Opinión | Gentes y asuntos

Talento y compromiso

Advertí en la anterior columna la necesidad de espacio para contar la vida y afanes de un hombre honesto y un poeta colosal que se comprometió con las causas de la libertad y la igualdad; y lo cumplo, con la esperanza de que la política, y los políticos al uso, que son la inmensa mayoría, venzan su alergia a los conciudadanos que piensan por cuenta propia. Ese es el caso de Pedro Lezcano que, tras el golpe fallido de 1981, sintió la sana necesidad de aportar algo más a la sociedad canaria y española que sus espléndidas creaciones.

Durante el franquismo Lezcano Montalvo respondió a su perfil de intelectual responsable y colaboró con el Partido Comunista de España y, también, con el grupo independentista Canarias Libre; nacido en 1959, «entre otras razones, por la falta de libertades, la persistencia del régimen caciquil, el cambio de modelo económico, turismo masivo por agricultura, los procesos descolonizadores en la vecina África y por la ejecución de Juan García, el Corredera», según el abogado Fernando Sagaseta, cabeza de la organización.

Sin una estructura organizativa eficaz ni apoyo popular, Canarias Libre se limitó a actos de propaganda: comunicados con escasa y difusión en los medios isleños, pintadas, panfletos; pero dejó como principal legado su modelo de bandera, blanca, azul y amarilla, presentada el 7 de septiembre de 1961, poco antes de su desaparición al año siguiente, motivada por la detención de sus cabecillas tras la aparición masiva de pintadas en el Estadio Insular de la capital grancanaria.

Antonio Cubillo Ferreira (1930-2012), miembro del MCL en Tenerife y, desde su exilio en Argel, fundador del Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario, añadió a la enseña tricolor las siete estrellas verdes; sin éstas, la bandera actual de la Comunidad Autónoma de Canarias es la creada por Canarias Libre, en un tono de azul más oscuro, y con el añadido del escudo autonómico.

«Después de la clandestinidad y la propaganda, señalados y amenazados con la judicialización de nuestros actos, llegamos a una democracia que resistió los embates fascistas, incluido un golpe de estado; entonces no me resistí a la aventura de la política en primera persona, a entrar en la arena y cambiar la teoría por la práctica», declaró Pedro Lezcano en una entrevista para TVE. En 1982 entró en Asamblea Canaria, formada por la Federación de las Asociaciones de Vecinos y con la meta de un socialismo autogestionario. Y, desde entonces, liberado por petición propia de las obligaciones de militancia, concurrió en las listas de la Unión del Pueblo Canario, donde confluyeron todas las organizaciones nacionalistas, y asumió la Consejería de Educación en el Cabildo de Gran Canaria de 1983 a 1987; en la siguiente legislatura, 1987-1991, ocupó escaño en el Parlamento de Canarias; entre 1991 y 1995, alcanzó la presidencia de la Corporación insular tras una moción de censura al socialista Carmelo Artiles; y, finalmente, entre 1995 y 1999, la Consejería de Medio Ambiente en dicha institución.

La educación, en todos los niveles y para todos los sectores de la población, y la protección del medio ambiente fueron sus preocupaciones y después de dieciséis años dijo adiós. «Fue suficiente. No quise llegar al nuevo siglo XXI como político activo», manifestó.

Popular como ningún otro poeta en las últimas décadas, Lezcano Montalvo obtuvo el Premio Canarias de Literatura en 1989 y es, porque la muerte no tapa la gloria, Hijo Adoptivo de Las Palmas, la capital y Santa Brígida, y Miembro de Honor de la Academia Canaria de la Lengua, tiene en su haber el preciado título de poeta al servicio del pueblo y con el amor del pueblo. Retirado de la vida pública y refugiado en la familia, la escritura y la nostalgia, recibió con sorpresa y emoción un honor merecido e inesperado. A propuesta de la Facultad de Filología, «la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria nombró a don Pedro Lezcano Montalvo doctor Honoris Causa en justo reconocimiento de su labor de poeta y dramaturgo y su firme compromiso con la democracia en las épocas más duras del franquismo».

El 28 de marzo de 2001 pronunció su último discurso en público, con el rigor y el temple conocidos, con la ética como norte y la sinceridad como bandera, entre la sorpresa y el desconcierto de unos y el apoyo entusiasta de la mayoría de público que abarrotaba el paraninfo universitario. Fue su valiente y generoso testamento leído desde la amargura: «Creo honestamente que la política, en general, desprende suficiente pestilencia para ahuyentar a las personas sensiblemente honestas. El encumbramiento de los mediocres hasta el escaño de los dirigentes produce un inevitable hastío ciudadano, el mismo hastío que impulsó a los jóvenes franceses de Mayo del 68 a clamar por las calles ¡La imaginación al poder! El grito era tan optimista como erróneo, porque la imaginación puede engendrar monstruos. Lo que corresponde ensalzar hasta el poder no era sólo la imaginación, sino también la inteligencia, la probidad, la calidad humana de la que carece». Falleció en Las Palmas de Gran Canaria, «su casa y su ciudad», el 11 de septiembre de 2002.