Tradición | Día de todos los santos

Enramar a los difuntos, una tradición que sobrevive aunque se gasta menos

Para unos, la costumbre tiene los años contados; para otros, se mantiene

Superada la pandemia, se nota otra crisis

Por primera vez el pago con tarjeta supera al efectivo

Humberto Gonar

Humberto Gonar

La muerte hace el agosto en noviembre. Al menos no se olvidan de las raíces. Es una de tantas reflexiones que se escuchan a las puertas del cementerio de Santa Lastenia, la ciudad de la paz donde el 1 y 2 de noviembre –festividad de todos los santos y los difuntos, respectivamente– comenzó el sábado. Un día de cien horas; y como dijo otra de las vecinas que madrugó para enramar este miércoles y sortear las colas, el sol no sabe del cambio horario. Más trascendental, Noelia García, la exalcaldesa de Los Llanos de Aridane, que fue a despedir a su dentista, con quien estuvo días antes; una invitación a disfrutar de la vida. 

Ocho de la mañana y en la explanada de los aparcamientos de la trasera del tanatorio, Jose y Marisa se afanan con el cubo de flores y los enseres de enramar, oasis incluido, y casi ella le reprocha a él que hayan conseguido sitio sin tanto problema. «¡Cómo es la gente, que decía que iba a dejar entrar solo de seis en seis!». Una de tantas leyendas falsas. Cerca de la capilla, en un mercedes rojo, un hombre de media edad escucha misa ajeno al bullicio que desde las ocho de la mañana se vive en los puestos de flores; en la entrada hay cuatro –gerenciados por tres empresas– y dentro, el de Esther y Ana, que en realidad es de Cetensa, la empresa que se encargada del mantenimiento de los cinco cementerios de Santa Cruz (Taganana, San Andrés, Santa Catalina, San Rafael y San Roque y el propio Santa Lastenia).

Estudio sociológico

El testimonio de los propietarios de puestos de venta de flores bien podría servir para, sin ánimo de realizar un estudio sociológico, conocer la evolución de la tradición de enramar a los finados. Para Silvia, de Flores Amparo –el que está por encima–, esta costumbre tienes los años contados, aunque todavía pesa la última voluntad: «me entierras y me enramas».

Juan Daniel, de Alohaflor, afirma mientras atiende a Judith Díaz que el mayor enemigo es la incineración, si bien la tradición de enramar se mantiene; todavía pesa el respeto de honrar a los seres queridos, algo que acredita Esther, del puesto de venta de flores que se localiza en el interior del cementerio. «Te llevarías una sorpresa si vieras la cantidad de jóvenes que vienen a poner flores a sus abuelos, o colegas que se reúnen y acuden a rendir tributo a su amigo recién fallecido».

Otra cosa es el dinero que se gasta. Pasó la pandemia y se recuperó la plena normalidad, otra cosa es que se invierte ahora menos en flores que antes; y hasta algunos se decantan por las artificiales por aquello de ahorrar, asegura Esther. Para Juan Daniel, este ha sido la primera vez que el pago en tarjeta se ha impuesto al efectivo, un 60 por ciento en favor del dinero plástico frente al 40% del papel. «Hasta los mayores ya tienen su tarjeta en el móvil».

Los flores tienen un precio

El precio de la flor alimenta la leyenda negra que se refiere al aumento del coste aprovechando la temporada alta. Juan Daniel admite que la campaña del día de todos los santos –que comenzó el sábado y aflojó al mediodía de este miércoles– es la más importante para su empresa, cuando llega a vender más de 120.000 unidades; en importancia le sigue el día de la madre, con 30.000 unidades, y en tercer lugar, san Valentín. Los datos que aporta el dueño de Alohaflor y también Dragoflor tienen el aval de que, además de venta al público, son productores, con seis hectáreas en Valle de Guerra. Comenzaron con el cultivo en 1986 y desde 2004 con el puesto en el cementerio de Santa Lastenia.

Sobre el precio del ramo, asegura que los precios oscilan desde los tres euros a uno de 25 ó 30, para precisar que un anturio, una rosa o una gerbera cuesta entre setenta céntimos y un euro. «Todo depende de lo que quieras», añade, para advertir que se han impuesto las terrinas por encargo, pero deben de ser con antelación. «Si estos días querías uno, tenías que esperar una hora como poco... pero el día 31 era imposible».

