Opinión | Sangre de drago

Elegir ser maestro

¿Cuánto vale un maestro? No podemos poner precio a ese valor. Es imposible y, por otro lado, es inadecuado hacerlo. No computa en el espacio de los recursos económicos, aunque le cueste a la administración pública un trozo de los presupuestos generales. Va más allá. Mucho más allá. Por eso es tan importante cuidar la formación integral de quienes se van a dedicar a la noble tarea de la educación de los hijos en edad temprana. Un disco duro podemos formatearlo varias veces; una persona no se formatea, sino que se desarrolla progresivamente y necesita manos amables e inteligencias sintientes para su adecuada configuración personal. La docencia es una noble tarea que debemos reconocer como extraordinaria.

Carlos, un alumno de primero de Grado en Magisterio Infantil, acompañó a los docentes que exponían a un nutrido auditorio de alumnado de segundo de Bachillerato dichos estudios en el Salón de Actos del Aulario de Guajara. Las Jornadas de Puertas abiertas de la ULL. Tuvo poco tiempo para exponer su testimonio. Pero duró lo suficiente para conmoverme a mí también con aquella expresión rotunda: «He elegido la mejor profesión posible: ser maestro».

Y punto. Todo lo demás se puede encontrar en la web institucional de la Universidad. Pero allí no encuentras ese testimonio rotundo y fantástico de alguien que sabe la responsabilidad enorme que tiene servir a la sociedad prestando los primeros rudimentos del desarrollo de las personas.

Cualquier alumno universitario, cualquiera que sea el grado que estudie y el expediente académico con el que acceda, tuvo un puñado de maestros que, muchos ya anónimos de su memoria, le ofrecieron las principales barandas de un balcón a la realidad. Todos hemos tenido a alguien que nos enseñó a leer, a comprender lo leído, a escribir bien y corregir la ortografía. Nos explicó a calcular, a sumar y a restar, a jugar con los conjuntos y a respetar el orden y las normas de juego en el recreo. Aquello marcó. Y las consecuencias son actualmente verificables, para bien o para mal.

Cualquiera de los lectores de este artículo, con poco esfuerzo, será capaz de recordar el nombre de alguna de aquellas personas que le prestaron aquel servicio. Incluso recordamos sus aparentes o ciertos enfados por nuestra falta de atención. Lo recordamos. Los hubo mejores y peores, pero en su conjunto, a la altura de nuestro momento actual, sentimos más agradecimiento que reclamaciones.

Y el criterio de selección de esa carrera universitaria no debería ser solo la nota de corte que establezca el último alumno del curso anterior que accedió a ella. Hay otros criterios que se deben tener en cuenta: no es solo un modo de vida, un trabajo, un medio de subsistencia. Es un servicio a la sociedad insustituible: un servicio a los padres y a las madres de los hijos que serán en el futuro los integrantes de una sociedad democráticamente saludable o con la gripe del individualismo que tantos estornudos da últimamente.

Elegirlo es cosa de personas valientes. Muy valientes y generosas.