Opinión | SANGRE DE DRAGO

Splendor gaudii

Sería muy difícil imaginar una sociedad de personas felices en las que no se percibiera, de alguna manera, el esplendor de la alegría. Una sociedad en la que no hubiera herramientas educativas que muestren el camino del gozo y la alegría, por mucho bienestar que se proclame desde las cornetas y megáfonos mediáticos, será siempre un bienestar aparente. Se puede tener de todo, pero si no se tiene alegría, lo que se tiene no sirve para nada.

Alicia, en el país de las maravillas, tiene una experiencia fundamental: cuando llega a la bifurcación de los caminos y no sabe qué camino tomar, recibe la pregunta fundamental del conejo: «¿A dónde quieres ir?». Alicia responde que no sabe. El conejito le dice entonces: «Si no sabes a dónde vas, cualquier camino te sirve».

La verdad y el bien poseen un esplendor perceptible que nos ayuda a descubrir los caminos del gozo y la alegría. Siguiendo el brillo de lo bueno podemos alcanzar la alegría. El gozo no es el goce, es algo más profundo cargado de sentido y con un significado que afianza todo el tiempo. No es una alegría de momento, sino definitiva. Radicalmente fundante. Y tras las huellas de esa experiencia andamos en cansada búsqueda sufriendo las intermitencias de la frustración. ¿Cómo ir por el buen camino si no sabemos a dónde nos dirigimos? ¿Cómo acertar sin conocer la meta? Cualquier alpinista nos describe lo que se experimenta al cubrir la cumple de cualquier montaña. Y ese esplendor gozoso justifica cualquier dificultad en la ascensión.

Incluso es posible que cuando desconocemos la verdad y el bien, la serena y profunda paz del alma, o el gozo del interior, nos sirva como las migas de pan que nos muestran el verdadero camino. Lo que produce gozo, de ordinario, es bueno. Por el brillo de esa estrella descubrimos el camino a recorrer como marinos de mares encrespados de una historia siempre compleja. Los gozos aparentes son como oasis reflejos en un desierto dilatado, un espejismo que nos alivia un momento. Pero no queremos momentos, chispitas, queremos todos: no nos contentamos con menos que con toda la alegría anhelada.

Una temeraria propuesta que parafrasea unos versículos del Evangelio nos pudiera ayudar a entender lo que es la verdadera alegría. Decía el Maestro que lo que mancha y daña no es lo que entra de fuera, sino lo que sale del corazón humano (Mt 15, 17-19). Lo que alegra de verdad no entra de fuera, sino que sale de dentro. De fuera entra lo espumoso y afrutado de la vida; de dentro salen los motivos por los que brindo. Y para esos motivos no hay contenedor alguno en la bodega.

Estos caminos de búsqueda los han recorrido, antes que nosotros, muchas otras personas. Estar atentos y a la escucha puede ayudarnos a descorchar el esplendor de la alegría que andamos buscando como sedientos en el desierto de la historia. Sin duda que no cuesta mucho encender la tercera vela del Adviento; solo hacen falta cerillas y un momento. Pero hacer que la alegría tome asiento en nuestra plaza exige algo más que encender una vela: hace falta incendiar el alma.

Espero que hayan podido tener un domingo gaudete.

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