En los puestos de flores, algún cliente se refiere entre dientes a «este agosto navideño». «Unas siemprevivas y unos crisantemos, 9,50 euros». El precio lo comenta casi entre dientes, y es que la gente viene aquí con corazón, admiten todos.

Silvia lleva ya 15 años, de ellos una decena como propietaria tras heredarlo. Comenzó por tradición familiar, pues su madre tenía un puesto en el mercado Nuestra Señora de África. Entre semana son dos trabajadores en sus puestos, número que triplica estos días. «Un ramito resuelto te puede salir entre 15 o 20 euros, con lluvia, helecho, siemprevivas y lilios, aunque siempre hay quien quiere algo más especial, como una orquídea. Como esta –y señala una–, valen 35 euros».

"¡Apárcate ahí!"

Pasa el tiempo y empieza a complicarse el tráfico. Nueve de la Dispositivo policial en marcha y una clienta se acerca con su vehículo a Flores Amparo a coger la terrina. «¡Apárcate ahí!», le dice una de las trabajadoras; el policía observa el intento de operación y le advierte: «Ahí no puede». «Va a coger las floras nada más», le dice la comerciante. «¿Se lo acerca usted?», le dice el guardia, y se rehace mentalmente. «¿No puede caminar pero sí conducir?».

Por el acceso principal al cementerio principal de Santa Cruz, que abrió sus puertas en 1916 y que tiene censados más de 110.000 enterramientos, las calles son avenidas de gente que se hacen hueco al continuo paso de guaguas, las mismas que están operativas los fines de semanas y festivos, pero estos días con más frecuencias. Un servicio excelente. A la derecha de la entrada central en enterramiento de María Lastenia del Pino Rodríguez, una niña de 10 años falleció el 27 de enero de 1916 y que, al ser la primera que recibió sepultura aquí, da nombre al camposanto.

Fieles a la cita

Al lado, Antonio Rodríguez, que acude a enramar el panteón de la familia Gómez Castilla, de uno de los fundadores de la Clínica La Colina; su hijo, traumatólogo está trabajando y un amigo cumple con la tradición. También Berto Vargas atiende el nicho de sus padres, o Goyo Arteaga, que se trasladó desde La Gomera para cumplir con sus padres, o Itahisa Déniz, que acompaña a su madre junto a su sobrina Valeria. «La despertamos porque no la habíamos avisado de que íbamos a venir y si se entera que acudimos y no le decimos nada se enfada», añade. La pequeña Valeria es la niña de su abuelo; siempre que siempre le daba algún dinerillo. «Todas las semanas viene», apostilla Itahisa. 

Especial es este 1 de noviembre para Dailo Gómez, incondicional de esta tradición, que este año le tocó enramar por primera vez a su abuela Encarna, fallecida el 21 de agosto. Con tanto dolor por la separación física como fe cristiana. «He tenido la suerte de con 34 años disfrutar de mi abuela, con 89». No le faltó sus rosas rojas, como le encargó.

Dentro del cementerio, Esther cuenta que con diez euros, o veinte, se consigue un ramo, con crisantemos, lluvias y helecho, aunque hay quien compra orquídeas y se gasta hasta 60 euros. Y precisa. «Tenemos más vocación de servicio que de negocio, porque dependemos de Cetensa y no lo hacemos solo por dinero», añade desde sus 19 años en este puesto. «Comencé de casualidad, porque en realidad yo era comercial, pero siempre me ha gustado el trato con la gente». Y ahí sigue.

Globos y peluches en las cunas

Desde el puesto de Esther, donde la cola no se da tregua, se puede ver un patio de cunas enramado con globos y peluches. Una tradición con protagonistas anónimos. Al parecer, una pareja acude cada año el 31 de octubre –que es el día grande, cuando se hacen los preparativos en el cementerio–, y coloca los adornos.

Cerca del mediodía, Vicente y Carmen, sobre el muro, confeccionan con solemnidad dos terrinas. Ya llevan treinta y tres años desde aquel aciago 6 de marzo de 1990 cuando subió al cielo María de los Ángeles, una de sus gemelas, por una supuesta negligencia médica que todavía hoy les duele.

El cementerio está lleno de vida, con tantas personas como historias. Unos por tradición; otros por devoción. Este jueves –aunque se trabaja–, a las 10:00 horas, mira en el crematorio presidida por el arcipreste de Ofra, Antonio Gómez, y al mediodía, eucaristía que preside el obispo, cultos religiosos que cierran por este año la tradición del día de todos los santos.