La Academia en su laberinto

Esta madrugada se conocerán a los galardonados de la cita cinematográfica

más controvertida, mediática e influyente del planeta

La Academia en su laberinto | E.D.

La Academia en su laberinto | E.D. / Claudio Utrera C.U.

Claudio Utrera

Esta madrugada se conocerán los nombres de los galardonados en la 95ª edición de los Premios Oscar. Dentro de unas pocas horas, el Dolby Theatre de Los Ángeles abrirá sus puertas a los numerosos profesionales del mundo del espectáculo que se reúnen cada marzo en este recinto para asistir a este rito colectivo.

Dentro de muy pocas horas el viejo Dolby Theatre de Los Ángeles, sede oficial de la ceremonia anual de los Oscar de Hollywood, abrirá sus puertas a la numerosa grey de profesionales del mundo del espectáculo que se congrega cada mes de marzo en este majestuoso recinto con un único e irrenunciable propósito: asistir a un rito colectivo oficiado, desde hace casi un siglo, por los máximos responsables de una industria cultural de dimensiones gigantescas. Y ahí están de nuevo, 90 años después, dispuestos a recibir lo que les llegue al término de la gala desde las posiciones más críticas a las más complacientes; desde quienes emplean el bisturí más afilado para arremeter contra los excesos y desvaríos de los miembros de la Academia hasta los que siguen profesándole su admiración por los múltiples encantos que, pese a todo, continúa destilando, a través de esta simbólica estatuilla, la vieja fábrica de sueños ante los ojos de legiones de cinéfilos del mundo entero.

La Academia en su laberinto

La Academia en su laberinto / Claudio Utrera C.U.

Pero nada indica, sin embargo, que un acontecimiento con semejante arraigo social como el que se genera siempre alrededor de este legendario trofeo y el poderoso influjo que en cualquier caso continúa ejerciendo en la opinión pública internacional, vaya a desvanecerse. Es obvio que cualquier película nominada en cualquiera de sus modalidades constituye, de antemano, un valor añadido, obtenga o no la estatuilla, de tal forma que ningún comentario adverso podría anular su efecto promocional en las taquillas o dificultar de algún modo un recorrido floreciente a través de los grandes circuitos comerciales.

La Academia en su laberinto

La Academia en su laberinto / Claudio Utrera C.U.

El acto de esta noche, que por tercera vez consecutiva será conducido por el popular cómico y productor televisivo Jimmy Kimmel, alma mater del popular talkshow de la cadena ABC Jimmy Kimmel Live!, seguirá arrastrando, pese a todo, el desplome importante de audiencia registrado durante las últimas ediciones debido, en gran medida, a la excesiva duración de la ceremonia y a que las preferencias del público en materia televisiva ya no son las mismas que las que imperaban hace quince o veinte años. Sea como fuere, lo cierto es que todos aquellos y aquellas que logren alzarse hoy con el preciado galardón podrán disfrutar de un privilegio que no otorga ningún otro premio internacional en el ámbito del cine: la enorme satisfacción de compartir el olimpo que, desde 1928, año fundacional de los Oscar, ocupan figuras tan prominentes como William Wellman, Janet Gaynor, Mary Pickford, Helen Hayes, Katherine Hepburn, Charles Laughton, Frank Capra, John Ford, Robert Z. Leonard, William Dieterle, Spencer Tracy, Bette Davis, William Wyler, Marlon Brando, Olivia de Havilland, Alfred Hitchcock, Gary Cooper, Jennifer Jones, Ingrid Bergman, Greta Garbo, David Lean, Vincent Minnelli, Cary Grant, Bob Fosse, Liz Taylor, Faye Dunaway, Michael Cimino, Oliver Stone, Jane Fonda, Joan Fontaine o Dustin Hoffman.

La Academia en su laberinto

La Academia en su laberinto / Claudio Utrera C.U.

