Secuelas del incendio en la corona forestal | Recuperación de la flora y campaña de apoyo

El monte de Tenerife empieza a renacer de las cenizas tras el incendio de agosto

El árbol más resistente al fuego del mundo se recupera del último incendio forestal de la Isla con la proliferación de brotes verdes

Brotes verdes de un pino canario calcinado por el incendio en La Esperanza.

Brotes verdes de un pino canario calcinado por el incendio en La Esperanza. / María Pisaca

Lo que no te mata te hace más fuerte. La frase nunca fue tan acertada para una de las especies más peculiares de la flora autóctona: el pino canario. Desarrollarse en un Archipiélago con actividad volcánica ha llevado a esta especie a ser árbol «tremendamente especial en el mundo», según asegura Manuel Nogales, doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad de La Laguna (LL) en las especialidades de Zoología y Botánica. El pino canario tiene una alta resistencia al fuego. Su corteza de hasta ocho centímetros de grosor actúa como un aislante natural frente a las llamas y las altas temperaturas que se dan cada vez más a menudo.

Esta fortaleza explica que solo siete meses después de uno de los peores incendios de la historia de Tenerife comiencen a proliferar los brotes verdes en los troncos calcinados de la especie que se llevó la peor parte de las llamas. El fuego originado el pasado agosto en los altos de Arafo se cebó con la Corona Forestal tinerfeña, precisamente el espacio protegido que condensa los mejores pinares de la Isla.

Como se está viendo ahora, es capaz de rebrotar a base de cepas. Por ello recibe la fama de árbol fénix que resurge de las cenizas. También es destacable su singular banco de semillas, denominadas piñas serotinas. Estas se encuentran a gran altura y protegidas por su proximidad al tronco del árbol. Cuando se exponen a altas temperaturas se abren y sueltan sus semillas. Todos estos factores dan lugar al pino más resistente del mundo a estas catástrofes naturales.

Brotes en la base de un pino del monte de La Esperanza.

Brotes en la base de un pino del monte de La Esperanza. / María Pisaca

El 60% de la superficie forestal de las Islas, unas 120.000 hectáreas, está poblada por esta especie. Los pinares son esenciales para la conservación del ecosistema de Tenerife. Ayudan en la producción de oxígeno y la limpieza del aire, sirven de refugio para la flora y fauna a la par que condensan el agua de las nubes y la retienen en el suelo bajo el manto de pinocha seca que desprenden.

Hace 13 millones de años

La especie procedente del Mediterráneo se implantó prácticamente en los orígenes de las Islas hace 13 millones de años para convertirse en el árbol más emblemático del Archipiélago, junto con el drago. Gracias a una larga evolución, aquellos pinos originarios fueron adquiriendo particularidades en su adaptación a las islas. Son muchas las erupciones e incendios que han soportado. Ahora toca el del verano pasado, que afectó a más de 12.000 hectáreas de monte.

Los brotes verdes empiezan a hacerse los protagonistas en un paisaje todavía teñido de un negro tizón. Su característica pinocha parece salir de entre piezas de carbón sobre un tronco que da certeza de la acción violenta del fuego. Pese al aire de esperanza que aporta este verde al pinar, los especialistas mantienen sus distancias ante opiniones que califican de «demasiado positivas» en cuanto a la posibilidad de poder volver a contar con un pinar sano.

La fortaleza de este árbol frente al fuego se debe a su desarrollo en un territorio con actividad volcánica

Por lo común, los pinares tardan unos 10 años en recuperarse. Esta vez no se sabe a ciencia cierta cuánto va a tardar el proceso. «Dependerá de cómo se presenten los años siguientes en cuanto a precipitaciones y temperaturas», aclara Manuel Nogales. La sequía que ahoga al Archipiélago, y que ha llevado al Cabildo de Tenerife a declarar la emergencia hídrica, y el calor extremo llevaron al Gobierno de Canarias a activar el pasado lunes 18 el plan contra incendios antes de tiempo tras un invierno que la Agencia Estatal de Meteorología califica como el más caluroso y seco desde que existen registros. En este invierno veraniego la temperatura media fue 2,5 grados superior para esta época y las precipitaciones fueron muy escasas. «En un contexto de galopante cambio climático en los últimos 20 años, esta especie parece estar alcanzando su límite», subraya Nogales, que advierte que «habrá muchos pinos que no salgan adelante».

Roberto Castro es ingeniero forestal y uno de los fundadores de Fénix Canarias, una asociación sin ánimo de lucro que trata de acercar a la sociedad la gestión forestal y el gran valor que tienen los ecosistemas forestales en Canarias. Asegura que no se debe ser «demasiado optimista» con la recuperación del pino tras el incendio del verano. También se muestra crítico ante la situación medioambiental global y considera que volver a tener un pinar sano es «un hecho del que no siempre se tienen certezas». La recurrencia de los incendios y el calentamiento global «dificultan cada vez más este proceso». «Por muy preparado que esté a resistir el fuego, puede llegar a morir. De hecho hay muchos pinos que han perecido en incendios como el de Gran Canaria de 2019», detalla.

La intensidad de las llamas arrasó con una gran virulencia al pinar de la Corona Forestal, con una densidad que llega a alcanzar los 3.000 pinos ejemplares por hectárea. Está «hiperdensidad», según asegura Castro, supuso que «hubiera pinos endebles que no habían podido crecer con vigor y cuya recuperación será más lenta».

