Opinión

Asalto al Café Central de La Laguna

Asalto al Café Central de La Laguna

Asalto al Café Central de La Laguna / ED

Hoy te invito a dar un paseo por la calle más conocida de La Laguna, la Carrera, y a detenernos en el número 29, una casona justo en frente de la Catedral, al lado de la que fue Cafetería Alaska, donde luego estuvo la tienda de tabacos Álvaro, y hoy es sede de la perfumería Wehbe. Pues bien, ahí hubo un café muy frecuentado por la clase conservadora y muy poco por la obrera, el Central, que en los años de la década de 1930 sufrió los avatares compulsos de una sociedad dividida entre quienes no veían a la República con buenos ojos y los que esperaban mucho de ella.

Esa época tuvo un movimiento obrero muy activo, que promovió una huelga general en enero de 1934, en la que, tras una asamblea, los trabajadores se dirigen a la panadería de Juan Rodríguez Cabrera, próxima a la Catedral, con la intención de paralizar su actividad, a lo que se niega su propietario, con lo que se producen disparos al aire y lanzamiento de piedras, lo que obliga a intervenir al Ejército para apaciguar los ánimos, acontecimientos que preocupan a «la derecha» y a la Iglesia, que por derecho propio, y desde siempre, entendían que les correspondía gobernar.

Llega la convocatoria electoral de 16 de febrero de 1936, y los partidos de «izquierda» constituyen el Frente Popular (Unión Republicana, Izquierda Republicana, Partido Socialista Obrero Español y Partido Comunista), que gana las elecciones al Congreso de los Diputados. Ese día exaltados anarquistas amagan con asaltar el Seminario lanzando piedras, y a partir de ahí crecen los enfrentamientos callejeros de falangistas y clase dominante contra militantes del Frente Popular y sindicalistas, y viceversa, con lo que las derechas, conocedoras de la posibilidad de un golpe contra la República, inician la elaboración de listas de izquierdistas significados de partidos políticos y sindicatos para una futura neutralización.

Eran dueños del Café Central Ramón (falangista) y Miguel (somatén) Sánchez Machín, que veían con simpatía la concurrencia de falangistas y conservadores, hasta que el 19 de abril de 1936 un grupo de obreros entra en el café, cosa rara, piden bebidas, y uno de ellos toca el piano de cola mientras otros le corean canciones, cuando penetra un grupo violento que tras apoderarse de botellas de alcohol y causar destrozos, marchan hacia el Obispado de la calle San Agustín, uniéndosele otros simpatizantes, que, sin ninguna violencia, «en nombre del pueblo», obligan al secretario a firmar un documento de entrega del edificio, saqueando la estancia del mayordomo y colocando en el balcón principal la inscripción «E. Normal» para convertir el edificio en Escuela Normal de Magisterio.

También intentan el asalto al Seminario, que no consiguen, pero por esos altercados, en los días siguientes se inicia una causa judicial, que, tras prestar declaración los implicados, es sobreseída.

El 6 de mayo de 1936, la Corporación municipal, de mayoría socialista, comunista y anarquista, se adhiere a la petición del Ayuntamiento de Buenavista de relevar a Franco como comandante militar de Canarias, dadas sus notorias actuaciones involucionistas en la reciente fiesta del Trabajo del Primero de Mayo, a lo que se niega en Madrid el gobierno republicano alegando que Franco le es leal, cuando la realidad es que desde que llegó a Canarias no paró de conspirar contra él.

La elaboración previa de listas de exterminio de dirigentes izquierdistas es lo que explica que desde el mismo día del Golpe de Estado, 18 de julio de 1936, comienzan las detenciones, torturas y desapariciones de personas identificadas como dirigentes de sindicatos y partidos de izquierda, al tiempo que se van incorporando voluntarios a Falange y Acción ciudadana, organizaciones paramilitares encargadas de la represión, para lo que una junta no oficial identifica a las personas que deben ser ejecutadas.

Mientras, jóvenes soldados son concentrados en la plaza del Cristo y trasladados en guagua hasta el muelle de Santa Cruz rumbo al incierto destino de una guerra que no iba con ellos, entonando canciones quizá para ocultar el miedo que les atravesaba el cuerpo.

Ramón Sánchez Machín denuncia los destrozos que su Café Central sufrió el 19 de abril de 1936 y se reabre la causa aprovechando su condición falangista y tras afiliarse a Acción Ciudadana, mientras se identifica a sospechosos de actuar contra el nuevo régimen militar, que pasan a ser detenidos o desaparecidos, teniendo algunos de ellos el vínculo de pertenencia al barrio lagunero de San Juan. No se trata de reabrir heridas, pero sí de que las nuevas generaciones conozcan estos hechos para que los demócratas de todo signo los evitemos.