Opinión | Caleidoscopio

Primavera sombría

Dentro de nuestras fronteras, la primavera no es más luminosa. El chapapote de la política nacional va en aumento y la proximidad de nuevas elecciones autonómicas y europeas no auguran un mejor futuro

Exposición en el Castell de Praga.

Exposición en el Castell de Praga. / EFE

“Abril es el mes más cruel:/ engendra lilas de la tierra muerta/ mezclando la realidad y el deseo,/ despertando yertas raíces con lluvias de primavera...” Como cada año, los célebres versos de T.S. Eliot regresan a mi memoria cuando llega este mes que trastorna la naturaleza y con ella a las personas, que despertamos de la postración del frío y de la oscuridad invernal: “El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo/ la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo/ una pequeña vida con tubérculos secos…” continúa el poema de T.S. Eliot 'La tierra baldía'.

Cerca de donde yo vivo en Madrid está la casa en la que otro poeta, el español Luis Cernuda, escribió su libro 'La realidad y el deseo', los dos extremos de la condición humana, que en abril se confunden, según el poema de T.S. Eliot, más que en cualquier otra época. La primavera, la estación de las lilas y de las hojas nuevas, la de las raíces que renacen con el calor y las lluvias después de meses amortecidas por las heladas, produce los mismos efectos sobre nosotros y eso se nota.

Este año, abril, además, llega cargado de oscuros presagios, los que invaden el mundo últimamente ante la amenaza de una guerra a gran escala que cada vez se hace más creíble. La primavera, este año más que nunca, se presenta, pues, confusa y llena de claroscuros no solo para cada uno de nosotros, sino para la humanidad entera, que asiste con horror a lo que está ocurriendo en Ucrania y en Oriente Medio y con miedo a que esos conflictos se internacionalicen y extiendan y nos afecten directamente a todos.

De tambores de guerra hablan ya abiertamente muchos políticos mientras las ya existentes se cronifican y se hacen más crueles ante la impotencia de Europa y del mundo entero. Es Cernuda el que ahora habla alzando su voz sobre la de T.S. Eliot: “Bajo la noche el mundo silencioso naufraga / Bajo la noche rostros fijos, muertos, se pierden / Solo esas sombras blancas, oh, blancas, sí, tan blancas…”

Dentro de nuestras fronteras la primavera no es más luminosa. El chapapote de la política nacional, ese que integran a parte iguales la crispación y el odio, va en aumento y la proximidad de nuevas elecciones autonómicas y europeas no auguran un mejor futuro para un país en el que ya nadie habla y discute de los problemas comunes y de las necesidades a cubrir, ocupados como estamos en insultarnos unos a otros y en buscarnos las cosquillas y las vueltas como si, en vez de una nación, la nuestra fuera un ring de boxeo en el que hay que noquear al adversario en lugar de convencerle de que lo que nosotros pensamos puede estar bien.

La primavera, pues, se muestra también sombría este año por estos lares y lo que cabe esperar es que pase sin mayores consecuencias y llegue pronto el verano con su tregua temporal, esa que nos permite desconectar del ruido y del odio y contemplar la naturaleza y la vida sin inquietud.

Llegado un punto del deterioro de las relaciones, a lo que uno aspira no es a que vayan bien sino a que no empeoren y acaben por encallar convirtiendo la convivencia en insoportable como ya empieza a suceder en este país por culpa de unos políticos irresponsables y de una sociedad con tan mala memoria que ya no recuerda lo que era España hace solo algunas décadas hasta el punto de afirmar cosas tan asombrosas y peligrosas como que el actual gobierno es el peor de los últimos 80 años o que la democracia actual es una dictadura como acaba de afirmar el vicepresidente de un gobierno autonómico que lo es gracias a esa democracia que él desprecia.