La crisis del coronavirus ha cambiado de golpe el día a día de los tinerfeños. Si hasta el jueves todavía no se había visto alterado el ritmo normal de trabajadores y estudiantes, ayer las cosas cambiaron completamente. Las familias se enfrentaron al reto de afrontar 14 días sin actividad en los centros educativos, pidiendo días libres en sus trabajos o tirando de abuelos, otros familiares o amigos para reubicar a sus hijos. Al estado de alerta familiar, que vació las calles y llenó supermercados, se sumaron ayer las numerosas medidas adoptadas por empresas y entidades que han empezado a suspender servicios o a aplicar el teletrabajo forzoso para hacer frente al Covid-19. En el primer día de un periodo sin precedentes, Tenerife se quedó en casa.

El día de ayer será recordado como el punto de no retorno de unas medidas impulsadas por el Gobierno de Estado para atajar el avance del coronavirus. Un viernes que va a marcar un antes y un después en la historia de España, de Europa y, posiblemente, del mundo. La suspensión de las clases y, sobre todo, la recomendación de salir a la calle solo por cuestiones indispensables o urgencias, provocó que, en general, bares, terrazas, comercios y espacios públicos se vaciaran. Con la excepción de los supermercados y las grandes superficies, sometidas a las compras convulsivas de clientes atemorizados por el coronavirus y por un posible desabastecimiento que niegan tanto las autoridades como las empresas de alimentación.

Santa Cruz de Tenerife. En Santa Cruz de Tenerife, la mayoría de los ciudadanos se refugió en casa. En la capital abundaban las plazas solitarias y los columpios inmóviles. Los espacios públicos inusualmente vacíos fueron la tónica predominante. En el entorno de la avenida Marítima y la plaza de España, el ambiente no era el mismo del vivido durante los últimos días. Pocas familias y aún menos niños. Solo algunos se aventuraban a hacer deporte al aire libre. Es el caso de Luis García, que apuntó que "se trata de un día raro, ya que los anteriores muchos gimnastas solían estar en los aparatos y puede ver que ahora no hay nadie. Lo que no cambia son las personas que sacan a sus perros", ironizó.

En la misma línea, Juan Perera, era de los pocos que paseaba con sus hijos por la avenida: "Es imposible encerrar en casa a las fierillas más de dos horas seguidas en el día. Sé que no debería, pero no me queda otro remedio que dar un vueltita", señalaba mientras se encogía de hombros.

Uno de los espacios escasamente visitados este viernes fue la playa de Las Teresitas. Si el jueves había sido punto de encuentro de muchas familias, ayer la cosa decreció según la percepción de los propios usuarios. Juan Enríquez, por ejemplo, explicó que "hay menos gente" y que "la playa es un lugar bastante seguro por el ambiente natural que hay. No es un foco de contagio", mientras que Flora Castro resaltó que "ahora no hay ni la tercera parte de personas que suelen venir a diario. No hay ni turistas", dijo.

Juan Carlos Hernández paseaba con sus dos hijas por la playa, destacando que "el coronavirus nos ha pillado a todos de repente con medidas de golpe y sin planificar. Hoy debería estar trabajando y no he podido porque tengo que estar con ellas. No he podido dejarlas con nadie". El mismo caso vivió César Perdomo, quien reconoció que se trata de un asunto bastante delicado. Gracias a Dios mi trabajo, al ser por turnos, me permite ocuparme de la niña. Si no, tendría que tirar de un familiar, que lo tengo, pero hay mucha gente que no".

La Laguna. "Por favor, dejemos un espacio entre unos y otros". Esa instrucción, más propia de un examen universitario que de una rueda de prensa, la dio ayer a los periodistas el jefe de Comunicación del Ayuntamiento de La Laguna antes de que comenzase la comparecencia del alcalde, Luis Yeray Gutiérrez, y del obispo, Bernardo Álvarez, para anunciar la suspensión de los actos previos a la Semana Santa. Era una medida elocuente de lo que estaba ocurriendo en una mañana excepcional. Unos minutos antes, Gutiérrez y Álvarez se saludaron con una reverencia. Por un instante pareció una broma en tiempos de coronavirus... pero no.

