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Eutanasia: la dificultad de morir dignamente.

Eutanasia: la dificultad de morir dignamente. / RAFA ARJONES

Gracias a que, la pasada semana, la noticia se publicó en un importante medio de comunicación peninsular, un hombre con gravísimos problemas neurológicos y sufrimientos de los que es consciente: pérdida de vista, imposibilidad de tragar, miembros agarrotados, parches contra el dolor que no alivian… e informes médicos demostrativos de lo irreversible de su estado, podrá acceder a su derecho constitucional a que le sea aplicada la eutanasia, solicitada en tres ocasiones, desde ¡junio de 2022!

Hay ocasiones en que uno no solo frustra a los demás, sino que se defrauda a sí mismo y algo de ello, en grado súmmum, debe de haber sucedido en el centro de salud y en el hospital de referencia de este enfermo para que los facultativos que podían hacerse cargo del primer paso del proceso (como médico consultor) se hayan auto embutido en la insignia de «objetores de conciencia», dando por hecho que todos ellos saben exactamente su significado. Conocimiento del que me permito dudar.

«Mi objetivo es reducir el sufrimiento humano», te dicen. Y algunos, presiento, no irían más allá del paracetamol para una gripe. Leo, también, que los profesionales de la medicina apoyan el uso del cannabis con evidencia científica. Y pienso «¡toma y yo también!» pero ¿qué significa eso? En las recetas de Aneurol que me expide mi médica casi me hace firmar una declaración jurada del mínimo número que tomaré. Debe de haber aprendido en la Facultad que son más dañinas que el insomnio. A veces creo que en «saber» ella me gana pero en «entender», seguramente que por mi privilegio de mucha más edad, le gano por varios largos olímpicos… ¡Ay, ese pánico miedica generalizado entre ministros, jueces, médicos, defensores del pueblo y demás del «a la más mínima, se lía y yo, en medio…»

Aunque opinando así, no dejo de reconocer un alto grado de culpabilidad nuestra, demostrable en el reducido número de quienes hemos firmado las Manifestaciones Anticipadas de Voluntad (MAV) del Servicio Canario de la Salud, en vigor desde 2007 encaminadas a transmitir nuestros deseos en la fase final de la vida desde la donación de órganos hasta la aceptación o rechazo de tratamientos sanitarios para, entre otras tranquilidades, liberar a los demás de la toma de decisiones (y yo añadiría evitar que intervenga alguno de esos familiares cuya versión de su religión es pasar por alto todo lo relacionado con el comportamiento civilizado).

Tendríamos que ser conscientes de que son pocos los que fallecen en plan poético: antes de que amanezca, sin apenas darse cuenta, andando por una estrecha carretera de diáfana niebla que conduce hasta el final… que la mayoría de los finales suelen ser escasamente hermosos y que nuestra voluntad, la que debe ser respetada por sentida y consentida será mucho más apoyada si existe un documento oficial que la afiance y alguien de confianza que la respalde.

Es un tema del que cada uno tendrá su planteamiento. El mío, además de la firma del MAV, es ser socia de Derecho a Morir Dignamente a quienes he hecho depositaria de la copia de ese testamento vital canario y, aún más, tengo la absoluta seguridad de que, con los míos, si me viese ante un injusto caso de desprecio por el sufrimiento ajeno, no dudaría en actuar como lo hicieron quienes ayudaron a Ramón Sampedro, muerte a la que, por cierto, uno de los «objetores de conciencia» del caso que comentaba al principio, tildó, según el medio de comunicación informante, de «asesinato». Y es que, algunos, me dan más miedo que la misma muerte…