Opinión | EL RECORTE
Regreso
Me gustaba más el mundo cuando había buenos y malos. Cuando todo era simple de entender. Y no como ahora, donde todo está revuelto y mezclado como en una ensaladilla.
El linchamiento de Luis Rubiales, uno de los dirigentes del poderoso negocio del fútbol, se basa en que le dio un pico no consentido a una jugadora de la selección española. La deportista le agarró por la cintura y lo levantó en el aire como a un saco de papas y el tipo le cascó un beso en los morros por sorpresa. Al principio todo pareció quedar en un exceso. Una falta de respeto. La propia afectada le restó importancia y hasta hizo burlas y memes en las redes. Pero luego la convencieron de que era una víctima.
Rubiales es un tipo que se agarra los genitales en la grada. Un echado pa’lante. Un excesivo al que le tenían muchas ganas. Por eso tanta gente ha cogido la antorcha y se ha apuntado a la ceremonia de la hoguera. Pero estamos construyendo su defunción social sobre un hecho exacerbado. El fútbol está lleno de momentos de euforia donde se han visto picos heteropatriarcales entre famosos futbolistas. Machos remachos aplastándose los morros a causa de un gol milagroso. Gestos excesivos pero con poca carga de violencia.
El beso fue totalmente inapropiado. Bien. Pero tal vez pueda decirse lo mismo del beso en la mejilla que le dio el presidente del Gobierno a todas las jugadoras en el acto oficial de felicitación por el triunfo. ¿Por qué les dio a ellas un beso y a ellos les estrechó la mano? ¿Le dieron permiso para el fraternal ósculo? ¿Puede alguna jugadora denunciarle por haberlo hecho sin consentimiento? ¿Hasta dónde llevaremos este desquicie desquiciado?.
En la gestión de Rubiales y en el mundo del fútbol profesional hay suficientes hedores para arrugar la nariz. Hay demasiados millones flotando en la parte oscura de ese gran negocio. Pero su ejecución se basa en un discurso radical que nos condena a todos. Es la jugadora a quien dio el pico la que tiene el derecho de ejercer acciones contra él. ¿Qué hace la fiscalía metida en la jarana de un beso público, dado ante las cámaras de televisión? ¿De verdad se nos ha ido tanto la olla que pretenden equiparar algo tan serio como la violencia machista con ese gesto inadecuado?
Los buenos y los malos se confunden. Las versiones cambian a causa de la presión del discurso hegemónico. Y mientras van llevando al calvo hacia el cadalso mediático, en la televisión se sigue vendiendo, como un folletín por entregas, el caso de un famoso, que mató y descuartizó a su pareja. Llevan así todo el verano. Incluso intentando explicar razonadamente por qué lo desmembró. Vengo de vacaciones, miro el patio y me dan ganas de volver a irme. No ha habido ni un minuto de triste silencio sobre ese otro cadáver. Tenía pilila.
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