Opinión | El ojo crítico

Fernando Ull Barbat

El declive del independentismo

El candidato de Junts a la Generalitat, Carles Puigdemont, durante una rueda de prensa para valorar los resultados de las elecciones catalanas, a 13 de mayo de 2024, en Argelès (Francia).

El candidato de Junts a la Generalitat, Carles Puigdemont, durante una rueda de prensa para valorar los resultados de las elecciones catalanas, a 13 de mayo de 2024, en Argelès (Francia). / Glòria Sánchez - Europa Press

Las recién celebradas elecciones autonómicas catalanas han traído como principal consecuencia el más que probable inicio del fin del boom independentista catalán que ha durado algo más de una década. Resulta evidente que partidos políticos de raigambre independentista han existido, existen y existirán. Partidarios de que ciertas regiones españoles sean independientes habrá siempre por muy insolidarias que parezcan a los no nacionalistas, sobre todo en plena época de integración europea. Crear un partido político que tenga como fin conseguir esa independencia no es un delito. Contravenir la ley para ello sí. Y en este contexto, un contexto que ha sido utilizado por la derecha española para crear un clima de crispación política y social extrema, la victoria del PSC asienta, por un lado, la política de apaciguamiento y mano tendida al diálogo llevada a cabo por Salvador Illa y, por otro, el acierto del presidente Sánchez en su compromiso personal por dejar atrás las tensiones generadas por el Gobierno de Mariano Rajoy, que se empeñó en echar gasolina todos los días y en avivar un fuego que terminó de la peor manera posible: con enfrentamientos en las calles el día del referéndum fake, destrozos en el mobiliario urbano causados por delincuentes venidos de toda Europa y una fractura social de difícil arreglo.

Los indultos primero y la Ley de Amnistía después, fueron una apuesta decidida del PSOE, y en concreto de Pedro Sánchez, por recuperar la convivencia en Cataluña y por romper con ese círculo vicioso de odio mutuo en el que se habían metido el sector nacionalista catalán y la derecha española más reaccionaria. Durante los cinco años de Gobierno de Pedro Sánchez la derecha española ha repetido todos los días que España estaba al borde de desgajarse, que se rompía y que los partidos nacionalistas y catalanes mandaban en España. Y sin embargo, después de la victoria de Salvador Illa, cualquiera puede ver que la situación en Cataluña está mejor que nunca. Se han terminado las trifulcas diarias y esa tensión política continua que parecía que turbas incendiarias iban a salir en cualquier momento a quemar las calles.

Algo parecido ocurrió durante los años 2000 con los Gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero. El PSOE no sólo logró terminar con las tensiones y los choques continuos entre el País Vasco y el Estado sino que además ETA dejó las armas. Y ello a pesar de que el Partido Popular repetía el famoso España se rompe que en el fondo no es más que afirmar que siempre que la izquierda ostenta el Gobierno España está al borde del precipicio y de la Balcanización mientras que cuando el PP pacta con los nacionalismos lo hace por el bien de España y para dar estabilidad a la nación. De momento lo que ha logrado Illa es conseguir que los partidos nacionalistas, en su conjunto, hayan obtenido en las elecciones catalanes un fuerte retroceso en su conjunto. El tan repetido referéndum solicitado por Junts y ERC se ha exteriorizado en un resultado electoral que ha refrendado la acción política del Gobierno de Sánchez. Pero sobre todo es un mensaje hacia el futuro. El pasado ya lo conocemos. Todos los problemas que la sociedad española ha superado también. A pesar de la destructiva oposición practicada por el PP y Vox los españoles estamos ahora mucho mejor que hace diez años desde el punto de vista territorial. Y no hay que olvidar que ha sido gracias a una concepción de la política, de la historia y de la convivencia basado en la firmeza del Estado de Derecho pero también el diálogo. Si el Estatut pactado entre el Gobierno de Zapatero y la entonces CiU no hubiera sido recurrido por el Partido Popular casi con toda seguridad no se hubiese generado la espiral de confrontación que hemos sufrido los últimos diez años.

Los votantes catalanes independentistas se han dado cuenta de que la confrontación y la vía unilateral en la resolución de conflictos políticos no tiene ninguna solución posible. El estancamiento de Junts y el desplome de ERC y de la CUP supone un mensaje claro de los votantes catalanes que no quieren una Cataluña independiente ni un estado continuo de enfrentamiento. Diez años han sido más que suficientes. Y ahora lo que quieren los votantes catalanes es que se solucionen sus problemas reales como son la seguía, los problemas en la sanidad pública, los trenes de cercanías o la evidente inseguridad en las calles.

Mal lo tiene el Partido Popular en su labor de oposición. En cierta forma es normal que haya optado por la crispación y la generación de bulos. ¿De qué van a hablar? ¿Del éxito de la política económica del Gobierno? ¿De la masiva generación de empleo en los últimos años? ¿Del principio del fin del independentismo catalán?