Los últimos aspirantes a alcanzar ese codiciado olimpo muestran hoy sus mejores credenciales con producciones que, en algunos casos, como la de Top Gun: Maverick, de Joseph Kosinski, Elvis, del australiano Baz Luhrmann, o Avatar: el sentido del agua, de James Cameron, giran continuamente en la órbita del cine mainstream, al tiempo que compiten inexplicablemente con otras, como El triángulo de la tristeza, del sueco Ruben Öslund, Almas en pena de Inisherin, del irlandés Martin McDonagh, Ellas hablan, de la canadiense Sarah Polley, Sin novedad en el frente, del alemán Edward Berger, Todo a la vez en todas partes, de Dan Kwan y Daniel Scheinert, Tár, de Todd Field o Los Fabelman, de Steven Spielberg, algunas de las cuales surcan aguas mucho más densas y profundas, poniendo de relieve, una vez más, las notables contradicciones en las que incurren los académicos a la hora de mezclar, sin el menor pundonor, dos nociones virtualmente contrapuestas del arte cinematográfico: la que se defiende a base de criterios estrictamente industriales y la que propone una mirada invasiva, transversal y crítica sobre el complejo mundo que nos rodea, idea que sí recorre muchas de las imágenes de, por ejemplo, El triángulo de la tristeza o de Almas en pena de Inisherin, dos ejemplos paradigmáticos de cine contracorriente que dejan un notable poso en la memoria del espectador.

Y aunque Todo a la vez en todas partes sea la que parte como favorita de la crítica con once nominaciones, incluidas la de Mejor Película y Mejor dirección, –una cinta ciertamente sorprendente, pero lastrada por un metraje desorbitado– el talento desbordante de Steven Spielberg en esa soberbia introspección familiar que nos ofrece en Los Fabelman, nominada en cinco apartados, nos deja literalmente absortos ante la pantalla, cosa que no nos sucede con Tár, que aspira a hacerse con el Oscar a la Mejor Película, a la Mejor Actriz, al Mejor guion original y al Mejor Director y cuya máxima virtud reside en la explosiva y minuciosa actuación de ese prodigio de actriz que es Cate Blanchett, una profesional provista de un repertorio infinito de registros dramáticos capaces de concentrar a su alrededor toda la atención en una película a ratos soporífera y algo desnortada.

El drama vital que acosa la existencia de Lydia Tár, una directora de orquesta ciclotímica enfrentada a los excesos que derivan de su propia ambición, adquiere extrañas e injustificadas derivas narrativas que no siempre compatibilizan con el tono particularmente intimista que preside el relato, ni explican, claro está, sus 158 minutos de duración, ni esos continuos y espesos giros de guion que salpican el natural desarrollo de la historia.

Los últimos aspirantes a alcanzar este olimpo muestran hoy sus mejores credenciales

Blanchett, ganadora incuestionable del Premio a la Mejor Actriz en Venecia, en los BAFTA y en los Globos de Oro, compite con otras estrellas emergentes, como la joven hispano cubana Ana de Armas por su brillante composición de una desconcertante e inédita Marilyn Monroe en Blonde, de Andrew Dominik, inspirada en el bestseller homónimo de Joyce Carol Oates –y tan difícil de digerir que este comentarista, visiblemente extenuado, decidió abandonar su visionado media hora antes de que se cumplieran sus 166 plúmbeos minutos de metraje– Michelle Williams por su poliédrica interpretación como madre bipolar en la formidable Los Fabelman; la actriz chino norteamericana Michelle Yeoah por su agitada y meteórica actuación en la irregular pero sorprendente Todo a la vez en todas partes y la sensible Andrea Riseborough como la joven alcohólica de To Leslie, de Michael Morris. Trabajos de una lucidez indiscutible, memorables en algunos casos, pero que, sin embargo, han de afrontar una realidad absolutamente insoslayable: batirse con una actriz colosal.