Solo una puerta del Ayuntamiento lagunero permanecía abierta y dos policía preguntaban por el motivo de la visita a las casas consistoriales. Solo pasaban aquellos que acudiesen a realizar trámites con plazos legales. A las 10:00 horas, el interior de las dependencias municipales era un lugar fantasma. Las calles, en cambio, parecían seguir un ritmo más normal. Había, eso sí, casi más grupos de turistas que locales. Pero la actividad fue cayendo en picado a medida que se acercaba el mediodía. "Esta situación da hasta un poco de miedo; no estaba preocupada, pero me está empezando a dar un poco de yuyu", confesaba Rosa Martín, una vecina que a media mañana había salido de su trabajo a desayunar.

El número de niños en la vía pública era reducido. Uno golpeaba con un balón duro como una piedra -dolía el pie solo con verlo- el torreón de la plaza de La Concepción y otros dos paseaban en patinete por Viana. Y poco más. "Acabamos de salir porque creo que la situación no es para tanto, aunque sí estoy teniendo cuidado de que no se acerque demasiado a nadie", expresaba Alberto González, de 34 años y que paseaba con su hijo de mano por Herradores.

La Catedral permanecía abierta, con cuatro personas en su interior y música sacra de fondo, y el Santuario del Cristo -tal y como se había anunciado la víspera- estaba cerrado a cal y canto y con un cartel del Crucificado Moreno en la reja. Al lado, en el Mercado lagunero, dos radiopatrullas y hasta cuatro motos de la Policía Local. "La mañana ha sido normal", expresaba el presidente de Asocomel, Nacho Díaz, a la espera de que llegase el concejal Andrés Raya. La decisión final fue que el aforo se limitase a 70 personas, una media de uno por puesto.

La Orotava. En las calles de La Orotava costaba encontrarse con un niño. La plaza Franchy Alfaro, ubicada frente al colegio salesiano San Isidro, estaba a mediodía absolutamente desierta. Ni un menor en los columpios de su parque infantil. La recomendación de quedarse en casa caló sobre todo en las familias con niños, que apenas se arriesgaron a sacarlos de sus viviendas para acercarse al supermercado.

La ausencia de transeúntes y de actividad en tiendas, bares y restaurantes contrastaba de forma notable con la actividad frenética en los supermercados. El miedo al desabastecimiento provocó, de nuevo, que se incrementaran las compras de todo tipo de productos, perecederos y no perecederos. Los escasos menores que salieron de sus casas en la Villa lo hicieron para acompañar a sus cuidadores a hacer la compra. En algunas farmacias incluso se preparaban carteles para advertir a los clientes de que ya no quedan ni geles hidroalcohólicos, ni alcohol, ni glicerina. La gente arrasó con los productos desinfectantes.

La plaza del Centro Comercial El Trompo, habitualmente llena de familias con niños, estaba a mediodía prácticamente desierta. Sólo un pequeño de apenas dos años jugaba con su padre en los columpios. De nuevo, la imagen más repetida eran las tiendas vacías y los empleados nerviosos ante una realidad preocupante.

En el interior del centro comercial Alcampo La Villa, la actividad se centraba en el supermercado. En general, la gente hacía la compra tranquila y no se veían carros demasiado cargados. Tampoco mascarillas ni personas con otros sistemas de protección frente al coronavirus. En los bares y restaurantes, sin apenas clientes en mesas, barras ni terrazas, la preocupación era evidente. Mundo Rodríguez se quejaba de la falta de movimiento en un día "absolutamente parado" por el coronavirus y abogaba por "buscar fórmulas para ayudar a que cerremos los bares, porque así no se podrá aguantar mucho".

Óscar Rocío, del restaurante Dios los cría y el viento los amontona, lamenta el negro panorama y teme que las ayudas no lleguen: "Recomendar quedarse en casa, pero no obligar a cerrar los negocios, es una buena estrategia para al final dejarnos tirados".