Opinión | Gentes y asuntos

Mujeres en el Thyssen

Palacio de Villahermosa, sede del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, en Madrid.

Palacio de Villahermosa, sede del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, en Madrid. / Jesús Hellín - Europa Press

Descontando algunas iniciativas puntuales del Prado, la exposición colectiva abierta en Museo Thyssen Bornemisza este otoño, además de una de las más interesantes del año 2023, es la prueba más determinante del papel de la mujer en la historia del arte. Un centenar de obras –pinturas, esculturas y tapices– y un amplio recorrido temporal –desde finales del siglo XVI hasta el primer tercio del XX– reparan flagrantes olvidos, vergonzosos encubrimientos y sectarios complejos dirigidos a minimizar el protagonismo femenino en las artes plásticas.

Además de la devolución y el reconocimiento del pleno magisterio a pintoras y escultoras que, como excepción o curiosidad, fueron célebres en su tiempo y accedieron a los grandes museos, se reivindican a otras plásticas con menor fortuna. La muestra comisariada por Rocío de la Villa reúne piezas maestras en la vertiente técnica y, también, conceptualmente avanzadas en cuanto a su compromiso con los gustos y las preocupaciones de cada época, tratadas –ese es otro acierto de la iniciativa– desde una mirada alternativa: el feminismo sincero, radical y militante de sus autoras. En el mismo plano de valores, reconocemos las singularidades sociales de las minorías poderosas, inteligentes y sensibles –que incluyen a ciertos monarcas, aristócratas y ricos burgueses– que, pese al inmovilismo del sistema patriarcal, apoyaron con decisión a inquietas creadoras en los últimos cinco siglos. La comisaria puso en las paredes del museo madrileño una suma de excepciones ideológicas y estéticas con el sano propósito de normalizar un hecho constatado y limitado en la valoración hasta entonces, y con el acierto pleno de ofrecernos una visión autónoma de la evolución de las artes visuales en el último medio milenio. Late en el empeño –como no podía ser de otra manera– el aliento solidario de sexo, la sororidad ante circunstancias y conductas machistas; pero ese compromiso no se traduce en ninguna propuesta exaltada, de contestación o autodefensa. Todo lo contrario, busca en las intenciones y las formas las claves más amplias de coincidencia, los méritos sin señas ni peros circunstanciales que comparten hombres y mujeres. Con esa intención, destierra los paternalismos huecos y superficiales con los que ciertos críticos han tratado las creaciones femeninas.

Es una ocasión excelente, y tal vez única, para contemplar juntas las creaciones de la boloñesa Lavinia Fontana (1552-1614), nombre eximio del manierismo tardío o primer barroco, con taller propio y vinculada a la corte del papa Clemente VIII; la cremonense Sofonisba Anguissola (fallecida en 1625), primera mujer famosa en el Renacimiento, pintora de cámara en Madrid y retratista de Felipe II; la romana Artemisia Gentileschi (1593-1653), hija de Orazio, figura ilustre del barroco italiano y situados ambos, padre e hija, en la estela del maestro Caravaggio; la flamenca Clara Peeters (1594-1662), bodegonista exquisita y pionera del género en los Países Bajos del Sur; la suiza Angelica Kauffmann (1741-1807), genuina militante en la exactitud y elegancia neoclásica; la francesa Rosa Bonheur (1822-1899), famosa por su lugar en el realismo, especializada en animales, y por su declarada condición de lesbiana y activista de las libertades; la francesa Berthe Morisot (1841-1895), fundadora y figura clave del movimiento impresionista; la norteamericana Mary Cassatt (1844-1926), que pasó la mayor parte de su vida en Francia y cultivó la amistad de Edgar Degas; la santanderina María Blanchard (1881-1932), profesa en el cubismo que cultivó intensamente desde 1908 hasta su muerte; la rusa Natalia Goncharova (1881-1962), introductora del arte moderno en su país y protagonista de las vanguardias prerrevolucionarias, con etapas creativas –cubismo, primitivismo, futurismo– y que fue, junto a Mijail Larionov, la creadora del rayonismo; la pintora y diseñadora ucraniana Sonia Delaunay (1885-1979), que, junto a su esposo Robert, tuvo una espléndida militancia en el arte abstracto y crearon el simultaneísmo; y, cerramos nuestra lista de preferencias con la madrileña Maruja Mallo (1902-1995), la musa de la Generación del 27 que, en su tránsito por distintas corrientes, dejó pruebas de su talento y versatilidad.

Es una gozosa oportunidad para transitar el tramo más fecundo de la historia del arte, guiados por la inteligencia de un grupo de mujeres que, malmiradas e incluso maltratadas por sus compañeros de oficio, impusieron su vocación y contribuyeron a enriquecer los conceptos artísticos y los temas y aportaron originalidad, sensibilidad y cuidada técnica para alejar las creaciones del riesgo de la costumbre.

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