Opinión | Retiro lo escrito

Una solución barata

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente español, Pedro Sánchez, durante la cumbre de Granada.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente español, Pedro Sánchez, durante la cumbre de Granada. / EFE

Y sigue sin descongestionarse un milímetro el problema de la inmigración en Canarias y, más precisamente, el de los migrantes menores no acompañados. Nada. Cero. Una desesperanzada espera de la visita de Pedro Sánchez a Mauritania –de cuyas costas salen para conectarse con la ruta canaria el 80% de las embarcaciones que llegan a las islas– es lo único que puede avizorarse en el horizonte. No sé cuánto tiempo más se puede seguir simulando que no sabemos lo que sabemos. Y lo que sabemos es muy obvio. Sánchez y sus colaboradores saben perfectamente que uno de los grandes asuntos políticos en las próximas agendas electorales será la migración. En la mayoría de los comicios autonómicos, en las elecciones al Parlamento europeo, en las mismas generales, se anticipen (casi seguro) o no. Sería una estupidez disgustar a los ciudadanos con la llegada de los africanos, sería una oportunidad para el Partido Popular que entren cientos de migrantes en ciudades o regiones. No quieren saber absolutamente nada de migrantes, ni de menores, ni de rechazos culturales, ni de honestos trabajadores ni de vivificar una demografía en declive. Solo tienen dos cosas absolutamente seguras: que lamentan mucho la agónica situación que atraviesan los hombres, mujeres y niños que se suben a un cayuco y arriesgan su vida para llegar a Europa y que no quieren ver ni a uno de ellos en su pueblo.

Uno de los motivos principales del crecimiento de la derecha y la extrema derecha en la Unión Europea –hasta en Portugal las encuestas con favorables a fuerzas ultraderechistas– es precisamente la migración irregular; la otra son las dificultades de las democracias parlamentarias y garantistas para preservar la prosperidad, la cohesión social, la paz y la identidad nacional, que se contempla como un último refugio frente a un mundo sumergido en una crisis universal e interminable. La democracia de la UE –esa entente cordial entre socialdemócratas, conservadores y liberales– tiene miedo. Y el miedo más intenso es el miedo a los bárbaros, a los desheredados, a los hijos y nietos de las contradicciones coloniales.

El presidente Sánchez lo sabe y, sencillamente, intenta retrasar todo lo posible el salto de los menores no acompañados a la Península, como se las ha arreglado para expulsar rápidamente de Canarias –alquilando las fuerzas armadas y policiales de Marruecos– a los mayores de edad. ¿De veras que son repatriados todos a sus países, a sus hogares, a su domicilio? Se me antoja sumamente improbable, pero eso ya son problemas de otro, un montón de carne y dolor que los señores de Rabat, duchos en semejantes lides, saben gestionar como es debido. Un grito es suficiente en la madrugada. Rabat, sin embargo, es actualmente insuficiente. El flujo de la ruta ha aumentado. Desde hace mucho tiempo la UE insiste una y otra vez en estrechar las relaciones entre las Fuerzas Armadas españolas y los militares mauritanas y malinenses, fundamentales en la situación del Sahel. Sánchez no va en realidad a otra cosa que ha convencer a los dirigentes mauritanos para que asuman que no tenía otro opción que transformarse en una guardia fronteriza europea, en un conjunto de unidades armadas de vigilancia, disuasión y control de las aguas de la llamada ruta canaria, en estrecha colaboración con los marroquíes. El señor Sánchez, en definitiva, se dará una vuelta por Mauritania para alquilar por un módico precio – nunca fue tan barata la crueldad – a los encargados de cerrar la ruta canaria, al precio que sea, es decir, sin excluir necesariamente fallecidos. Porque Europea –y España– ya tomaron una decisión. Aquí no entra nadie más por los siglos de los siglos. Amén.

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