También en el apartado interpretativo, Brendan Fraser, el otrora galán de algunos de los blockbuster más taquilleros de los últimos años, sigue capitalizando las simpatías de la crítica y del público por su insólito y convincente papel de un solitario profesor de inglés con obesidad mórbida en La ballena, personaje que intenta, en la última fase de su vida, reconciliarse con su hija y con su ruinoso pasado familiar. Para el Oscar al Mejor actor masculino Fraser compite con Austin Butler por su discutido trabajo como el rey del rock en el desmesurado biopic de Baz Luhrmann Elvis; con Colin Farrell por su inquietante actuación en Almas en pena de Inisherin, el sombrío e intenso melodrama rural de Martin McDonagh; con Pablo Mezcal por su papel en Aftersun, otro drama de tintes familiares, dirigido por Charlotte Wells y con el inmenso Bill Mighy por Living, de Oliver Hermanus, drama intimista basado en la inolvidable obra maestra de Akira Kurosawa Vivir (Ikiru, 1952).

En cuanto al Oscar correspondiente a la Mejor Película internacional, Argentina, 1985, del realizador bonaerense Santiago Mitre, sigue perfilándose como la favorita frente a la germana Sin novedad en el frente, de Edward Berger; la belga Close, de Lucas Dhont; la polaca EO, de Jerzy Skolimowski y la irlandesa The Quiet Girl, de Colm McCullough. Mitre, que ya ha sumado a su currículo el premio FIPRESCI en la pasada Mostra de Venecia, el del Público en el último Festival de San Sebastián y el Goya a la Mejor Película Iberoamericana, reconstruye los famosos procesos del fiscal Julio Stassera contra la cúpula del Gobierno militar de la dictadura argentina (1976/1983) con una precisión y objetividad admirables. Inspirada en un formidable guion de Mariano Llinás y del propio director, Argentina, 1985 pone especial énfasis en las largas y dolorosas vicisitudes que condujeron a las sustanciosas condenas de cárcel al que fue condenado el general Videla junto a su amplia cohorte de militares golpistas que contribuyeron a arruinar social y políticamente el país.

Y aunque la mayoría de sus competidoras, incluida la apasionada incursión de Skolimowski en territorios bressonianos versionando Al azar, Baltasar (Au Hasard Balthazar, 1966) y la bellísima Close, mantienen, sin duda, un tono medio más que estimable, el impacto político y popular que ha producido, especialmente en el ámbito iberoamericano, la película de Mitre ha sido de tal envergadura que disputarle el triunfo se nos antoja, a estas alturas, como una misión imposible.

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Se cumplen 30 años de un suceso cultural que cubriría de gloria al cine español de finales del pasado siglo y que provocaría un verdadero seísmo en las frágiles estructuras de nuestra industria al constatar que las producciones españolas podían competir en calidad y en difusión con algunas de las cinematografías más dinámicas y boyantes del viejo continente. Tras el sorprendente éxito obtenido por José Luis Garci en 1982 consiguiendo el Oscar a la Mejor Película Extranjera por Volver a empezar, Fernando Trueba se lo llevaría, once años después, con Belle Époque, una comedia burda cargada de ironía y nostalgia, basada en un espléndido guion de Rafael Azcona, donde se evocaban los aires de esperanza y libertad que se respiraban en vísperas de la proclamación de la II República Española. En aquella ocasión, las películas que competían por este galardón tenían, como es habitual, sello propio de calidad: Adiós a mi concubina (Bawang bie ji), de Chen Kaige; El banquete de bodas (Xi yon), de Ang Lee; Hedd Wyn, de Paul Turner y El olor de la papaya verde (Miu du du whan), de Tran Anh Hung. La estatuilla, segunda que obtenía un filme español, lo recibió de manos del gran Anthony Hopkins, ganador ese año de los premios de interpretación de la crítica nacional y de Los Ángeles mientras que la presentación de la ceremonia correría a cargo de Whoopi Goldberg. Todavía retumban en el escenario del Dorothy Chandler Pavillium las palabras de reconocimiento de un Trueba especialmente atónito y emocionado con el Oscar fuertemente apresado entre sus manos: «Me gustaría creer en Dios para agradecérselo, pero yo sólo creo en Billy Wilder. Así que, gracias, mister Wilder».| C. U.

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