Opinión | Sangre de drago

Cuestión de fama

Pau Gasol entra al Salón de la Fama: "Es un honor enorme"

Pau Gasol entra al Salón de la Fama: "Es un honor enorme"

Narciso se ahogó. Su imagen reflejada en las aguas serenas del río lo enamoró. ¡Qué hermoso soy! Y al caer se lo llevó la corriente. Murió por exceso de belleza -a su juicio-. Antes muerto que sencillo…, diríamos hoy.

Si mala es la falta de estima personal, peor son, sin duda, los excesos en esta valoración. Cada vez es más amplio el sector de los auto-satisfechos, de los pagados de sí mismo, de los que llevan mal la fama y la convierten en objetivo vital. Esa forma de autosuficiencia es fea con ganas. Y uno los ve venir y llegar a los pocos minutos de una sencilla conversación. Lo sabe todo, lo valora todo, no pregunta nada, lo enjuicia de manera firme y serena como si su pensamiento se equiparara con la verdad. ¡Qué feo es esa forma fea de llevar la fama sobre las débiles espaldas de la condición humana! Hay quien es conocido y valorado por regateador y veloz delantero en el fútbol. Otros por sus novelas o su participación en tertulias televisivas. Otros lo son por habitar en las revistas del corazón. Es normal que unos tengan fama, que sean conocidos. No pasa nada. Es problema es la búsqueda desesperada de notoriedad en algunas personas como si se tratara de una opción existencial que diera razón a su vocación personal. A eso se le llama narcisismo. Y Narciso se ahogó.

Siempre que pienso en esto me sobreviene la frase que Juan XXIII recoge en su diario personal en una noche de diálogo con Jesús en su sagrario personal. «¿Qué tienes, Juan, que no hayas recibido?». Es una pregunta útil que nos viene a todos bien. Ya seas un político destacado o un presentador televisivo de alta audiencia, ya seas un alto cargo en una empresa o el mejor deportista de ese sector deportivo en el que fichas. ¿Qué tienes que no hayas recibido? Es más, si hubieras nacido a mil kilómetros de donde lo has hecho, o tus padres hubieran sido un poco diferentes de lo que son, ¿serías lo que eres?

Ninguno eligió su fecha de nacimiento, ni su código genético, ni a sus familiares cercanos o extensos. Hemos recibido más de lo que hemos conquistado. Presumir debería estar prohibido a quienes son conscientes de su condición humana. Y, sin embargo, ahí seguimos, dale que te pego, presumiendo de ser y tener lo que otros nos han concedido. Convirtiendo el don en conquista y autoengañádonos sobre nuestra valía personal. Claro que toda persona tiene valor, un valor extraordinario, pero no por las circunstancias secundarias y relativas, sino por el valor inherente a su condición de persona humana. Si de algo hemos de presumir es de ser personas. Y en lugar de mirarnos en las aguas del río, mirarnos en el rostro del otro que está a nuestro lado y me da la ocasión de conocerme a mí mismo.

La historia está llena de conquistadores, descubridores, inventores. Son los que dejan huella y de quienes se habla o se lee. Pero, a cada uno de ellos no lo conoceríamos sin una pléyade de personas anónimas que le hicieron posible la conquista, el descubrimiento o la invención. Cualquier premio Nobel en cualquier disciplina es lo que es porque muchísimas personas se lo han posibilitado. Desde el que le enseñó a atarse los zapatos hasta el que le enseñó los primeros rudimentos de lectura y escritura.

Narciso, ¿qué tienes que no hayas recibido?

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