Derechización latinoamericana

La marea progresista pierde fuerza en Latinoamérica

El segundo oleaje de gobiernos progresistas no tiene el impulso que los caracterizó durante la primera década del presente siglo

De izquierda a derecha, el presidente de Colombia (Petro), Bolivia (Luis Arce), Brasil (Lula da Silva), Argentina (Alberto Fernández) y Chile (Gabriel Boric).

De izquierda a derecha, el presidente de Colombia (Petro), Bolivia (Luis Arce), Brasil (Lula da Silva), Argentina (Alberto Fernández) y Chile (Gabriel Boric). / REUTERS

Abel Gilbert

La marea progresista sudamericana ofrece señales de pleamar. El segundo oleaje de gobiernos de ese signo político no tiene el impulso que los caracterizó durante la primera década del presente siglo. Tampoco se ven favorecidos por el contexto económico global. Deben, además, administrar los efectos de una guerra ajena. Pero, sobre todo, buena parte de sus liderazgos se sienten maniatados y pagan los costes de no poder materializar sus programas. La derecha latinoamericana huele el aroma de los tiempos de cambio.

Luiz Inácio Lula da Silva siente en carne propia las limitaciones de su tercer mandato. Venció por muy poco en las urnas a Jair Bolsonaro. Para derrotar a la ultraderecha tuvo que formar una alianza tan amplia que se ha vuelto inoperante. "Está acabado, hundido en irresoluciones", dijo con cierta saña Reinaldo Azevedo, un influyente columnista de Folha de San Pablo.

La gran piedra en el zapato de Lula se encuentra en un Parlamento con mayoría conservadora que obstaculiza sus proyectos o les erosiona sus alcances, como acaba de suceder en dos temas sensibles: el medioambiente y los derechos de los pueblos originarios. Sus concesiones al "centro" no le han reportado beneficios. Brasil acogerá la cumbre del clima COP30 en la Amazonia. El Gobierno tiene la intención de sentar sobre bases firmes el compromiso de eliminar en siete años la deforestación en la Amazonia. Los planes de Lula chocan con una realidad incómoda: una relación de fuerzas adversa y cada vez más hostigado por el bolsonarismo.

Petro, en apuros

En escasas semanas, Gustavo Petro, el primer presidente de izquierdas en la historia colombiana, ha hablado de un "golpe blando" en marcha. "El camino es derribar el Gobierno", dijo el presidente para advertir de que "no pasará lo de Perú", donde un Congreso ladeado hacia la derecha destituyó al titular del Ejecutivo, Pedro Castillo. La sola analogía con lo que sucedió en ese país revela la preocupación que tiene el exguerrillero, quien en agosto cumplirá un año al frente del Palacio Nariño. En estos meses, ha roto su acuerdo con los sectores moderados y, como sucede en Brasil, encuentra escollos en el Congreso para avanzar con sus reformas.

La aspiración de lograr una "paz total" con los grupos armados tiene avances y retrocesos. El intento de Petro de girar a la izquierda ha chocado con un escándalo de escuchas ilegales que ha abierto la puerta a una investigación en la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes sobre las supuestas aportaciones ilegales que habría recibido Petro en su campaña electoral. "Jamás nos van a separar de la gente", dijo, dispuesto a dar pelea.

La debilidad de Boric

Gabriel Boric llegó a la presidencia chilena como una gran novedad política regional, con apenas 36 años y en nombre de una nueva izquierda forjada en las luchas sociales. Asumió el cargo en marzo de 2022 con una popularidad del 40% y sin mayoría parlamentaria. El primer gran tropezón, y hasta el momento determinante, lo tuvo con la brutal derrota en las urnas de la Constitución progresista, en septiembre pasado.

Todo fue desde entonces cuesta arriba, y así lo ha demostrado la hegemonía que posee la derecha en el Consejo Constitucional que tiene la segunda oportunidad de redactar una Carta Magna. Boric no deja de subrayar la "necesidad de encuentro, unidad y entendimiento" entre las fuerzas políticas chilenas. El año en el que se cumple medio siglo del derrocamiento de Salvador Allende, gobierna en una situación de constante adversidad. Su deslizamiento al centro no es garantía de éxito.

Alarma en Argentina

Las encuestas predicen que el peronismo, por ahora sin candidato presidencial, sufrirá en octubre una paliza electoral. Una inflación galopante, el crecimiento de la pobreza y con las reservas internacionales en rojo, le abren el camino a la derecha y la ultraderecha en Argentina.

El presidente, Alberto Fernández, se ha convertido en testigo impotente de una crisis que puede estallar en agosto si en las primarias obligatorias se confirman las predicciones de los sondeos. Los émulos del PP y Vox hablan de un ciclo cerrado y anticipan medidas económicas draconianas, tan duras que no han sido los kirchneristas ni la izquierda sino la diputada Elisa Carrió, integrante de la coalición de derechas, la que advirtió de lo que intentará erigirse sobre las cenizas del actual Gobierno: "un ajuste muy brutal" que solo puede realizarse sobre una "noción de orden" que "no proviene" de la República sino de una voluntad de "reprimir hasta matar si es necesario". Si se cumplieran esos augurios, "vamos a terminar en un enjuiciamiento por delitos de lesa humanidad".

El fin del milagro boliviano

Hubo un tiempo en que Luis Arce representaba una anomalía frente a sus colegas regionales. Bolivia controlaba su inflación y crecía sin mayores contratiempos. El sucesor de Evo Morales enfrenta serias complicaciones derivadas de una caída de las exportaciones en 800 millones de dólares, con la correspondiente escasez de gasolina y de dólares en el mercado.

Una reciente encuesta da cuenta de que un 44% los bolivianos perciben un "crisis económica fuerte", mientras que otro 38% la califica de "moderada". La moneda ha sufrido una devaluación de hecho por el frenesí con el que se despliega el mercado negro. Han saltado casos de corrupción y, además, se han redoblado los enfrentamientos entre los seguidores de Arce y Morales en el oficialista Movimiento al Socialismo (MAS), de cara a 2025.

El caso venezolano

La primera ola progresista tenía a la Venezuela de Hugo Chávez como uno de sus pilares. Nicolás Maduro ha entrado por la puerta trasera cuando Lula lo invitó a Brasilia para participar de una reunión con la que busca el relanzamiento de la Unión Sudamericana de Naciones (Unasur), con el objetivo de dotar a la región de una módica autonomía frente a Washington. La debacle venezolana es de tal calado que su protagonismo regional no puede ser otro que secundario.

Ese lugar sigue siendo en cierto sentido problemático. Lula consideró que Maduro había sido víctima de una "narrativa" prejudicial. Boric dijo, en la misma cita de Brasilia, conocer lo que sucede en Venezuela. Asegura haber visto "el dolor de cientos de miles de venezolanos que hoy en día están en nuestra patria y que exigen una posición firme y clara" en el tema de los derechos humanos.

El brasileño atajó señalando que la región no debe ser uniforme en lo ideológico. Más allá de las diferencias que pudieran tener los presidentes sobre lo que ocurre en Venezuela, Cuba y Nicaragua, son los frentes internos los que los aquejan. Todo es más endeble de lo que imaginaron. 

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