Opinión | Retiro lo escrito

Milei y Sánchez

Begoña Gómez y Pedro Sánchez.

Begoña Gómez y Pedro Sánchez. / EP

De veras que lo creo. Aquí la inmensa mayoría de la izquierda no sabe quién es Javier Milei, y una prueba inequívoca de tal ignorancia consiste en llamarlo fascista. Javier Milei no es fascista ni lo ha sido nunca. Esta ignorancia deriva de otra: la inmensa mayoría de la izquierda española no tiene ni idea sobre lo que ha supuesto para Argentina el kirchnerismo y demás pútridas formas del neoperonismo. La cenagosa y enmierdada era K. Ciertamente muchos no quieren entenderlo. Los K –una constelación de políticos, empresarios y sindicalistas, a menudo indiscernibles, que operaron impunemente durante casi veinte años– destruyeron el Estado argentino a través de una cleptocracia perfectamente organizada pero no exenta de conflictos internos. Su principal ocupación fue la cooptación de las instituciones republicanas, el robo industrializado y la propaganda. Fue una forma de gobernar enraizada en una forma de robar y viceversa. El hito final fue Sergio Massa, un farsante macabro que aumentó diversos subsidios ya en campaña electoral con dinero prestado a cuenta de un próximo desembolso del Fondo Monetario Internacional. Cuando Milei llegó a la Presidencia de la República y proclamó «no hay plata» no estaba emitiendo un eslogan, sino proyectando una puñetera realidad. Argentina, enloquecidamene endeudada, sin recursos financieros y al borde del precipicio de la hiperinflación, se parecía mucho a un Estado fallido.

No, una situación como esta no se entiende en España, en Italia, en Francia o en el Reino Unido. Las opciones se cierran dramáticamente y para que todo no termine desintegrándose no te queda ahora que aplicar recortes feroces. No es la alternativa más inteligente, realista o efectiva: es el único camino. Es algo similar a lo ocurrido en España con el Plan de Estabilización de 1959. Franco lo admitió, aunque le repugnaban algunos de sus puntos, porque sus ministros y sus tecnócratas le advirtieron que la estabilidad política del país corría peligro. O liberalización y supresión de la autarquía o ruina. Lo que ocurre es que esta poda feroz del Estado le ha tocado hacerla a un entusiasta de la destrucción del Estado como enemigo maligno del despliegue irrestricto, sano y creativo de las fuerzas del mercado: un anarcocapitalista doctrinario, egomaníaco, iracundo y faltón llamado Milei. Uno sospecha que Massa hubiera hecho algo muy parecido. Porque tanto uno como otro parten de una misma mecánica, aunque meneen rabos ideológicos distintos: el populismo. Massa, como el resto del universo K, es el viejo populismo, que se basaba en la limosna subsidiada, en la dependencia de unos ciudadanos transformados en tribus que esperan su maná cada mañana. Milei no les ofrece eso. Les ofrece rabia, indignación, furia y odio hacia una casta: un engrudo semántico donde cabe todo, desde empresarios o funcionarios corruptos hasta periodistas y universitarios que rechazan su estrategia económica y su crueldad sociópata. Por el momento una mayoría de sus votantes del año pasado le votarían de nuevo. Cuando el hambre, la miseria y la indignidad ocupen más espacio que el resentimiento, el odio y el desprecio la cosa cambiará. Porque además Milei es un anarcocapitalista provinciano, prejuicioso y cateto, y pretende transformar su abominación hacia el aborto, los gays, la autonomía universitaria o la libertad de prensa en políticas de Estado. Milei es peligroso para la democracia en Argentina y en toda América.

Otra cosa es que a Milei ser insultado por un ministro de Pedro Sánchez le ponga mucho o que a Pedro Sánchez se le antoje electoralmente rentable que Milei suelte sucias falsedades sobre su esposa. Eso es lo peor. Eso es lo más preocupante. Eso es lo que debería preocupar a cualquier demócrata.

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