Opinión

Dioses menores y futuro

La mitología se basa en una serie de cuentos, más o menos justificados a través de la deidad correspondiente, en la que se magnifica la lucha del bien contra el mal y se olvida la escala de grises, que se la regalan a la humanidad como algo inmerecido para la aureola de presuntos dioses.

Cuando te enfrentabas a ellos, te volvían loco, te convertían en piedra o te traspasaba un rayo, con la misma facilidad con que la mantequilla se derretía al sol.

En este siglo XXI idealizamos otros dioses paganos como el dinero, el poder, la influencia y la popularidad, y como toda religión, para cada virtud existe una imperfección.

A través de las redes sociales se difunde sin contrastar, y opinan tanto las personas versadas como las indocumentadas, con el mismo nivel de credibilidad para quien lee buscando la justificación de su odio o la exculpación de sus males, que siempre vienen de fuera.

Se ha puesto de moda asimilar al empresario y sus directivos como dioses menores parecidos a una piñata a la que todo el mundo quiere darle con el palo a ver que regalo gratuito consiguen.

Se olvidan fácilmente de aquella cita de Margaret Thatcher, primera ministra británica, acerca de la necesidad de emprendedores y familia para construir el estado: «Hemos atravesado un periodo donde a demasiados niños y a demasiada gente se les ha hecho pensar de esta forma: ¡Tengo un problema, la labor del Estado es resolverlo!. O ¡Tengo un problema, conseguiré un subsidio para resolverlo!». O ¡No tengo vivienda, el Estado debe dármela!. Al hacer eso trasladan sus problemas a la sociedad, y ¿quién es la sociedad? No existe tal cosa. Lo que existe son hombres y mujeres individuales, existen las familias. No hay Estado que pueda hacer nada si no es a través de las personas, y las personas se preocupan primero de sí mismas».

Ahora se cierne sobre la sociedad la fustigación por parte de algunos representantes públicos, sobre los salarios de directivos o los beneficios empresariales como el mal de una sociedad que está mantenida por ellos y por sus millones de trabajadores, en vez de dedicarse a resolver los problemas reales de las familias, para las que parece que no tienen soluciones.

Ser empresario no consiste en pertenecer a un club exclusivo. Puedes acceder a él sin permiso. Para ello analiza las necesidades, busca la oportunidad que te diferencie, sométete a la ley del mercado, arriesga, tanto para ganar como para perder lo menos posible y olvídate de vivir de un sueldo que no es más que un contrato en la que ambas partes deben ganar de manera productiva.

 O debería.