Opinión | En el camino de la historia

El pensamiento trágico

El pensamiento trágico

El pensamiento trágico / El Día

El pensamiento no ha huido, ni siquiera se ha escurrido en los vericuetos de la sordidez y de la vulgaridad. Existe un pensamiento potente que es capaz de ser universal y mirar las cuestiones desde la óptica de la imparcialidad alejado de las propagandas que encandilan la mente y dificultan que el conocimiento fluya con veracidad y contundencia.

Pero si hay que decir que si llegamos a los linderos siquiera del pensamiento que pudiera dar validez intelectual a situaciones que suceden en el entorno, tanto nacional, local como universal es el tinte amarilloso de lo trágico lo que abunda y lo que se pudiera extraer sea el desencanto, el nihilismo y la pérdida de futuro y que no solo este se encuentre ligado a la tranquilidad que puede producir el desahogo económico o un sinfín de satisfacciones individuales.

Va mas allá cuando pensamos en nosotros mismos como entes necesarios para establecer una cotidianidad que se pueda expander desde Canarias, por ejemplo, hasta Jerusalén o hasta Gaza y Cisjordania para comprender la situación como un «todo», dejando atrás las parcelas ideológicas y de la propaganda establecida, arrumbando con la nitidez que da el pensamiento aunque este sea una rama más del pensamiento trágico.

Pero aun así nos cabe la pregunta ¿qué pensamiento está dispuesto a circular por la verdad, considerando que esta es la gran ausente al menos del desencanto que rodea a los universos individuales en las diferentes aristas de un caleidoscopio vital?

Habría que retornar, quizás, al filosofo en su etapa de juventud, Lukács, en La metafísica de la tragedia, donde considera que nunca como hoy la naturaleza y el destino estuvieron tan terriblemente desprovistos de tanta soledad que recorre caminos abandonados, por lo que es posible esperar un retorno de la tragedia.

Y en esas estamos. En un mundo que se puede convertir cuando menos se espere en insostenible a pesar de las altas tecnologías que se han puesto en nuestras manos y de los miles de amigos que tenemos como nunca, que somos influencers, y de tantas cuestiones que dan protagonismo a una humanidad de invernadero y a una ausencia de solidaridad galopante.

O también podíamos acercarnos a Nietzsche, que aun siendo el impulsor del pensamiento mágico llegó a manifestar que el deber del pensador trágico es afirmar la existencia, sublimar la vida, amar el azar y reír con historias consumidas y que se vuelva a pensar el mundo, pero desde la inocencia del devenir; aunque más tarde Unamuno profundizó que la base de todo pensamiento está provocado por lo trágico ya que es un afán, un deseo de plenitud, de romper los estrechos limites de la existencia, es decir, un ansia de inmortalidad, un instinto de perpetuación.

Pero lo cierto es que el pensamiento trágico nos enseña a sumergirnos en el sufrimiento humano como desconfianza de sí mismo, como si cada cual tuviese que retirarse a los espacios de la tragedia para poder estar al menos en el lindero de la verdad, de una verdad que pudiera ser considerada por el pensamiento trágico como la mejor solución a los compromisos adquiridos no por una parte de la sociedad sino por su conjunto.

Si a la tragedia le dieron relevancia los griegos para cantar las desesperanzas también estaba presente Dionisos; pero sin llegar a esos espacios sí que habría que replantearse por los que circulan por esos vericuetos las discusiones banales y mediatizadas, corregir ideas, y suplantar la mentira por la verdad escondida.

Porque siempre la destrucción ha estado en el camino de la historia, pero va siendo hora para evitar la gran hecatombe, reiniciar la vida de las sociedades desde la inocencia del inicio y desde la sencillez abandonada por los que están en el podium del poder, de los disparates de algunos y de la mezquindad de otros que deciden el destino del mundo a su antojo, que más que la paz perpetua kantiana lo que les importa es el gran negocio que produce la guerra.

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