí mismo, sino como un mecanismo de control para beneficiar económica y políticamente a las clases dominantes.

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