Opinión | Retiro lo escrito
Todo para nada
Desde hace años es evidente que es el PSOE quien milita en Sánchez y no Sánchez quien milita en el PSOE
Hoy comparecerá el presidente Pedro Sánchez y soy de los que creen que anunciará su decisión de continuar al frente del Gobierno y del PSOE. Jamás he creído que iba en serio y me pasma –de veras– que alguien se lo pueda creer. Sánchez, dimitido, no sería nada ni nadie, y una vez despojado de poder, sería pisoteado sin piedad por los suyos, que se sentirían traicionados. La carta era y es una jugada política, una jugada ventajista y al mismo tiempo desesperada, grosera e inútil. Primero ha evidenciado de nuevo su talante cesarista, su inocultable desprecio hacia los órganos de dirección de su partido, su consideración del equipo ministerial –sin excluir a Montero o a Bolaños– como voluntariosos pero prescindibles recaderos. Un político genuinamente democrático no toma una decisión de ese calibre en soledad sin brindar explicaciones frente a su partido, no lo hace a través de una red social, no se concede a sí mismo cinco días para tomar una decisión mientras sus compañeros entran en trance, la oposición celebra una orgía de entusiasmo zombi y los ciudadanos son meros espectadores del reality show presidencial. Voy a dar una vuelta por los jardines de La Moncloa sobre el unicornio azul que ayer se me perdió y cuando vuelva ya les diré lo que va a pasar, pibitos.
Aunque sea evidente desde hace años que es el PSOE quien milita en Sánchez y no Sánchez quien milita en el PSOE, muchos piensan que el presidente buscaba un cheque en blanco, no solo de su cuadrilla, sino de toda la izquierda parlamentaria que le ha apoyado hasta ahora. ¿Para qué? José Luis Coll diría que paraguayo y tiendo a estar de acuerdo con él. Está Cataluña, por supuesto. Sin Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat la legislatura está acabada. Sánchez pretende sacrificar a Salvador Illa y que nadie le chiste una palabra. Lo mejor para su mantenimiento en el poder –o si se prefiere, para la continuidad de su Gobierno– es un Ejecutivo catalán integrado por Junts y Esquerra Republicana. El pobre de Illa apoyaría donde hiciera falta y ambas organizaciones independentistas seguirían respaldando a Sánchez en el Congreso de los Diputados. En puridad lo único que pediría Sánchez es el voto positivo de Puigdemont y Junqueras al proyecto de presupuestos generales de 2025. Si lo consigue –a un precio previsiblemente muy elevado– Sánchez puede soñar con estirar la legislatura hasta 2026. A esto se sumarían –por supuesto– algunas vagas medidas legislativas –lo que jocosamente se llama una ley antibulos, un regreso de facto a la censura previa –o la decisión de copar el Consejo General del Poder Judicial rebajando la mayoría cualificada que hoy exige su renovación–. Pero no podrá ir muy lejos en ambos objetivos.
Es demasiado agotador pasar de la sosegada afirmación «disfrutamos de una de las 24 democracias plenas del mundo» (el ministro Bolaños en el Congreso la semana pasada) a aplaudir manifestaciones en defensa de la democracia amenazada (la ministra Montero en la tarde de ayer). Ni hay motivos para sostener que esta democracia parlamentaria es inmejorable ni ninguna señal de que corra el peligro de ser sustituida por un régimen autoritario o fascista o franquista o cualquiera de los estúpidos disparates que se han escuchado estos días. El único responsable de todo este espectáculo falsario, hiperventilado e inútil es Pedro Sánchez y su voluntad de conseguir una salutación plebiscitaria, una estatura mesiánica del metal fundido de todo el progresismo español. El PP ha sido incapaz de desmontar este esperpento. Al contrario: ha contribuido al mismo. ¿Nadie piensa cinco minutos seguidos en Génova? Lo más tremendo es que nada de esto servirá para nada. Sánchez ha trazado, con sus decisiones disparatadas a partir de las elecciones generales del pasado julio, un laberinto del que no podrá salir si no es hacia la derrota del PSOE y la devastación de la izquierda. ¿Para qué quiere un cheque en blanco? Su suerte, su irresponsabilidad, su arrogancia, su ambición ya no tienen fondos.
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