Opinión | Retiro lo escrito

Visitas al Vaticano

El papa Francisco.

El papa Francisco. / EFE

Mi voto para un político canario al que no se le ocurra a los diez minutos de ocupar un cargo hacerle una visita al papa en el Vaticano. Si un servidor tuviera dinero incluso le firmaría un cheque, solo para no ver en los periódicos y en la tele al egregio tolete de turno babeando ligeramente ante al Sumo Pontífice de la Iglesia Católica mientras le regala algún espanto indescriptible que forme parte de la artesanía o la gastronomía del archipiélago, de su isla o de su municipio. Imagino que cuando lo haga Carolina Darias llevará de regalo la metroguagua, que ya forma parte del patrimonio histórico de Las Palmas de Gran Canaria. Si el Papa la acepta –lo cual es harto dudoso– la alcaldesa liberaría a la capital de una de sus más insufribles pesadillas. Este pisotear continuo del Estado aconfesional se disimula con múltiples máscaras y afeites. ¿No está la Iglesia Católica inextricablemente unida a nuestra identidad cultural desde hace muchos siglos? ¿No tiene una relevancia histórica extraordinaria que trasciende su carácter estrictamente eclesiástico? ¿No colabora con su inextinguible caridad a aliviar las insuficiencias y dolores de los más pobres? Luego, por supuesto, está el gran recurso del carácter de los papas. Desde Juan XIII no hay papa que no presenten como un personaje fascinante. En el caso de los cáncamos –el siempre quejica y agónico Pablo VI, el inteligentísimo Benedicto XVI, un témpano de ambición despiadada– ya se les disfraza de otra cosa. Lo fundamental es que el papa sea curioso, intrigante y, en los últimos tiempos, chapuceramente humano. El argentino Francisco, jesuita hasta las cachas, debe su simpatía a su gusto por la pasta, el fútbol y el mate. Son ejercicios caracterológicos curiosos porque en realidad –y no es necesario ser vaticanista para saberlo– no hay nada más parecido a un papa que otro papa. Al menos desde hace mucho tiempo. Antes sí. Antes se registran papas que fueron hijos de cardenales, papas aficionados a la prostitución masculina y femenina o papas a los que encantaba blandir la espada, como Julio II –quien tuvo una hija, algo nada inhabitual entre los pontífices–.

El próximo a partir a la Ciudad del Vaticano será Luis Yeray Gutiérrez, el joven alcalde de La Laguna, que como todos los anteriores llevará gratis total una comitiva importante y emocionada. Por supuesto que será acompañado por el obispo de la Diócesis Nivariense, ese prelado que dijo en ocasión inolvidable que muchos niños incitan a los sacerdotes al pecado, y representantes de los grupos municipales del poder y la oposición. Quizás asista incluso Rubens Ascanio, porque al fin y al cabo el papa es argentino y de izquierdas, ha leído a Zizek. El que con toda seguridad no se sumará al viaje es Alberto Rodríguez el Largo, y no por cuestiones ideológicas, sino porque no podría sufrir que le hicieran más fotos al papa que a él. El Largo aspira que alguna vez, si se fotografía junto al Pontífice, la gente pregunte sobre quién es el viejo vestido de blanco que sale en la foto al lado de Alberto.

–Ay, Santidá, que hay unos niños buenos, unos niños nobles y luchadores haciendo huelga de hambre cerca de la casa de Clavijo…

–Sí, sí, ya sé que la cosa va muy mal en Burundi.

–¿Burundi? No, en Burundi no, son unos niños muy nobles, muy buenos…

–También en Burundi hay niños buenos. Dígame, ¿no le interesaría enrolarse en la Guardia Suiza después de pelarse?

–Es muy fuerte, pero… ¿si entro puedo pedir enseguida comisión de servicio?

Desde hace años se chismorrea sobre un fabuloso viaje del papa Francisco a Canarias. Dicen por eso que la lista de personalidades canarias que quieren visitarlo es larga como una explicación de Jorge Marichal. Si viene, el último en visitarle podrá adjudicarse la visita. Si es que son como niños. En realidad no.

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