Opinión | retiro lo escrito

Nadie al otro lado del teléfono

Este espectáculo interminablemente miserable al que asistimos, pero en el que no participamos, la política española, tiene pasado mañana un capítulo más de la larga carrera político-electoral con la que ya se confunde la vida pública del país: los comicios autonómicos en Cataluña. En realidad el domingo se juega en Cataluña el final más o menos abrupto de la legislatura o una mínima garantía de continuidad. Mis cortas entendederas –sin duda– me impiden avizorar cómo puede sobrevivir más allá de otoño el Gobierno de Pedro Sánchez. Salvador Illa sueña con un tripartito entre el PSC, ERC y los comunes que las encuestas dan por improbable. Pero incluso en caso positivo, debe recordarse que Sánchez necesita de los dos principales partidos independentistas para sobrevivir en el Congreso de los Diputados: Esquerra y Junts per Catalunya. Se me antoja muy dudoso que Junts, arrinconada por un gobierno presidido por un socialista, continúe siendo un socio parlamentario más o menos fiable en Madrid y se avenga, por ejemplo, a negociar seriamente unos presupuestos generales del Estado para 2025. Después de las elecciones, si no encabeza el nuevo Govern, JxC se pondrá en pie de guerra contra el español y el botifler que mancillan la sagrada tierra de Cataluña. Cabe también el bloqueo: ninguna de las alianzas racionales o posibles cuentan con el suficiente apoyo aritmético en el Parlament y se repetirán de nuevo elecciones en septiembre u octubre. Cabe observar que en este último caso no habría gobierno catalán hasta noviembre, y ni Puigdemont ni Junqueras reconsiderarían su apoyo a Sánchez antes de que todo quedara aclarado. Si los presupuestos generales de 2025 son debatidos y aprobados no lo serán hasta cerca de la primavera de ese año.

Mírese como se mire la coyuntura es un asco e impide la estabilidad, coherencia y eficiencia exigibles a un gobierno europeo. Es una situación extraordinaria en medio de una evidente degradación institucional y la única respuesta del presidente Sánchez ha sido una guanajada más bien indecorosa, esa carta jupiterina y dulzarrona tuiteada por el Narciso presidencial que pedía cariñito, lástima y un apoyo estricto e incondicional frente a una conspiración de extrema derecha: la versión sanchista del Estado Profundo y sus colaboradores en medios de propaganda que se hacen pasar por periódicos, radios y televisiones. Todo da igual: un adefesio profesional como Eduardo Inda es lo mismo que un admirable periodista como José Antonio Zarzalejo. Quien crea que vamos a salir de esta crisis indemnes, sin graves consecuencias para la convivencia democrática, la cohesión territorial y el desarrollo económico del país está ciego. Y entre los ciegos destaca principalísimamente el Partido Popular, incapaz de tomar la iniciativa política y proponer un conjunto de reformas para garantizar los derechos y deberes constitucionales y la integridad de las instituciones del Estado y de las reglas de juego democráticas.

Canarias llega ahora, precisamente ahora, a un alto grado de autoconciencia sobre problemas existenciales: un modelo de explotación turística que necesita reajustes importantes, una superpoblación que no se detiene, una productividad misérrima, unos salarios que se resisten a converger con las medias salariales de España y Europa, unos ecosistemas dañados, un cambio climático que ya ha registra índices preocupantes en tierra, mar y aire, una situación geopolítica en la ruta de las migraciones desde África que se acentuará en los próximos años. En el mejor de los casos la Agenda Canaria que defiende el Gobierno autónomo quedará congelada durante el próximo año y medio. Como al otro lado del teléfono al parecer lo que existe son unas élites políticas fascinadas por gobernar sobre ruinas a Canarias solo le queda una metodología de trabajo: la unidad. Porque sin una estrategia de unidad estas islas se convertirán en una patera sin rumbo ni futuro.

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