Opinión
Pedro Alfonso
Cuestión de confianza y compromiso
Ha comenzado el otoño real y escribo desde mi casa bajo un tímido sol y una fina lluvia que baila a merced del viento.
Me viene a la mente una familia que compra una casa con los ahorros de su vida y una abundante hipoteca, recoge las llaves y se presenta en la puerta de su nueva casa, con sus seres queridos y una ilusión desbordada.
Llega la empresa de mudanzas y deja en apiñadas cajas los elementos de la casa anterior que conforman el hogar heredado y el acumulado.
No tienes agua porque el dueño anterior dio de baja el suministro. Pones en marcha la placa vitrocerámica y la lavadora al mismo tiempo y saltan los plomos por su potencia insuficiente.
Vas al baño y te invade un olor desagradable del sumidero, mientras te entretienes viendo bailar algún que otro azulejo.
La ilusión va menguando mientras la culpabilidad por la torpeza de no haber mandado, previamente a la compra, un contratista amigo que le hubiera avisado de las necesidades de reforma y, con su habilidad innata, hubiera renegociado el precio a la baja.
Te acercas al banco para pedir un crédito y acometer las reformas, pero te encuentras de frente con el techo crediticio y te empiezan a temblar las piernas. Al final te ofrecen un préstamo, algo más caro de lo que te hubiera gustado, pero tienes que acometer las obras esenciales pese a que no sabes muy bien si podrás con la cuota mensual de la hipoteca, más la del crédito para las obras.
Te das cuenta de que no tienes hipotecada solamente la casa, sino que también tienes hipotecada las ilusiones.
Si cambiamos casa por gobierno, hipotecas por excesos de gastos, obras de rehabilitación por alivios fiscales, techo crediticio por normas fiscales y tipos de interés por burocracia e ineficiencia administrativa, solo cambian los actores de esta tragicomedia.
Me acompaña esta tarde otoñal la vieja radio, mientras escucho una entrevista en la que el entrevistado deja caer una frase categórica: «Después de vivir lo que queda es la nada».
Como uno es un optimista irredento y además cree en la capacidad de un pueblo que se reivindica un día sí y otro también, me alejo de la aseveración agnóstica del entrevistado y me apunto a un pensamiento desde el compromiso y la confianza.
«Canarias no se merece esto. Canarias se merece el pleno empleo y la riqueza de sus familias y de sus empresarios».
Miro la agenda de mañana, así como la de esta semana y empiezo a planificar los siguientes pasos.
No hay otra.
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