Opinión | A babor

Victimación voluntaria

Proyecto de Cuna del Alma en el Puertito de Adeje.

Proyecto de Cuna del Alma en el Puertito de Adeje. / El Día

Ayer se cumplieron los diez días de plazo dados por el colectivo Canarias se agota, antes de que algunos de sus activistas iniciaran una huelga de hambre indefinida para protestar por «la situación del archipiélago». Las peticiones planteadas en el arranque del anuncio de huelga de hambre resultaban tan épicas como confusas: por un lado, una clara apelación a la mística de la resistencia y el sufrimiento frente al suicida modelo turístico de las islas, y por otro, la petición de que el Gobierno contacte con ellos y se comprometa a paralizar las obras del hotel La Tejita y Cuna del Alma, los dos proyectos turísticos de Adeje y Granadilla, recientemente confirmados por la Justicia. Hay algo singularmente autoritario en la concepción de una gente que cree que el Gobierno puede y debe imponer su criterio a las decisiones judiciales. Es chocante que la huelga de hambre se utilice como recurso para soslayar resoluciones judiciales que anulan intervenciones del Gobierno. Tradicionalmente, la huelga de hambre es el último recurso de los no violentos contra la injusticia de las decisiones de un Gobierno que no cumple las leyes. En este caso concreto, lo que se pide es que el Gobierno imponga su voluntad frente a los jueces. Raro, raro, raro.

Sea como sea, a las cinco de la tarde, hora lorquiana, los activistas de Canarias se agota han iniciado una protesta que –si no resulta una patochada infamante para la entidad y sus protagonistas– puede llegar a poner en peligro la vida de los huelguistas. Uno puede comprender y respetar este tipo de acciones cuando van en serio, pero no cuando se producen sin necesidad alguna, como mero reclamo o propaganda.

Cuando Aminetu Haidar se vio privada por Marruecos de su derecho a vivir en su país, y se encontró arbitrariamente tirada en el aeropuerto César Manrique de Lanzarote, el 17 de noviembre de 2009, su decisión de afrontar una huelga de hambre, que mantuvo ininterrumpidamente durante un mes, despertó no sólo la simpatía y solidaridad de los suyos, sino también de decenas de miles de canarios: políticos, activistas, músicos, artistas y escritores, arroparon su férrea voluntad de denunciar la ignominia de privarla de su derecho a volver, y lograron que Marruecos cediera, después de ser presionado por España y por Estados Unidos. Unos meses después, Haidar usó la proyección pública lograda durante su mes de durísimo sacrificio personal para llamar la atención sobre la endeblez del Estado de Derecho marroquí durante la cumbre entre la Unión Europa y el reino alauita celebrada en Granada en 2010. Para muchos fue un ejemplo de activismo sensato, en el que su temple y voluntad, puestas al servicio de la causa de la RASD, lograron acercar al conocimiento público la situación de falta de libertades en los Territorios del Sur. Ha llovido muchísimo desde entonces, pero el ejemplo de esta mujer sigue conmocionando la conciencia de muchos. Aquella huelga de hambre, una manifestación de resistencia pacífica frente a la privación de derechos, seguía la estela de sacrificio del Mahatma Gandhi, del escritor ucraniano Stanislaw Aseyev, de la colombiana Ingrid Bethencourt en su lucha contra la corrupción, del periodista cubano Guillermo Fariñas, que llegó a acumular 23 huelgas de hambre para denunciar la ausencia de derechos en la Cuba de Fidel, o del fundador de Primero Justicia, Leopoldo López, arbitrariamente encarcelado y privado de sus derechos por el régimen despótico de Nicolás Maduro.

La huelga de hambre no puede ni debe ser un artificio o una finta publicitaria. En ella se enfrentan la voluntad de una persona decidida a plantar cara y la autoridad de un Estado que aplasta derechos. La legitimidad de la protesta es el resultado del equilibrio entre la razón de lo que se pretende y la imposición por la fuerza de quien niega tus razones. Recurrir a la huelga cuando existen cauces legales para defender lo que crees es una sandez y un acto de malcriadez democrática: no se juega con la solidaridad de los demás ante tu improbable decisión de aguantar sin comer hasta morir, solo para permitirte que impongas tus razones. Sean estas tan legítimas y valiosas como la protección del endemismo de la vivorina triste.

Vivimos un tiempo en el que la gente tiende a buscar reconocimiento social por victimación voluntaria. Un tiempo en el que presentarse como derrotado supone lograr automáticamente el respaldo en los media y las redes. Pero cuando alguien elige ser víctima sin serlo de verdad, se apropia de un rol que no le corresponde.

Será políticamente incorrecto decirlo, pero me es igual: hay comportamientos que se mueven entre el infantilismo y la soberbia, que deberían despertar el rechazo y el desdén, y no esta barata y mísera solidaridad tuitera con la que a veces premiamos la imbecilidad de las víctimas que eligen serlo para llamar nuestra atención.

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