Los expertos aclaran que no todos los pinos canarios curarán las heridas del incendio del pasado verano

En la antigüedad, los incendios se producían por causas naturales. José Ramón Arévalo, catedrático de Ecología de la Universidad de La Laguna, explica cómo los incendios se podían producir por la caída de rocas que al chocar llegarían a producir una combustión. Ahora es difícil que esto ocurra y la principal causa de los incendios modernos es el factor humano. El aumento de la urbanización y el mayor número de habitantes en los bordes y zonas de pinar expone a estos árboles a una situación de «mayor vulnerabilidad».

Otro elemento importante es que cada vez más personas acuden al monte a realizar actividades recreativas. En especial, después de la pandemia, aumentó el interés por mantener contacto con la naturaleza. Este boom dispara el riesgo de que se produzcan accidentes que desencadenen incendios forestales por actividades imprudentes o accidentales. Entre ellas, están determinados usos perjudiciales, como la acumulación de residuos o la amenaza de las colillas que se arrojan desde los vehículos. Manuel Nogales, que además de doctor por la ULL trabaja para el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), achaca estos problemas a la masificación de la Isla: «Con dos millones de habitantes, las opciones de tener a pirómanos entre nosotros es más alta».

En la época en que no había presencia humana en la Isla, los incendios se apagaban solos una vez el monte ardía por completo. Ahora, con la fragmentación del pinar por la construcción de carreteras, aparte de la separación natural del propio bosque, los incendios no prosperan como solían hacerlo. También son esenciales los equipos de extinción, que cada vez están mejor preparados para realizar labores de extinción efectivas y rápidas. El doctor asegura que Canarias cuenta con equipos «muy bien preparados».

Los picapinos vuelven a los pinares de la Corona Forestal.

Los picapinos vuelven a los pinares de la Corona Forestal. / Andrés Gutiérrez

En cuanto a las soluciones a estas catástrofes, la intervención humana es esencial. Nogales destaca «la falta de guardias forestales» como uno de los principales problemas para la prevención. El científico señala que colocar a personal de vigilancia en puntos clave de acceso a determinadas horas de la noche y en los meses de verano, en los que las condiciones favorecen la propagación del fuego, es «una iniciativa que podría evitar incendios». «O sea, ponérselo lo más difícil que se pueda a los pirómanos», subraya.

Nogales aplaude las medidas adoptadas por el Cabildo de Tenerife con la inversión en llevar a cabo la silvicultura. Esta práctica consiste en destinar recursos para la formación y cultivo de bosques, en este caso de las especies que se encuentran en el pinar. «Yo creo que lo están haciendo muy bien, porque han destinado bastante dinero y van a seguir para adelante. Era lo necesario», añade. Entre las iniciativas destaca que el Cabildo de Tenerife y la Fundación Foresta impulsan la restauración de los montes a través del proyecto Tenerife Renace. La iniciativa cuenta con un fondo de donantes de 170.000 euros para la recuperación de las áreas afectadas y un plazo de ejecución de cuatro años.

José Ramón Arévalo trata los incendios, desde el punto de vista de la ecología, como «un renacer para el pinar y un fenómeno que forma parte del ciclo de vida de este ecosistema». «Su especie más predominante y la que le da nombre a este bosque adquiere mayor resistencia al someterse a estos episodios de incendios de alta intensidad. Su aguante se debe a procesos coevolutivos. Ninguna especie genera resistencia a incendios sin someterse a ellos», resalta. En ojos de la ecología, el pinar «está recuperado». Arévalo asegura que aunque lejos de esa imagen verde y frondosa característica del pinar, este bosque «ya se encuentra recuperado y está funcionando».

La respuesta de la fauna

La fauna del pinar responde igual que la vegetación. También se ha visto sometida a una adaptación evolutiva. Arévalo ha hecho numerosas investigaciones sobre las consecuencias de los incendios. En 2009 realizó un estudio sobre el pinzón azul. Esta especie vive en exclusiva en los pinares tinerfeños y grancanarios. Se trata de un endemismo con dos subespecies que se encuentran divididas entre Tenerife y Gran Canaria. En su investigación pudo observar que el incendio que se produjo en ese entonces aumentó el rango de distribución de esta especie. Arévalo lo ve como algo positivo: «La población de este ave se vio en lugares donde no se había visto antes».

Los incendios van a seguir llegando. Este doctor asegura que la ecología entiende que en la naturaleza existen procesos dinámicos y para el del árbol fénix «esto supone exponerse con cierta regularidad a la catástrofe natural que generan las llamas». «Por ello, es esencial la preparación de los equipos de extinción». Para el ecólogo, la solución es aumentar los periodos de prevención y hacer estudios que aseguren la protección de la población.

Para su recuperación, Arévalo cree que «se debe dejar al monte tranquilo». La presencia humana puede llegar a ser perjudicial en algunos casos. Un ejemplo que da es la replantación que no cree necesaria en ciertas zonas: «Los pinos, aunque quemados, están vivos». Asimismo, confiando en los procesos de la naturaleza, José Ramón Arévalo subraya que la intervención humana para la prevención «solo debería realizarse en zonas puntuales en las que haya problemas de erosión».