La tinerfeña que ‘escucha’ el cosmos

La lagunera Alba Romero ha sido galardonada en la tercera edición de los premios que otorga el observatorio Virgo por su contribución a la teoría de las ondas gravitacionales

Alba Romero sostiene el premio otorgado por el observatorio europeo Virgo.

Alba Romero sostiene el premio otorgado por el observatorio europeo Virgo. / El Día

Verónica Pavés

Verónica Pavés

El cielo de Tenerife sentó en Alba Romero los cimientos de un profundo y devoto amor por el universo, que desde hace varios años ejerce en el extranjero, tratando de desentrañar la existencia de un lugar donde se acumulan todas ondas gravitacionales que se produjeron durante el Big Bang. Su trabajo de investigación ha sido reconocido por el observatorio Virgo en la tercera edición de sus premios

El cosmos siempre ha formado parte de su vida. Desde muy joven, la lagunera Alba Romero miraba junto a sus padres –su pilar– el cielo estrellado y soñaba con entender los misterios que entraban aquellas luces que pintaban el cielo nocturno. Años después aquello que conseguía captar el asombro de una niña pequeña, se ha convertido en el trabajo de su vida. Y tras un intensa trayectoria dedicada a crear teorías sobre las ondas gravitacionales en uno de los observatorios más importantes de mundo, su contribución le ha valido para obtener el prestigioso reconocimiento internacional de los Premios Virgo 2023, otorgado por el observatorio europeo Virgo.

Su vasto interés sobre los problemas que acusa el universo y su capacidad de imaginar e inventar nuevas soluciones le llevó a estudiar física teórica. Empezó su andadura en la Facultad de Física de la Universidad de La Laguna (ULL) haciendo sus pinitos en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). Sin embargo, su hambre de conocimiento le hacía querer ir más allá, y pronto se convirtió en una «habitante del globo». Apenas salió de la facultad decidió dejar atrás su tierra natal para viajar hasta Inglaterra, donde estudió un máster en Física Teórica en el Imperial College de Londres. «Soy muy afortunada, mis padres siempre me han incentivado a salir y conocer otras culturas y otra gente para entender otras formas de pensar», explica Romero, que insiste que la carrera científica le dio el empujón necesario para hacerlo una vez acabó la carrera.

Aquella corta pero intensa experiencia le llevó hasta el Instituto de Física de Altas Energías (IFAE) en Cataluña, donde realizó su doctorado y empezó a interesarse por el análisis de un fenómeno que en aquel momento empezaba a ponerse de moda: las ondas gravitacionales. Y es que fue el 14 de septiembre de 2015 cuando se detectó por primera vez en la historia las ondas gravitacionales que Albert Einstein había predicho 100 años atrás.

Las ondas gravitacionales son las vibraciones que producen los cuerpos irregulares al rotar sobre sí mismos en el espacio. «Hay infinidad de cuerpos que pueden producirlo, pero a nosotros solo llegan las que producen cuerpos y reacciones más masivas, como el colapso de los agujeros negros, estrellas de neutrones o supernovas», revela Romero.

La primera onda gravitacional que se detectó fue, de hecho, debido al choque de dos agujeros negros en un observatorio hermano de Virgo, el LIGO (Observatorio de ondas gravitatorias por interferometría láser).

En esa vorágine de entusiasmo científico, Alba Romero aterriza en la Universidad Libre de Bruselas que, a su vez, cuenta con una estrecha colaboración con el observatorio Europeo Gravitacional (EGO). Este último alberga el detector Virgo cerca de Pisa, en Italia; uno de los tres lugares de la tierra donde se escrutan estos peculiares sonidos del cosmos.

Desde entonces la tinerfeña ha estado realizando un minucioso análisis de datos y apoyando los trabajos experimentales desde dentro del propio interferómetro, pues considera que los físicos teóricos también deben «ensuciarse» las manos para «entender lo que cuesta conseguir que un experimento sea válido». Lo que intenta refutar Romero es una de las muchas teorías en construcción sobre las ondas gravitacionales. Una que, a su vez, se asienta en la teoría de cuerdas defendida –aunque nunca refutada experimentalmente– por Stephen Hawking.

«Lo que intentamos conseguir es comprobar teóricamente si existe un fondo estocástico de ondas gravitacionales parecido al de microondas», resalta la investigadora. Si el fondo de microondas es la radiación electromagnética que procede del universo primigenio, generada durante la fase de recombinación, algo más de 300 000 años después del Big Bang.

Lo que Alba Romero trata de descifrar a través de complejas fórmulas matemáticas es si existe un lugar similar, pero en el que se acumulan todas las ondas gravitacionales que se emitieron en el comienzo del universo. De existir esta estructura, se podría mirar hacia ella para entender esos primeros momentos del universo y, sobre todo, ayudaría a «poner límite a los parámetros que utilizan los modelos inflacionistas» –de expansión– del mismo.

Las teorías y el incansable trabajo de jóvenes como Romero es lo que reconoce este galardón. «Las científicas y científicos que se encuentran en etapas tempranas de su carrera son los pilares fundamentales de la investigación científica», resalta el portavoz de Virgo e investigador del Instituto Nacional de Física Nuclear de Italia, Gianluca Gemme. Como explica el investigador, son estas nuevas mentes quienes «aportan ideas nuevas, métodos innovadores, y perspectivas diversas a la comunidad científica». «Las personas que liderarán y mentorizarán a la siguiente generación de científicas y científicos y juntos, participamos en una de las iniciativas más apasionantes del momento».

Pese a ser una entusiasta del conocimiento y de encontrarse como pez en el agua en el extranjero, no son pocas las veces en las que Romero añora su tierra. «Cuanto más tiempo paso fuera de Canarias, más ganas tengo de volver», explica la investigadora, que insiste que entre las cosas que más echa en falta están la comida, el clima y el «buen hacer humano» de sus gentes.

A corto y medio plazo, sin embargo, sabe que sus posibilidades de volver son reducidas. «Me temo que los próximos diez o quince años tendré que seguir moviéndome por Europa», resalta. Y es que a día de hoy no hay grupos de investigación en el IAC que estudien las ondas gravitacionales, tampoco hay infraestructuras diseñadas para ello en las Islas. No obstante insiste en que si se propiciara la creación de esta rama de investigación, no descartaría volver a casa con su familia y amigos. «Todo depende de que pueda conseguir estabilidad», insiste la joven investigadora. De momento, su carrera seguirá centrada en Bruselas donde Alba Romero sigue tratando escuchar a través de las matemáticas los sonidos invisibles del espacio.

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