CD Tenerife

Del éxtasis al dolor no hay anestesia

Más de 20.000 espectadores ofrecen la mejor banda sonora posible para acompañar un partido enorme con final infeliz

Sanz y Sipcic, desolados tras la derrota.

Sanz y Sipcic, desolados tras la derrota. / Carsten W. Lauritsen

Manoj Daswani

Manoj Daswani

El tinerfeñismo y el Heliodoro honraron anoche a la Copa del Rey desplegando sus mejores galas y ofreciendo la mejor de sus sonrisas. La apoteosis vivida en el derbi casi se queda pequeña al lado del arsenal blanquiazul de emociones, los decibelios en la interpretación del himno del Centenario -ha venido para quedarse- y el atronador recibimiento a los jugadores patrios. No era un partido más; eran unos octavos de final de una competición especial. Y al comenzar la contienda, dos estados de ánimo: sobre la hierba, seriedad; en la grada, fiesta. Más de 20.000 espectadores -entrada superior a la de cualquier partido de liga de este curso- se convirtieron en la mejor banda sonora posible para el partido enorme del Tenerife. Inconmensurable, inasequible al desaliento hasta que Larin enmudeció a todos. Del éxtasis al dolor, sin anestesia.

El segundo duelo insular -ayer solo podía quedar una isla- fue un cóctel de sentimientos y deja para la posteridad un largo álbum de imágenes para el recuerdo. Fue para el Heliodoro el convencimiento definitivo de que esta temporada le ha llevado a otra dimensión (porque se acarició el lleno otra vez, por la comunión del equipo con la grada, el apoyo unánime desde el cemento hasta la hierba) y también fue la certificación de que quiere la parroquia insular más noches como las del siglo pasado. Las del Tenerife europeo, las del equipo que desafiaba y ganaba a los grandes. La Copa se acabó pero queda la Liga; un episodio finalizó, pero empieza otro y más importante.

Lo esencial y más importante: anoche tuteó el representativo al Mallorca, al que gobernó por largo rato; y quiso Asier que se convirtiera el partido en el preámbulo de lo que está por venir. Como si la victoria ante Las Palmas y la actuación muy notable de ayer puedan valer de demostración -para los futbolistas y el graderío- de que este proyecto y este Tenerife están llamados a más, a mucho más. Hubo secuencias elocuentes, pero ninguna tan expresiva como la que se produjo después del descanso, con el equipo de Primera pidiendo la hora.

El duelo ofreció un espectáculo intenso sobre la hierba y otro aún mayor en la grada. Vestido con sus mejores pieles, el Rodríguez López activó el modo bombonera para achicar al equipo de Primera y engrandecer al de Segunda; para intentar que lucieran más los Enric, Corredera y Sergio que los estiletes defensivos y ofensivos del Mallorca; para que tuviesen mayor impacto los aplausos a los méritos propios que la contrariedad a los logros ajenos. Y para que cobrase fuerza la opción de que «sí, se puede», como se coreó desde una Popular llena de arriba abajo.

Hubo sentimientos encontrados con Mascarell (envidia sana por sufrirlo en carne propia por otros colores, admiración por verlo triunfar vestido de Primera) y también una inequívoca conjura para aparcar la depresión liguera -aun reciente el gatillazo contra el Elche- y centrarse en el torneo del KO para declararle amor eterno a esta competición. Si algún día pudo decirse del Tenerife que era poco copero, lo desmienten las imágenes de ayer; y la ambición máxima con la que Asier y los suyos se han tomado esta aventura ya finalizada. Que acabó con la mayor de las crueldades, con una traca final que rompe miles de almas blanquiazules pero deja un manantial de orgullo, de corazones tinerfeñistas por reconstruir.